Vista previa del material en texto
Perdiendo Autonomía Nadia Colella 1ra edición © 2021 Nadia Colella www.nadiacolella.com Diseño de portada: Rodrigo Contreras - @contreras_design Corrección de texto: Marcia Fernández - @luperka_fantasy Maquetación: Nadia Colella - @nadiaescritora Para Rodrigo http://www.nadiacolella.com/ SINOPSIS Tiempo. Todos me hablaban de tiempo. Que se trataba de una etapa, que ya iba a pasar, que nadie había muerto de amor. Imaginaba que no, pero el castigo que nos quedaba era mucho peor que la muerte. Cada recuerdo de Mía era como un fantasma que se movía en la oscuridad, una oscuridad de la que intentaba escapar. Pero su gravedad era tan fuerte que mis intentos se desvanecían con cada respiro que daba. Y aunque el tiempo siguiera transcurriendo, con una cadencia lenta y ominosa, solo podía esperar al día siguiente. Al mañana en el que tal vez su recuerdo se desvaneciera. Al mañana en el que tal vez pudiera respirar sin esta sensación vacía. Sin embargo, cada noche mi reloj volvía a detenerse. Porque cuando cerraba los ojos, Mía estaba ahí. ¿Cómo podía olvidarme de ella si era la dueña de mi oscuridad? PRÓLOGO Nunca escuché decir mi nombre con tanto dolor. Como si fuera un grito desgarrador, uno que te quiebra por dentro en esos lugares que nadie ve y que solo uno puede sentir. Cuando giré mi cabeza encontré lo que temía: Olivia. La mujer que había estado a mi lado por tantos años, mi mujer, mi esposa… Me tomó un segundo poder disociarme de aquel momento. Mi cuerpo todavía estaba extasiado de sentir el calor de Mía y no era capaz de separarse, pero mi parte racional me gritaba que lo hiciera. Respiré hondo y me aparté de Mía, de mi amante. Amante… Sentí el peso de esa palabra al mismo tiempo que mi esposa caía sobre sus rodillas contra el suelo y se cubría el rostro con sus manos. ¿Qué le había hecho? Ella no merecía esto, nadie merecía esto. Tuve que abrochar mis pantalones para poder moverme y recién entonces, corrí hacia ella para envolver mis brazos alrededor de su cuerpo, que temblaba y se sacudía, intentando quitarme de allí. Pero no iba a hacerlo, necesitaba pedirle perdón. ¡Dios! Necesitaba que me perdonase. ¿Por qué te lastimé así? ¿Por qué permití esto? Fue inevitable que las lágrimas salieran de mis ojos, incontrolables y desesperadas. Yo amaba a Olivia, tal vez no con la misma intensidad que a Mía, pero era mi mejor amiga. Sentía su dolor, sentía la tristeza que yo mismo le había causado. Y también sentí el asco, la repulsión que estaba experimentando cuando me empujó y perdí el equilibrio, cayendo sobre el suelo. En ese momento, Olivia se puso de pie y corrió hacia Mía, que estaba agarrando sus cosas. Enseguida volví a reincorporarme pero no alcancé a detenerla. La sostuvo de la muñeca para atraerla hacia sí y le dio vuelta la cara de una cachetada. —¡¿Desde cuándo?! —le gritó. Pensar que había sido ella la que me había pedido, casi implorándome, que me acercara a Mía para pedirle que hiciera las fotos de nuestro casamiento. Adoraba sus trabajos y no podía creer que hubiera aparecido en el momento que más lo necesitábamos… Llegué a Olivia y volví a abrazarla para contenerla, aunque también para apartarla de Mía. —¡¿Desde cuándo estás con mi marido?! —volvió a gritar, haciendo hincapié en las últimas dos palabras—. ¿Desde el casamiento? ¿Después del casamiento? ¡¿DESDE CUÁNDO?! Mía… Sabía que Olivia se estaba llevando la peor parte. Lo sabía y me sentí un hipócrita al compadecerme de Mía, pero su mirada… ¡Dios! Esos ojos estaban gritando todos esos sentimientos que ella se obligaba a enterrar en lo profundo de su corazón. En todo ese tiempo, sabía que ella no había querido decirme lo que sentía por mí porque nuestra relación había comenzado con el pie izquierdo. Tenía miedo, si tan solo supiera que yo también. Me aterraba lo que sentía por ella, era como si mi vida dependiera de su estadía a mi lado. Como si el mismo aire que respirase fuera el que ella me daba. La necesitaba tanto… ¿Qué tenía que hacer? —Olivia, por favor —le supliqué, pero ella se sacudió para que mi mano abandonara su brazo. —¡No me toques! —me dijo con los ojos encendidos—. A ver, respondeme vos, ya que a tu amante se le olvidó cómo hablar. ¿Desde cuándo? ¿Cómo decirle? ¿Cómo explicarle todo lo que me pasaba con Mía? Ni siquiera yo sabía lo que me pasaba, era tanto que ni las palabras podían expresar lo que sentía. Y sin ser capaz de poder hablar, volví a envolver mis brazos alrededor de su cuerpo. Olivia siguió intentando apartarse de mí, pero podía sentir cómo sus esfuerzos se estaban debilitando. Ella estaba dolida y quería apartarse, pero al mismo tiempo, también quería que la consolara. Yo era su mejor amigo después de todo, y así como ella, yo había estado a su lado en muchas cosas que le habían pasado. Si alguno de los dos tenía un problema, recurría al otro para el consuelo… ¿Pero qué pasaba cuando el otro era el causante de ese dolor? Ninguno de los dos sabía cómo reaccionar ante una situación como esa. Y cuando Olivia finalmente se quebró y las lágrimas rodaron sobre sus mejillas, mi corazón estalló en mil pedazos. Habíamos tenido problemas, ¿qué pareja no los tiene? Pero siempre los habíamos resuelto hablando, siendo sinceros con nosotros mismos. Los dos queríamos que nuestra relación prosperara, por eso habíamos tomado la decisión de casarnos, de unir nuestras vidas para toda la eternidad. Aunque algunos no entendían cómo podíamos tomar una decisión así cuando las cosas no estaban del todo bien entre nosotros, pero eran ellos los que no entendían la unión. Los dos queríamos lo mismo. Una familia. Pero ahora, viéndola llorar de esa manera, sintiendo el dolor que estaba sofocando su cuerpo… No sabía cómo debía reaccionar. No tenía idea de cómo pedirle perdón. Escuché que la puerta se cerraba y levanté la mirada para buscar a quien ya sabía que no estaba. Nuevamente, Olivia logró apartarme y se limpió las lágrimas, aunque los surcos negros de su maquillaje no se habían borrado. Se quedó mirándome, con un silencio que era mucho más hiriente que cualquier palabra. Porque era su mirada la que me estaba hablando, eran sus ojos los que estaban reflejando la decepción. —Nunca quise lastimarte —llegué a decirle con la voz entrecortada. —¿Ah sí? —preguntó, cruzándose de brazos y con la frente en alto—. ¿Y en qué momento pensaste eso? —La miré, otra vez sin palabras—. Me parecía… —Y tuvo que dejar de hablar porque su voz se entrecortó. —Fui egoísta… Lo sé. Ella negó con la cabeza en silencio. —Y en la casa que nos regalaron mis viejos para el casamiento… — Exhaló con fuerza, caminando hacia la puerta de entrada. Levantó su cartera del suelo—. Te cagás en todo, Iván. En todo. Solo vine para decirte que tu papá está internado. Aquello me descolocó. —¿Cómo? —pregunté, acercándome a ella. Olivia puso su mano sobre el picaporte y abrió la puerta. —Tuvo un principio de infarto. Lo encontró una vecina y lo internaron. Tenías el celular apagado… Ahora entiendo por qué. —Respiró profundo e irguió su postura—. Llamé a Axel pero ni él sabía dónde estabas, ni tus otros amiguitos. Así que vine. —¿Dónde está? —En el hospital de Palermo. —Fruncí el ceño; Gregorio no tenía obra social. Olivia captó mi gesto de incredulidad y añadió—: Lo sé, cuando te intentaron llamar y no contestaste, lo hicieron conmigo. Pedí que lo trasladaran a nuestra clínica. —Gracias. —Está fuera de peligro, aunque lo mantienen en terapia intensiva para mayor control. —Asentí en silencio y ella se quedó mirándome. Luego, una sonrisa forzada curvó sus labios y sacudió la cabeza—. ¿Te vas a quedar? ¿Qué le iba a decir? Necesitaba hablar con Mía antes de irme, al menos explicarle que tenía que irme rápido a Palermo por mi padre. Que no malinterpretara mi ida. No entendía bien por qué sentía la obligación de explicarle lo que estaba pasando. ¿Qué era lo que estaba pasando, de todas maneras? Todavía no podía acomodar mis pensamientos pero había algo de lo que estaba seguro: no quería que Mía creyera que laestaba abandonando. No podía. —Te das cuenta de que la estás eligiendo, ¿no? Lo sabía y mi silencio fue suficiente para ella. Olivia se fue sin que fuera capaz de decirme lo que pensaba. Cerró la puerta con toda la bronca que podía albergar su cuerpo y escuché cómo los neumáticos rechinaban contra el asfalto cuando arrancó a gran velocidad. En ese efímero momento, pude sentir cómo mi vida se había quebrado. La vida que creía tener en equilibrio, incluso con el huracán Mía. Comenzaba a pensar en la posibilidad, en la extraña pero exquisita posibilidad de tener una relación con Mía. Pero una relación de verdad, no los ratos escondidos que nos dedicábamos. Quería a Mía… ¡Mierda! La amaba. ¿Por qué iba a mentirme? Sí, era una mujer impredecible; una mujer que perseguía la libertad, pero algo me decía que en su pasado había algo que la había quebrado. Algo que le había dejado una cicatriz que la encerró en su castillo para no dejar entrar a nadie más. Esa imagen que había visto la vez que fui a su casa, la primera vez que me animé a seguir mis impulsos, seguro que esa imagen tenía algo que ver. El hombre que estaba en esa foto, abrazándola. ¿Por qué el amor tenía que ser así? ¿Por qué tenía que doler tanto? Respiré hondo y salí de la casa para ir a buscar a Mía. La alcancé a ver sentada en la orilla del mar junto a un hombre. Los dos giraron sus cabezas y al verme, el hombre se puso de pie sin pronunciar palabra, regresando a la casa. Cuando pude acercarme, alcancé a ver el cambio en su mirada. El dolor que había visto antes se había transformado en algo que me dio escalofríos. Quería correr y abrazarla, volver a sentirla contra mi cuerpo. Pero estaba inmovilizado. —Tengo que irme —le dije finalmente. —Me parece bien. Nunca tendrías que haber venido —me respondió con un tono de voz tan serio que me partió el corazón. Sacudí mi cabeza y avancé para tocarla pero ella retrocedió. —No es lo que pensás —le dije con el corazón latiéndome muy fuerte, aterrado por lo que ella estaba interpretando. Estiré mi mano pero ella volvió a alejarse—. Mi papá está internado. Por un segundo, su gesto cambió. —Lo siento. ¿Está bien? —Está en terapia intensiva. Tuvo un principio de infarto. Olivia intentó llamarme, pero… —Tenías el celular apagado —terminó la frase; yo asentí en silencio. —Llamó a mis amigos y bueno… Necesito tiempo para acomodarme. Ya hablé con Olivia y… —No —me interrumpió—. Hasta acá llegamos. Sentí como si me hubiera clavado un puñal en el corazón. El corazón que latía por ella, el que vivía por ella. ¿De qué estaba hablando? —¿Qué? —Pude sentir cómo mi voz temblaba. —Es momento de dejar esto acá. No. Negué con la cabeza. No, no… No podíamos dejar esto. No podía estar lejos de ella. No podía… —No —le dije cuando recuperé el habla y me acerqué a ella con rapidez, para evitar que volviera a apartarse. Le sostuve la cara entre mis manos y la miré a los ojos—. Te amo. Ella apartó mis manos de su rostro y se alejó frunciendo el ceño. —No —soltó y negó con la cabeza. En ese momento, volvió esa mirada de dolor. Me dolió verla batallar con sus propios sentimientos. «¿Quién te lastimó tanto, mi amor?». —Sí, Mía. Te amo. —Yo no. ¡Mentira! Lo decía solo para fortalecerse. Para apartarme. Pero no iba a hacerlo, ella necesitaba seguridad. Ella necesitaba saber que no la iban a volver a lastimar. —No importa que no lo hagas —le dije para dejarla tranquila—. Ya soy tuyo. Estiré mis manos delante de ella sin darme cuenta, como si le estuviera dando mi corazón como una ofrenda. —¡No, Iván! Esto no puede suceder. —Ya está sucediendo. —Avancé otros pasos más con sutileza pero ella seguía negando con la cabeza. —Esto no es lo que quería. Yo nunca te pedí que dejaras a Olivia. —Yo quise dejarla —respondí, señalándome—. Para poder estar con vos. Mía empezó a caminar por la orilla, agarrándose la cabeza. —¿Y quién te dijo que yo quería estar con vos? Había algo más en su mirada. Pero era dolor, no podía ser otra cosa. —Algunas cosas no necesitan expresarse con palabras —le dije al recordar nuestros momentos juntos, su piel, sus besos—. Sé cómo reacciona tu cuerpo cuando te toco. —Eso no es por un sentimiento. Eso es físico. Reaccioné igual con el tipo que me cogí en tu casamiento. La imagen volvió a mis pensamientos y me sumergió en un mar gélido. Recordé cómo Agustín la embestía contra la pared, cómo ella abría la boca para gemir de placer… ¡No! Cerré mis ojos pero la imagen no se iba de mi cabeza. —¿Por qué estás haciendo esto? —Las energías se me estaban agotando. —¿Qué cosa? ¿Diciéndote la verdad? —Su voz empezó a aumentar de volumen—. No quiero estar con vos, Iván. Nunca te dije que lo quería. Nunca te pedí que abandonaras a tu mujer. ¡Nunca! Y no… No lo había dicho. No me había dicho nada. Tampoco me había pedido que dejara a Olivia. ¿Estaba diciendo la verdad? No podía ser. No, me estaba mintiendo. La forma en que su cuerpo se estremecía cuando entraba en ella, cuando nuestros labios se unían. Su mirada… Su mirada decía mucho más de lo que ella era capaz de esbozar en palabras. Su mirada no mentía. No. ¿No? —¿Qué fue este fin de semana para vos? —le pregunté cruzándome de brazos, en un vano intento por sostener mi cuerpo que parecía estar a punto de quebrarse. —Un error —me dijo, mirándome a los ojos. Mis piernas no iban a sostenerme por mucho tiempo más pero me obligué a mantenerme en pie—. Esta iba a ser la última vez que íbamos a estar juntos. De regreso al centro, iba a seguir con mi vida, esperando que vos siguieras con la tuya. Solo que Olivia llegó antes. Me estaba mintiendo. Quería demostrarme frialdad pero ella sentía lo mismo por mí, no podía fingir tanto. Me acerqué a ella y la rodeé entre mis brazos. Pude sentir cómo su corazón latía tan fuerte como el mío. —No voy a lastimarte —le susurré al oído. Pero ella volvió a zafarse de mi abrazo y se alejó. —No quiero estar con vos, Iván. ¿Qué parte no entendés? Estaba mintiendo… Pero me dolía igual, me destrozaba. —No entiendo por qué querés mentirte. Puedo darme cuenta de que sentís lo mismo que yo. —Ella negó con la cabeza—. Sí, no te mientas. No voy a lastimarte, Mía. No podría. ¿Cómo podría lastimar algo tan frágil? Sería como quitarme mi propia vida. Jamás podría lastimarla porque mi vida estaba atada a la de ella. —Una relación no es para mí. ¿Por qué te crees que estoy con distintos hombres a lo largo del mes? Porque me gusta el sexo. Y la pasamos bien, no voy a mentirte. Pero era solo eso. Diversión. Yo no te amo ni te voy a amar. La voz no le temblaba y sus ojos se mantenían fijos en los míos. ¿Podía ser verdad lo que me estaba diciendo? Se me formó un nudo en la garganta ante la posibilidad. ¿Y si me estaba inventando todo esto? ¿Y si mi mente se había creado una historia que no existía? Una historia que nunca había existido… Algo me hizo alejarme de ella. No sé bien qué. Puede que mi propio sentido de supervivencia. —¿Por qué no fuiste clara conmigo? —le pregunté con la última fuerza que tenía. —Nunca te prometí nada, que yo recuerde —me respondió, cruzando los brazos—. Las ilusiones te las hiciste solo. ¿De qué estaba hablando? —¿Ilusiones? —le dije, exaltado—. Me buscaste. Me convenciste de que fuera libre para poder estar con vos. Sabías que estaba casado. —¡No! No me pongas esa responsabilidad sobre mis hombros, porque el que tomó la decisión de estar conmigo fuiste vos. Aun sabiendo que estabas casado. Recientemente casado. La tristeza que se estaba formando dentro de mi cuerpo comenzó a mezclarse con bronca hacia ella, hacia mí. Porque tenía razón: el que había tomado la decisión de estar con ella a pesar de mi matrimonio, había sido yo. Pero, ¿y ella? No podía liberarse de la culpa tan fácilmente. —¿Y eso no te decía nada? —le pregunté, sin poder creer que ella no viera lo que estaba pasando. —Me decía que estabas con ella por costumbre. —Se encogió de hombros como si lo que estaba diciendo no tuviera la más mínima importancia—. No me importaba, ¿no entendés? Yo solo quería coger con vos. Ylo logré. Fin del tema. Aquella palabra… Creo que fue esa palabra la que terminó por quebrar mi fuerza, haciendo que mis rodillas chocaran contra la arena. Ella solo quería coger, solo había sido un juguete. Ella no tenía nada que perder, era una mujer libre con un capricho. Y yo había sido un idiota que la había dejado jugar conmigo. —Fui uno más. —Me puse de pie—. Solo eso. Un número. Mía se quedó mirándome y entonces, algo dentro de mí me dijo que aún había una esperanza. No sabía si era mi cabeza intentando asimilar la situación, pero no me importaba. Avancé y atrapé su rostro para tocar sus labios. Fue un instante, pero fue el instante más hermoso de mi vida. Volví a respirar; todo volvía a tener sentido cuando la sentía contra mí, cuando su lengua se enredaba con la mía. Pero solo fue un instante. —¡¿Ves?! —le grité cuando ella se apartó. Mis lágrimas empezaron a caer por las mejillas—. ¡No me mientas, Mía! Por favor. «Por favor, no me hagas esto. No te vayas de mi vida que no sé qué hacer. No voy a poder manejar todo esto que me pasa. Solo vos me das paz, solo vos me haces sentir de esta manera». —No quiero estar con vos. ¡No quiero! —me gritó. —Esto puede ser algo hermoso. No… No lo mates de esta manera. Mirame. Ella no podía mirarme. ¿Por qué no lo hacía? Volví a agarrar su rostro con el corazón desbocado, con un escalofrío que empezaba a congelarme la sangre. Esa sensación del final, esa sensación que te va destrozando de a poco cuando sabés que algo inevitable va a pasar. La obligué a mirarme a los ojos, a que tal vez mi silencio le dijera todo eso que no sabía cómo decirle. Todo ese amor que no podía controlar. «Por favor, Mía. Mirame. No me dejes…». —¿Podés sentirme? —le dije, suplicándole—. ¿Podés sentir el amor que te tengo? —Ella negaba con la cabeza, sin ser capaz de mirarme. No sabía cómo hacer para demostrárselo—. Dejá de encerrarte en vos misma. Dejame acompañarte. Dejame curarte. «Hago lo que necesites, Mía. Mirame, por favor. Sentí esta seguridad que no puedo decir en palabras. Hago lo que quieras, te espero, no me importa cuánto. Lo único que me importa es tenerte en mi vida. Decime lo que necesitas. Soy tuyo». Pero ella volvió a apartarse. —No. Quiero. Estar. Con. Vos. Cada palabra fue como una puñalada. Algo se quebró dentro de mí, no sabría bien qué. Pero pude sentir que algo se perdió para siempre cuando ella dijo esas palabras. Una parte de mí se había muerto, puede que una parte muy importante. No alcanzaba, no importaba cuánto la amara. —No puedo obligarte —le dije finalmente—. Ya te di todo lo que podía darte. —«Dejé atrás todo lo que pensaba. Traicioné a la mujer que más quería…». Respiré hondo y me sequé las lágrimas—. No queda más nada de mí. «Todo te lo di a vos. Incluso las partes que ni siquiera sabía que existían. Y no alcanzó». El amor no es suficiente. PARTE I: EL COMIENZO DEL FINAL ¿Qué sentido tiene amar? ¿Qué sentido tiene sentir cómo alguien tiene el poder de destrozar tu corazón? ¿Qué sentido tiene entregarse a alguien por completo y perderse en él? Ninguno. Sin embargo, mi corazón estaba atado a Mía. Ella era el único amor que quería tener, la única capaz de hacerme sentir tantos sentimientos inexplicables. Dicen que escribir sobre lo que a uno le pasa, libera esos pensamientos de la cabeza, que ayuda a sanar. No sé si escribir en este diario servirá de algo pero cuando la muerte tocó a mi puerta, hizo que me replanteara ciertas situaciones. Así que veamos qué sucede… CAPÍTULO 1 Todos sueñan con encontrar al amor de sus vidas pero nadie te dice cómo duele cuando lo perdés. Es que todos se quedan en ese primer momento, cuando todo es como uno lo imagina, incluso mejor. Cuando las miradas hablan por sí solas, cuando los besos son ardientes, cuando es imposible estar despegado del otro… Todos se quedan en ese estado que, irónicamente, apenas dura un suspiro. ¿Quién habla del dolor? Y si bien todos lo hemos atravesado en algún punto de nuestras vidas, parece que nos olvidáramos. Es como si nuestra mente quisiera solamente elegir todo eso que le hizo bien, intencionalmente omitiendo todo el dolor que sufrió. Así recordaba a Mía. Mi mente no se acordaba de ese atardecer en Cariló cuando me destrozó el corazón. No, elegía recordarme sus besos, los momentos en que nuestros cuerpos eran uno, sus palabras, sus miradas. Tenía que hacer un gran esfuerzo por elegir los recuerdos que me hacían querer arrancarme el corazón del pecho. Puede que uno se pregunte por qué alguien querría acordarse de lo malo, por qué elegiría momentos que hicieran replantearse la vida. Y creo que es precisamente por eso: es un débil intento de la parte más racional que habita en todos nosotros por hacernos entender que cuando algo no funcionó, por algo no lo hizo. Pero el Iván del pasado no tenía idea, todavía no estaba listo para soltarla. Necesitaba tenerla a su lado, aunque solo fuera un fantasma, un recuerdo que se fundía en la oscuridad, como una sombra. Él no podía imaginarse una vida sin ella, creía que el Universo se la volvería a dar, que iba a tener una segunda oportunidad. Y el tema con las segundas oportunidades es que son una mentira. Bueno, tengo que ser sincero en este diario, de lo contrario, pierde su propósito. La verdad es que, siendo racional, diría que las segundas oportunidades no existen. Diría que lo que una vez existió y se perdió, por una razón lo hizo. Pero también tengo la parte emocional que siente la esperanza, el ideal de poder conquistar aquellas cosas que una vez no se pudieron. ¿Está mal pensar así? Me costaría asumir que en la vida solo tenemos una oportunidad para hacer las cosas bien, me parece demasiado extremista. Creo que hay situaciones que se nos presentan para que podamos aprender y hacerlas mejor la próxima. ¿Por qué con Mía no podría pasar algo así? Tal vez el amor es la excepción a la regla y solo haya una oportunidad para lograrlo. Y yo siento que la perdí. Creo que eso es lo que más me duele: haber perdido la única posibilidad de sentir de verdad, de sentirme vivo, de vivir cada emoción a flor de piel. Eso hizo Mía, me despertó sensaciones que ni siquiera sabía que era capaz de tener. ¿Cómo puedo querer soltar algo así? Hay situaciones por las que vale la pena hacer un sacrificio. Aunque ese sacrificio te aniquile. Cuando volví de Cariló aquel enero de 2018, toda mi vida dio un vuelco. Yo tenía todo ordenado: mi trabajo era todo lo que alguna vez había soñado (o se acercaba mucho a ello), tenía una mujer que era la ideal para construir una familia juntos, una familia que me apoyaba y acompañaba (bueno, salvo Gregorio, pero él era otro tema). Todo estaba en su lugar pero a mi regreso, se sintió como si un terremoto hubiera atravesado Buenos Aires. La internación de Gregorio fue uno de los primeros problemas. Juana volvió a insistirme con que debería hablar con él, a pesar de que sabía lo que yo pensaba. Incluso conociendo la calidad de progenitor que había tenido en mi adolescencia, razón por la cual había ocupado el lugar de una madre. —Un ataque al corazón —me dijo cuando llegué al hospital. —Él sabrá la vida que lleva —le respondí, cruzándome de brazos. —Esto es una llamada de atención de la vida, Iván. Que no te arrepientas después cuando no lo tengas más. La vida es corta. Y lo era. Pero Gregorio había tenido mucho tiempo para arreglar la situación, para pedir perdón y nunca lo hizo. ¿Por qué debía hacer algo yo, la víctima en todo esto? Ema ya no estaba en el hospital. Se había marchado ofuscada, tras reprocharme por lo que le había hecho a Olivia. Después de todo, nos habíamos criado juntos. Ella fue la primera en apoyar mi relación con Olivia. Hasta había entablado una amistad con mi esposa; seguramente, se había enterado por ella de lo que había pasado. No podía creerlo, y a decir verdad, yo tampoco. En ese momento, todavía seguía en shock. La primera noche fue difícil. Por razones obvias, no volví a mi casa. Tomé la decisión de retomar la charla con Olivia al día siguiente; yo tambiénnecesitaba acomodar mis sentimientos. Así que fui a la casa de Gregorio, dado que él había tenido que quedarse en observación, en el hospital. No me extrañó encontrar botellas de whisky, vinos y hasta vodka. Por única vez, me sentí agradecido de la vida que llevaba mi progenitor. Allí comencé a girar en un espiral peligroso. Yo no solía tomar alcohol; lo hacía solo en ocasiones sociales y apenas lo hacía, me acordaba por qué no lo consumía en mi tiempo libre. No le encontré el sentido hasta ese momento en que mi corazón estalló en mil pedazos. La bebida me ayudó a nublar mis pensamientos; a veces me jugaba en contra y me los esclarecía demasiado, pero había logrado encontrar el punto de equilibrio. O lo que yo creía que era equilibrio. Cuando el entumecimiento no me alcanzaba para borrar los recuerdos de Mía, salía. La primera noche que salí con mi soledad, fue extraña. De adolescente había ido a alguna que otra fiesta con Axel, pero luego fueron cada vez más escasas. A Olivia no le gustaba que saliera y yo, sinceramente, prefería quedarme en casa viendo una película juntos. Así que no tenía mucho «entrenamiento» en la noche. Lo primero que hice fue acercarme a la barra, por supuesto. Poco tiempo pasó para que empezara a molestarme el volumen de la música y el tumulto de gente que empezó a juntarse en el bar. Hasta que me encontré con una mujer, mi primera desconocida. Seguramente me habrá dicho su nombre, pero opté por no recordarlo. Hablamos un poco de cosas que no tenían importancia, habíamos salido a la terraza para poder hablar tranquilos. Y cuando ella se acercó para besarme, me quedé tieso. Había besado a otras mujeres de chico, no tanto como uno creería, porque ni bien empecé mi relación con Olivia, me dediqué a ella por completo. Hasta que mi corazón se dividió por Mía. Y con esa nueva mujer que invadía mi territorio, todo se sintió extraño. Pero también me di cuenta de que en ese momento, no me acordé de Mía. Fue un momento fugaz pero que estaba dispuesto a extender lo más que pudiera. Así que hice el experimento y me dejé llevar por la situación… Y entendí por qué lo hacía Mía. Imposible no recordar la primera vez que fui a su casa y la encontré llorando a mares por algo que no entendía. Pero pude sentir su dolor, por eso la abracé: porque quise arrancarle ese sentimiento del cuerpo. Todo había sido por una imagen, una que intentó ocultar pero que yo alcancé a ver. Se trataba de un hombre. Aun así, no fui capaz de seguir hacia donde la desconocida me llevaba. Me terminé yendo del bar y volviendo a la casa de mi infancia, a seguir ahogando mis penas en alcohol. Me cuesta admitir que la razón por la cual no quise estar con esa mujer fue para no quitarme la sensación de Mía sobre mi piel. ¿Qué hubiera pasado si Olivia no llegaba? ¿Hubiera existido un futuro para nosotros? Cuando hay demasiado tiempo para el silencio, es inevitable que la mente se equivoque y termine por hacer resurgir los acontecimientos que la impactaron, que los reviva una y otra vez, como para asegurarse de no haber pasado nada por alto. Seguía sin poder asimilar las palabras de Mía. Una parte de mí estaba esperando que me enviara un mensaje, que me dijera que se había arrepentido de todo lo que me había dicho. Pero la parte que era más realista, me decía que no esperara nada de ella, que lo nuestro de verdad se había terminado. Era extraño llamarlo «nuestro» cuando solamente había estado yo en esa relación. Mis pensamientos y yo. Mis ilusiones y yo. ¿Cómo no me había dado cuenta de que ella solo quería jugar? Que solo quería coger. ¿Por qué había sido capaz de tirar una relación verdadera de tantos años por algo tan efímero? Olivia fue la mujer que había elegido hacía más de diez años porque compartíamos ideales, porque nos queríamos y teníamos el mismo proyecto. Y es cierto que los últimos meses no habían estado del todo bien, pero el matrimonio fue una decisión en conjunto. Ambos coincidíamos en que era el próximo paso para nuestra relación. Afianzar lo que de verdad queríamos. Y yo quería eso. Quería tener una familia con una mujer que buscara lo mismo, que quisiera proyectar una vida juntos y que ambos fuéramos capaces de mantener en pie toda esa estructura, que muchas veces se debilita. Y Olivia me daba esa sensación, por eso la había elegido. No solo porque estaba comprometida con su objetivo de formalizar una unión sino porque me había acompañado en momentos difíciles. A ella la conocí en la secundaria, durante los años más difíciles de mi padre. El momento cuando dejé de llamarlo de ese modo y pasó a ser Gregorio para mí. La ida de mi madre lo había dejado en un estado deplorable, incluso había perdido su trabajo. Empezó desconcentrándose, luego llegando tarde hasta que su jefe no lo toleró más. Él trabajaba para un equipo de limpieza en una de las oficinas del centro porteño. Y a pesar de que habían pasado cinco años desde la partida de mi madre, Gregorio no pudo recuperarse. Vivimos gracias a la ayuda del Estado y a la mía, porque más de una vez tuve que asistirlo de lo embriagado que estaba. El alcohol se había convertido en su nuevo mejor amigo, hasta que llegaron otros. Nunca supe, ni quise saber, quiénes eran sus nuevas amistades ni de dónde surgía el dinero que empezamos a tener. Varias noches tuve que quedarme a dormir en lo de Olivia, porque esos «amigos» llegaban a casa y yo no los toleraba. Ella fue mi sostén por muchos años, incluso fue quien le pidió a su padre que me ayudara a conseguir un trabajo. Al principio, estuve trabajando en una de sus empresas hasta que empecé el tercer año de carrera de Arquitectura y me consiguió una pasantía en el sitio en el que trabajaba actualmente. ¿Cómo pude haber lastimado de esa manera a una mujer que fue tan leal? ¿En qué estaba pensando? Era cierto que con Mía había experimentado cosas que nunca antes había sentido, pero el precio que tuve que pagar por tenerlo había sido demasiado alto. No lo valía. Prefería tener a mi lado a una mujer que quisiera una relación estable, a una que se esfumara con el tiempo. Por eso tomé la decisión de recuperar a Olivia. CAPÍTULO 2 La mañana siguiente se sintió vacía. No solo por el silencio de la casa de mi infancia sino por la sensación de que estaba solo. Cuando algo me perturbaba, lo hablaba con Olivia. Ella siempre sabía qué decirme, qué palabras usar para calmar lo que fuera que estuviera atravesando. Pero esa mañana mi esposa estaba en otro lugar, en una cama diferente a la mía. Por mi culpa. Cuando despegué la cabeza de la almohada, sentí como si alguien estuviera perforando dentro de mi cerebro. Tuve que mandarle un mensaje a Axel para preguntarle qué hacer cuando uno tiene resaca porque no tenía la menor idea; resultó ser que había un medicamento que te suavizaba el dolor de cabeza y la acidez que tenía en el estómago. Axel: ¿Cómo estás? Iván: Perdido. Axel: ¿Dónde estabas? Iván: Es un poco largo para contarte ahora. Necesito ir a ver Olivia. Axel: ¿Es grave? Iván: Muy. Dejé el celular sobre la mesa de luz y me quedé sentado en el borde de la cama por un rato. El cuerpo me pedía que volviera a acostarme pero ni bien lo hacía, ni bien mis ojos tendían a cerrarse, todo me daba vueltas. Así que me levanté con todo el esfuerzo que fui capaz de acumular y me dispuse a salir a comprar ese medicamento que me había sugerido Axel. Luego, me acordé dónde me encontraba. Gregorio debía de tener algo por el estilo. En el botiquín del baño estaba la misma marca que me había dicho mi amigo. Por suerte, esa pastilla y el líquido efervescente me permitieron continuar con mi día. Abrí mi bolso y busqué algo decente para ponerme. No había llevado mucho a Cariló, solo lo necesario y lo que pude guardar a las apuradas. Después de darme una ducha fría, fui hasta la casa de mi esposa. Sabía que el error era demasiado grande y que iba a necesitar tiempo para ajustarse. Podía soportarlo. Podía proponerle que yo durmiera en la habitación de huéspedes, incluso hasta podía sugerirle irme a un hotelun tiempo. No era lo ideal pero estaba dispuesto a enfrentarme a la soledad por ella. Estaba dispuesto a hacer lo que ella me pidiera con tal de recuperar nuestro matrimonio. Al llegar, estuve a punto de abrir la puerta con mi llave, pero sentí que lo más sensato era darle ese espacio y no invadir el suyo. Escuché el clic que siempre hacía la cámara de vigilancia cuando alguien del otro lado observaba quién estaba en la puerta. Tal vez era mi sensación errónea del tiempo, pero sentí que la espera se hizo eterna. Entonces, se me presentó una posibilidad que no había considerado… ¿Y si no me abría la puerta? Pero no, por más enojo que tuviera Olivia, siempre había sido una mujer de afrontar las consecuencias, de decir lo que tenía en mente. Por fortuna, luego de unos largos minutos la puerta se abrió, solo que con una sorpresa. Mis valijas. Olivia estaba de pie, sosteniendo las manijas de las dos grandes valijas oscuras que habíamos usado cuando nos fuimos de luna de miel a Nueva York. Sus ojos estaban hinchados; el color esmeralda se fundía con el enrojecimiento de su mirada. Aun así, tenía la frente en alto y no apartaba su vista de la mía. —Me gustaría hablar con vos —le dije con titubeos. —Yo no tengo ganas de escucharte —me respondió con un hilo de voz y deslizando con brusquedad las valijas hacia donde me encontraba. —Por favor, Oli. —Ella no movió un músculo; interpreté un consentimiento silencioso—. Nos merecemos esto, fueron muchos años… —¡Precisamente! —me interrumpió con un grito—. Diez años de mi vida que se fueron a la basura porque no pudiste controlar una calentura. —Oli, no… —¿Qué? —dijo, combativa. —¿Podemos hablar adentro? Le tomó unos momentos pero terminó aceptando. Enseguida supe que no lo hizo por mí sino por lo que los vecinos podían llegar a escuchar. Así que se apartó de la entrada y me cedió el paso aunque se quedó en el mismo lugar en el que estaba tras cerrar la puerta. —¿Qué es eso tan urgente que me tenés que decir? —preguntó, con tono irónico y sin apartar la mano del picaporte—. No tengo todo el día. —Yo te amo, Oli. Eso no cambió. —Ella dio un resoplido y puso los ojos en blanco—. De verdad, sos la mujer perfecta para mi vida. —¿Perfecta? Si hubiera sido tan perfecta no me hubieras traicionado de esa forma. No sé cuál es tu concepto de perfección, pero te adelanto que no es ese. —Te elegí hace diez años y te sigo eligiendo. —Pude ver cómo sus ojos se llenaban de lágrimas y me animé a acercarme a ella—. Cometí un error, lo sé. Jamás quise lastimarte. —Pero lo hiciste —me dijo con la voz temblando y una lágrima recorrió su mejilla. Terminé dando el último paso que me faltaba y la rodeé entre mis brazos. Al principio, ella se quedó inmóvil pero sentí cómo su corazón se aceleraba y unos momentos después, su cuerpo empezó a temblar. La así con toda la fuerza de la que fui capaz y su llanto no tardó en aparecer. El mío tampoco. Lo último que quería en esta vida era lastimarla y fue precisamente lo que hice… ¿Y para qué? De repente, Olivia se apartó de mí y se secó las lágrimas. —¿Qué más necesitás, Iván? —Quiero que hablemos. —Ya te dije que no quiero escucharte. ¿Por qué no te vas con tu amante a sacarte la calentura? —No fue una calentura. La mirada de Olivia se endureció tanto que sentí como una muralla se creaba entre los dos. Sabía que decirle esa verdad podía dolerle, pero la realidad era que al final la estaba escogiendo a ella. —¿Y qué fue? —preguntó con la voz temblorosa aunque se notaba el esfuerzo que estaba haciendo para no quebrarse. —Sentí algo… diferente —dije, intentando buscar palabras que pudieran dar a entender lo que había pasado sin tener que mencionar la palabra que podría arruinar todo—, algo que no pude controlar. Olivia empezó a reírse de forma irónica. —¿Te enamoraste? —dijo al mismo tiempo que las lágrimas volvían a correr por sus mejillas. —Mía no es la mujer para mí. —Me adelanté un paso, el mismo que ella retrocedió—. Vos sí. —No me respondiste. —Es que ya no importa. —¡A mí me importa! —dijo, señalándose—. Algo que parece que te olvidaste. Porque me decís que yo soy la mujer perfecta, que yo soy la mujer a la que elegiste… ¿Pero te preguntaste qué es lo que quiero yo? Porque yo también formo parte de esta relación, yo también invertí diez años en nosotros. Asumiste que mi único rol en tu vida era ser esa mujer perfecta, esa mujer que compartía tus ideales de familia… Pero yo quiero a mi lado a un hombre que me ame y me respete. Así que te pregunto una vez más: ¿te enamoraste? Me quedé mudo. Aquellas palabras me envolvieron hasta asfixiarme, hasta darme cuenta de que ella tenía razón. Porque por más que yo la quisiera con todo mi corazón, por más que fuera la mujer que necesitaba en mi vida… Me había olvidado de lo que ella quería. ¿Y si yo no era el hombre perfecto para su vida? ¡Mierda! No lo era. Un hombre perfecto no traiciona de la manera en que yo lo había hecho, por más que reconozca el error después. El daño ya estaba hecho. Y yo la había lastimado mucho, demasiado. ¿Cómo podíamos recuperarnos de esto? ¿Cómo podíamos volver a confiar mutuamente? Yo estaba dispuesto a hacer lo que ella quisiera… pero no tenía idea de qué era lo que ella quería. Aunque en ese momento quería la verdad y eso era lo mínimo que podía darle. —Sí, me enamoré —le respondí, con un hilo de voz. Olivia cerró los ojos y bajó la cabeza, la escuché respirar hondo y pude ver cómo contenía la furia que sentía. Movió las valijas por el suelo y las puso delante de mí, luego levantó la cabeza y abrió los ojos. —Creímos que nuestra relación iba a perdurar por el resto de nuestras vidas sin darnos cuenta de que vivíamos en una mentira. —Seguís siendo la mujer que quiero en mi vida —le confesé, pero encontré la derrota en su mirada. —No, no lo soy —respondió, negando con la cabeza—. Todo estaba perfecto mientras éramos nosotros dos, pero ni bien salimos al mundo exterior… la realidad nos llevó por delante. —¿De qué hablás? —Yo creo que siempre supe que no me amabas de verdad. —No, Oli… —le empecé a decir mientras me acercaba a ella pero levantó la mano para detenerme. —No, Iván. No me mientas, no te mientas. Vos creías que me amabas, querías que fuera de verdad pero no. Y creo que por eso siempre fui tan asfixiante, porque tenía miedo de perderte… como acabo de hacerlo. —No me perdiste. Estoy acá. —Quiero el divorcio. Esas palabras se sintieron como una caída. Como si me hubiera empujado a un abismo y no supiera dónde se encontraba el suelo, si es que en algún momento iba a parar de caer. ¿Divorcio? No, no podíamos separarnos. Teníamos que volver a reencontrarnos, volver a trabajar en la pareja, no rendirnos ahora. No podíamos rendirnos ahora. —Oli —le dije, acercándome a ella, casi implorando—, te quiero. Podemos solucionar esto, voy a hacer lo que… —No me alcanza —me dijo con un tono de voz tan seguro que me tomó por sorpresa—. Y no podemos solucionar esto, no puedo obligarte a que me ames. —Pero te amo. —Lo intentamos, Iván. Incluso cuando todo parecía que iba a terminar, decidimos comprometernos a un matrimonio. Ya no nos queda más nada por hacer. —Podemos empezar una familia —le dije, desesperado. —¿Te volviste loco? ¿Qué tipo de familia va a ser esta? Yo no quiero esto, Iván. Volvió a arrastrar las valijas delante de mí y no pude decirle nada más porque tenía razón. Ya lo habíamos intentado y aun así, no pudimos proteger nuestra relación. Yo no pude hacerlo. Y aunque el dolor me estaba oprimiendo el pecho, no pude hacer otra cosa más que asentir en silencio y agarrar mis valijas. Cuando atravesé el umbral de la entrada, giré para decirle algo. No sabía bien qué pero tenía que hacerlo, solo que cuando miré hacia la puerta, ya se encontraba cerrada. Exhalé con profundidad y arrastré las valijas hasta el baúl del coche. No iba a poder estar solo otra vez, así que busqué el celular en mi bolsillo y le mandé un mensaje a Axel. Cuando ingresé en el auto, me quedé sentado inmóvil, con mis manos colgando del volante. Arrancarel motor e irme de allí iba a ser definitivo, iba a ser el final de una historia que pensé que duraría hasta el último día de mi vida. Lo más extraño era que a pesar del dolor, no estaba llorando. Había una parte de mí que entendía que eso era lo correcto pero no sabía cómo iba a hacer para superar el otro dolor que me hundía cada vez más en la oscuridad. Cuando llegó la respuesta de Axel me quedé sin saber qué hacer; estaba pasando el fin de semana en la casa de una de sus amigas. Apoyé mi espalda contra el asiento y miré hacia la casa que había sido mía por tanto tiempo, la casa a la que una vez llamé hogar. Había una persona que podía ayudarme en este momento, pero también había sido una persona a la que había lastimado. Sin demasiadas alternativas, moví la llave y arranqué. Su departamento se encontraba en Caballito y a juzgar por el día y horario, estimaba que debía de estar en su casa. Cuando estacioné el auto volvieron a mí los cientos de recuerdos de nuestro tiempo juntos y la nostalgia no tardó en aparecer. Pero tampoco sabía cómo iba a reaccionar, así que respiré hondo y me armé de valor para bajar del auto y entrar en su edificio. Cuando me acerqué a la entrada, uno de los inquilinos estaba saliendo y aunque no era algo que se suponía que debía hacer, me apresuré a ingresar. Quería que al menos me viera a la cara si me iba a echar; no quería que lo hiciera por el portero eléctrico. Subí al ascensor y fui hasta el piso doce. Me quedé delante de la puerta unos momentos, con la mano sostenida en el aire a punto de tocar el timbre. Respiré hondo una vez más, y presioné. Unos segundos más tarde, la puerta se abrió y cuando la vi, pareció que el tiempo no hubiera pasado. —¡Pero mirá lo que trajo el viento! —dijo con ese tono sarcástico tan característico de ella. Me la quedé mirando, sin saber qué decir y ella puso los ojos en blanco. A continuación, hizo un ademán silencioso con la cabeza para que entrara. CAPÍTULO 3 Ni bien atravesé el umbral, un silencio incómodo nos invadió. Mordí mis labios sin saber qué debería decir; ya le había pedido perdón muchas veces pero aun así, sentía que no habían sido suficientes. La última vez que la había visto, tenía una cabellera rojiza que apenas le rozaba los hombros. Ahora había optado por un color oscuro y las puntas, que casi le tocaban los codos, eran de color rosa. A pesar del tiempo que habíamos estado distanciados, algo me dijo que seguía siendo la Luana que yo conocía. Sin mediar palabra, se acercó a la alacena y poniéndose en puntas de pies, sacó un vino. Después, eligió dos copas y me señaló el balcón. Le cedí el paso, aún sintiéndome incómodo, y cuando salí pude sentir el denso ambiente caluroso. Lu abrió la botella de vino y comenzó a servir el contenido en las copas. —¿Y? —me preguntó, sin apartar la mirada de la bebida. —¿Qué cosa? —dije, frunciendo el ceño. Dejó la botella sobre la pequeña mesa de vidrio y me ofreció una de las copas. Luego, le dio un sorbo a la suya y se sentó en una de las sillas, colocando sus pies sobre la baranda. —¿Cómo fue la separación? —La sorpresa debió haberse reflejado en mi rostro porque ella se rio—. ¿Por qué otro motivo estarías acá? —Mis hombros se relajaron. Tomé asiento y le di un sorbo a mi vino—. Olivia me llamó. —¿Cómo? —le dije, despegando mi espalda del asiento. —Me preguntó si estabas conmigo. —Esbozó una sonrisa—. Cuando me reí de su insinuación, se enojó todavía más. —Se encogió de hombros y frunció los labios, como si aquello no la hubiera afectado. Sabía que no—. ¿Y quién fue el sensato? —No hables así —le dije, bajando la mirada aunque por dentro sabía que tenía razón. —¿Con la verdad? —volvió a reírse—. OK. Vuelvo a preguntar: ¿quién fue el que tomó la decisión? —Ella —le respondí, aún con un nudo en la garganta. —¡¿Mi prima?! —dijo, atragantándose con la bebida. Tuvo que sentarse derecha para evitar que el líquido le cayera en la ropa—. No lo puedo creer. Abrí la boca para decirle por qué pero no encontré las palabras. En realidad, las tenía en la punta de la lengua pero no era capaz de pronunciarlas. Me daba vergüenza. Y como si el tiempo no hubiera pasado, Lu frunció el ceño y se me quedó mirando. —¿Qué? —me preguntó, expectante. —Me encontró con otra mujer. Aquello la tomó por sorpresa y el silencio volvió a colarse entre los dos. Dejó la copa sobre la mesa y se puso de pie. Me señaló con el dedo y abrió la boca, pero luego la volvió a cerrar. —Decilo —la alenté. —No lo puedo creer —me respondió y sentí como su tono de voz había dejado de ser sarcástico. —¿No me vas a decir que la relación estaba predestinada a romperse? —Pero no me imaginé que iba a ser por vos. —La vida tiene muchas sorpresas. Lu volvió a sentarse, sin apartar sus ojos de los míos. —¿Qué pasó? —Conocí a alguien… —Sentí una puñalada en el corazón al pensar en su nombre—. Alguien que jugó conmigo y me descartó, como quien tira un juguete roto. —¿Cómo estás? Era la primera persona que me preguntaba de forma genuina qué me pasaba. Yo sabía que era el culpable del error pero eso no quería decir que no lo estaba sintiendo. ¡Todo lo contrario! Tanto mi cabeza como mi corazón estaban dando tumbos, sin saber qué decisión tomar. ¿Cómo estaba? No tenía la más puta idea. Me encogí de hombros. —Como puedo. —¿Y mi prima? —Me echó de la casa y me pidió el divorcio. —Lu se cubrió la boca con la mano derecha—. Así que acá estoy, sin un lugar adónde ir y con demasiadas emociones… Siento que —la voz me empezó a temblar— me voy a quebrar. Antes de que una de las lágrimas rodara por mis mejillas, Lu se puso de pie y me envolvió con sus brazos. Levanté mis manos para sostenerla por la espalda y me obligué a no llorar. A controlar la tormenta que se arremolinaba en mi interior. Pero tener su contención como en aquellos tiempos, sentir su verdadero consuelo sin una pizca de juzgamiento… hizo que no pudiera controlar lo que me estaba pasando. Y lo liberé. Cuando largué el primer sollozo me sentí avergonzado pero al percibir cómo sus brazos me amarraban con más fuerza, hice a un lado mis prejuicios y dejé que la emoción me embargara. ¿Cómo iba a hacer ahora? Yo era consciente de que no tenía sentido seguir pensando. Mía no sentía lo mismo por mí. Mía buscaba otra cosa… Y lo había conseguido. Mi parte racional me decía que me alejara de esos pensamientos, de esos recuerdos, pero había otra parte que no entendía de razones. Otra parte que creía que solo Mía había desbloqueado algo en mí, que solo ella sería capaz de hacerme sentir de esa manera. ¿Pero qué sentido tenía experimentar estas cosas si no hacían más que provocar dolor? Respiré hondo y me aparté de Lu. —Me enamoré, Lu —le confesé, secándome las lágrimas. —¿Cómo se llama? —preguntó, sin apartar sus manos de mis rodillas. —No quiero decir más su nombre. No quiero pensar en ella. —No hace falta. —Levanté la mirada y tragué saliva—. Ya la tenés aferrada a tu corazón. —¿Cómo hago para arrancármela? —le dije, perdiendo la voz en un sollozo. —Todo empieza con una decisión. —Se puso de pie y atravesó el umbral de la puerta-ventana—. Me imagino que no comiste. Negué en silencio y se fue hacia la cocina. Mientras cenábamos, Lu puso en la televisión un video de YouTube sobre fotografía; a pesar de trabajar en ese rubro desde hacía mucho tiempo, nunca desaprovechaba un momento para seguir aprendiendo. Mientras la persona del video mostraba las imágenes que había capturado, ella me contaba qué técnicas había usado el fotógrafo para lograrlas. Pero yo no era capaz de prestarle atención, porque en lugar de la persona que protagonizaba el video, veía a Mía. A Mía sacándome las fotos del casamiento, a Mía sacándome las fotos en el patio de mi casa… de la casa de Olivia. Necesitaba pensar en algo más, necesitaba escaparme de esos recuerdos. —Lo siento —dije finalmente. —¿Por qué? —preguntó, desconcertada. —Porque te arruiné el sueño. Ella puso los ojos en blanco. —Ya hablamos de esto —y volvió su atención al video, mientras daba un bocado a su comida.—No debería haberte… Cuando bajó el tenedor, este chocó contra el plato e hizo un ruido fuerte. —Mi sueño no depende de vos, Iván. Dejá de cargarte con la culpa. —¡Pero fui yo el que te echó! —Sentí un gusto amargo en la garganta—. Fui yo el que te echó de mi vida. Había sucedido hacía cuatro años. Entonces la oficina me parecía más chica, como si las paredes se movieran hacia el centro y estuvieran a punto de aplastarme. Estaba sentado detrás de mi escritorio, con las manos sobre la madera y mirando al monitor encendido sin prestarle atención. Todavía recuerdo cómo mi corazón aceleró sus movimientos cuando la puerta de mi oficina se abrió, dando paso a Lu. Su cabello rojizo estaba sujeto en una coleta alta y el atuendo oscuro que llevaba le hacía destacar los ojos verdes. Se acercó a mi escritorio y me dejó una carpeta. —No te olvides de revisar las notas para mañana —me dijo, señalándome con el dedo—. No quiero ser la culpable del desastre de tu presentación. Ya convencí a Julio de posponerla una semana, mas no voy a poder… —se calló de repente y se me quedó mirando—. ¿Qué pasa? —¿Por qué? —respondí demasiado deprisa. —¿Qué te pasa? —volvió a preguntar, cruzándose de brazos. —Necesito que hablemos de algo. —¿Por qué tanta seriedad? —dijo, sentándose en la silla enfrente de mí. —Porque es algo que… No podía hablar. ¿Cómo iba a poder explicarme si no era capaz de ordenar las palabras en mi cabeza? —¡Decilo de una vez, Iván! —me exigió, enojada. —Tengo que echarte. Cuando esas palabras salieron de mi boca y finalmente pude oírlas, el peso de la verdad cayó sobre mis hombros. Aunque Lu siempre intentaba mostrarse como una estatua, pude ver el cambio de emociones en su mirada. —¿Por qué? —preguntó, en voz baja—. ¿Hice algo mal? —No. —Moví mi cabeza en forma negativa—. Sos una excelente asistente, de verdad que sí. Pero… —Se me hizo un nudo en la garganta: el pedido no se había terminado—. No podemos seguir viéndonos. Sus ojos se abrieron de par en par y recostó su espalda contra la silla. Levantó la cabeza y mirando al techo, respiró hondo. Me quedé en silencio porque sabía que entendía por dónde venía la conversación. —Lo logró… —dijo, abatida. —Es lo que menos quiero pero… no puedo perder a Olivia. En aquel entonces estaba dispuesto a hacer sacrificios para mantener mi relación; los mismos deseos que tuve cuando hablé con Olivia sin saber que me pediría el divorcio. Ella era una mujer celosa y lo que menos quería era hacerle mal, así que cuando empezó a sentirse incómoda por mi amistad con Lu, no lo dudé. —No quiero volver sobre ese tema —dijo entonces Lu, levantándose de la mesa y dejando su plato sobre la bacha de la cocina—. Y me voy a acostar, que estoy cansada. Si no tenés dónde quedarte, acá tenés un lugar. Hay sábanas en el armario del baño. Dejé que se fuera sin insistirle, ya la había presionado demasiado. Y si me iba a quedar en su casa, lo mínimo que podía hacer era ayudar con las tareas. Aproveché para lavar los platos e intentar concentrarme en la tarea, en cómo la esponja hacía espuma cada vez que la apretaba, o como el agua barría todo rastro del detergente… Pero cuando los platos ya estaban limpios y secos, me di cuenta de que estaba solo en la habitación y los ruidos parecieron escaparse en la noche. Enseguida, mi mente buscó entre los momentos en los que había estado con Mía en la cocina. Cuando estaba amasando para hacer pastas y ella me cargaba diciendo que seguramente había visto un tutorial de YouTube. O cuando habíamos hecho el amor en el sillón del living y había podido sentir cada roce de mi piel desnuda contra la de ella… Me recorrió un escalofrío al recordar la sensación de éxtasis. Me golpeé en las sienes con ambas manos, como si aquello fuera capaz de eliminar esos recuerdos. Eso era imposible, estaban impregnados, amarrados en cada respiración y no me iban a dejar en paz. Y aunque esa noche intenté dormir, el sueño no me encontró pero sí lo hizo ella. La veía en cada sombra que me devolvía la noche y aunque sabía que no era real, mi cuerpo se revolucionaba con la idea de volver a verla. Pero cerraba los ojos y también estaba ahí. En una de las alacenas de la cocina, Lu tenía un atado de cigarrillos. Nunca había fumado pero al ver ese objeto, se me formó la imagen de Mía delante de mis ojos. Cuando puse el cigarrillo sobre mis labios, me imaginé que eran los suyos. Y cuando lo encendí y el calor de la nicotina hizo explosiones dentro de mi boca, me imaginé que era su calor el que estaba sintiendo. Ese fue el primero de tantos otros cigarrillos. Pero no fue suficiente porque cuanto más la evocaba, más me hundía en mi dolor. Y necesitaba enmudecer mis sentidos, necesitaba escapar de mí. Necesitaba una copa de vino. CAPÍTULO 4 Ahora que hago memoria y escribo, me doy cuenta cómo las tareas más normales me costaban el doble. Muchos te dicen que sigas caminando, que sigas despertando y avanzando… ¿Pero no se dan cuenta de que eso también cuesta? Me cuesta creer que las personas se olviden de lo que es tener el corazón hecho trizas. ¿Podré alguna vez olvidarme del mío? ¿Será que alguna vez toda esta sensación se difuminará con el tiempo? Sentía como si me estuviera ahogando, como si el peso de sus recuerdos me sumergiera en un profundo océano gélido y no tuviera fuerzas para salir, mucho menos para seguir aguantando. ¿Cómo estaría ella? Seguro que no estaría pensando en mí; a ella no le había dolido esta separación… ¿Qué decía? Ni siquiera había habido una relación para empezar. Para ella esto solo había sido un juego. No me tenía que importar lo que ella pensara. Pero me importaba. No podía evitar pensarla, imaginarla en su día a día, con la ilusión de que por un escaso momento, sus pensamientos se anidasen en mí. Aunque fuera desde la lástima, no me importaba. Solo quería estar en su cabeza, que mi nombre rebotase como un eco, así como el de ella lo hacía en la mía. Que también suspirara cuando recordara nuestros momentos juntos, cuando éramos nosotros dos en un frenesí de pasión y aventura. Quería ser algo para ella. Quería que sintiera algo por mí. Trabajar estaba entre las tareas normales y necesarias que me costaban mucho más de lo que me hubiera gustado. Y eso que era una de las motivaciones de mi vida, sobre todo porque estábamos a punto de entrar en un concurso para trabajar en conjunto con el estudio LQ50. Era uno de los más importantes estudios de arquitectura del mundo y siempre hacían convocatorias para elegir a su próximo socio. Recuerdo que desde la universidad estudiaba sus proyectos, con el sueño de poder emularlos alguna vez. Imaginarme siendo uno de los socios de esa firma, sería un sueño hecho realidad. No podía creer cómo el tiempo se había acelerado. Por meses habíamos estado preparándonos para ese momento; había sacrificado horas de sueño para mejorar el proyecto. Sin embargo, en esos instantes, no lograba concentrarme. Estaba sentado detrás de mi escritorio, sosteniendo mi cabeza entre las manos y sintiendo cómo mi corazón latía a ritmos diferentes. Por momentos, se aceleraba cuando alguno de los recuerdos que atravesaban mi mente eran felices y luego se ralentizaba cuando volvía al atardecer en aquella playa de Cariló. Respiré profundo y recosté mi espalda sobre la silla, mirando al techo. Sacudí mi cabeza y me mordí el labio con la intención de que mis lágrimas no volvieran a deslizarse por mis mejillas. Aunque me doliera en el alma, sus palabras habían sido claras, su tono de voz había sido seguro: Mía no quería estar conmigo. Nunca lo había querido. Eso es lo que pasa cuando entregás tu corazón, todo tu ser a alguien. Eso pasa cuando te enamorás: te reventás la cabeza contra la pared. —¿Iván? —La voz me tomó por sorpresa; giré mi silla para encontrarme con Melanie. Ni siquiera la había escuchado cuando abrió la puerta. —Melanie, buen día. —Te golpeé la puerta pero no respondiste, me asomé… —No hace falta que te excuses. Se acercó con una carpeta naranja contra su pecho y luego la dejó sobre mi escritorio.Y al quedar sus manos libres, se cruzó de brazos. —¿Estás bien? —preguntó, frunciendo el ceño—. ¿Querés que te traiga un café? Sonreí con sorna. —Necesito algo más fuerte. Ella sonrió y se fue de la oficina. Volví a girar mi silla para mirar por la ventana del edificio. El estudio se encontraba en el barrio de Monserrat, en pleno centro de Capital Federal. Me resultaba increíble cómo la vida seguía avanzando, cómo la gente seguía yendo de un lugar a otro, cuando para mí el tiempo se había ralentizado. Casi detenido. ¿Podría cruzarme con ella alguna vez? Volví a exhalar profundo. Necesitaba parar de pensar en ella. En ese momento, oí dos golpes en la puerta y esta vez, alcé la voz para que ingresaran. Era Melanie de nuevo, pero ahora tenía una botella de whisky en las manos. Sus labios rojos esbozaron una sonrisa y tras tomar dos copas que estaban sobre la pequeña mesa de la entrada, se acercó al escritorio. —Se la robé a Julio —dijo, riéndose como una nena cuando hace una travesura. —Se va a dar cuenta —le respondí, pero agarré la botella. Ella se encogió de hombros y se sentó en la silla del frente del escritorio. Nos serví a los dos el líquido ambarino y le acerqué su vaso. Ella le dio un sorbo un tanto largo que la hizo toser. No puede evitar reírme. —¿Tomaste whisky alguna vez? —No —respondió, con el gesto fruncido—. Es fuerte. —Un poco, sí —le dije sonriendo y dando un sorbo al mío. Yo no conocía mucho de whiskys. Algo había aprendido cuando pasábamos algún fin de semana en la casa de los padres de Olivia. A Octavio, mi exsuegro, le gustaba tomar. De hecho tenía toda una estantería llena de distintas marcas; la gran mayoría de ellas eran del exterior, de los viajes que hacía constantemente por su empresa. —¿Tenés ganas de contarme qué pasó? —me preguntó, sosteniendo su mirada sobre la mía—. No sos el Iván que conozco. —Han pasado un par de cosas. —Capaz te ayude hablar sobre ellas. —Gracias, Melanie. De verdad… Pero no quiero hablar más del tema. Ella levantó las manos a los costados de su rostro y se puso de pie. —No hay problema, te dejo en buena compañía —me dijo, señalando la botella—. En la carpeta está el horario de la presentación de mañana. Somos los primeros, así que Julio quiere que estemos dos horas antes. La primera mitad del día se me había pasado volando. Entusiasmado por el evento que se venía, me puse a revisar todos nuestros competidores. En la carpeta que me había dejado Melanie, estaban los horarios y las empresas que participaban del concurso. Así que visité las páginas web de aquellos que no conocía e investigué los proyectos que habían hecho en el pasado. Pero fue después del mediodía cuando las horas comenzaron a estirarse. Había intentado concentrarme en las cosas que tenía que hacer, aunque fuera en leer alguno de los ciento cincuenta mails que tenía en la casilla. Pero mi concentración apenas duraba quince minutos. Seguí tomando el whisky, entre momento y momento, y cuando se hizo la hora de partir, me di cuenta de que la botella se había consumido a la mitad. Yo la había consumido hasta la mitad. Cuando me puse de pie, todo me dio vueltas y tuve que volver a sentarme para no acabar en el suelo. El movimiento hizo que el dolor en mi cabeza estallara como una bomba de alfileres. Esa tarde tenía que volver al hospital para firmar unos papeles de la obra social pero no estaba en condiciones de manejar. Así que agarré mi celular y le mandé un mensaje a Axel. Mi amigo llegó a la empresa en cuarenta minutos. Él trabajaba en un estudio de abogados que estaba en Recoleta, pero el tráfico porteño en hora pico hacía que las cortas distancias se estiraran como chicle. Dio un golpe en la puerta y asomó la cabeza. —¿Puedo pasar? Su cabellera castaña tenía un estilo despreocupado que solo a él le quedaba bien. Ya tenía los primeros dos botones de la camisa blanca desprendidos y la corbata negra aflojada. —Sí —le respondí con dificultad; la cabeza me estaba zumbando. Axel se sentó delante de mí y se percató de la presencia de la media botella de whisky. —Por eso no te sentís bien —me dijo señalando con la cabeza a la botella—. La próxima vez salgamos una noche y compartamos una. —No sé qué hacer —le dije, con un largo suspiro. —¿Por qué no me contás desde el principio? —Se cruzó de brazos—. Porque me decís que soy tu mejor amigo pero ni siquiera sabía que existía esta Mía Hunter. Escuchar su nombre me dio un cimbronazo en todo el cuerpo. —Por favor, no la nombres. —De acuerdo —dijo e hizo una seña con sus dedos, como si se cosiera los labios. —¿Cómo sabés su nombre? Axel agarró la botella y leyó la etiqueta. —La llamé a Ema. —Abrí los ojos de par en par y entonces, hizo a un lado la botella—. ¿Y qué querías que hiciera? La voz de Olivia sonaba desesperada, más de lo normal. Hasta llamó a Luana. —Sí, lo sé —respondí, agarrándome la cabeza con las manos. —¿Y quién es esta mujer? —Fue la fotógrafa del casamiento. —¡Ah, pero todo bien hacés vos! No pude evitar curvar mis labios, sabía lo que estaba intentando hacer Axel. Pero jamás podría quitarle el peso a lo que había hecho. —Me enamoré como un idiota. —¿Por qué no me contas…? —Fijó su mirada en mí, como si me estuviera analizando—. ¿Qué dijiste? —¿Cómo le pude hacer eso a Olivia? —Ivo. —Su tono se endureció y sentí la necesidad de apartar la vista del escritorio y mirarlo a los ojos—. Quiero que dejes de pensar en Olivia un momento. Quiero que pienses en vos, en lo que te pasa. En lo que realmente te pasa. —Es una mierda esto que me pasa. —¿Te das cuenta que dijiste que te enamoraste? —Creeme que lo sé. —¡Te enamoraste, Iván! —dijo, elevando la voz—. Te enamoraste de verdad. Fruncí el ceño. —Lo decís como si nunca hubiera amado a Olivia. —No lo hiciste. —¿Vos también con eso? Yo sé lo que siento. —¿Quién más te lo dijo? —me preguntó, desconcertado. —Ella… antes de pedirme el divorcio. —Axel se quedó sin palabras, solo recostó su espalda contra la silla—. Olivia era la mujer perfecta para mi vida. —No existe la perfección, Iván. Te convenciste de que sí, te convenciste de que era lo mejor para vos y también te convenciste de que la amabas. Aquello me hizo acordar a las palabras de Mía, a sus intentos por demostrarme que estaba seguro de algo que no era verdad. Que estaba preso en una realidad que no existía. Me puse de pie y sentí como si el suelo estuviera hecho de arenas movedizas, pero igual caminé hasta la ventana. Las luces de la ciudad empezaban a brillar en el atardecer de una tarde de verano. —Si no la hubiera amado, no hubiera luchado tanto para que nuestra relación se mantuviera. —Ya sabés lo que pienso, no te lo voy a repetir. —Se puso de pie y se acercó hacia mí—. ¿Dónde estás durmiendo ahora? —En lo de Lu. Axel abrió sus ojos. —¿Perdón? —repitió, sorprendido. —Sí. Fue como si no hubiera pasado nada… Me abrió la puerta de su casa y estuvo ahí cuando más la necesité, como siempre. —Volví a mirar al exterior—. Nunca debería haber roto nuestra amistad por los celos de Olivia. —No, no deberías haberlo hecho. Pero es bueno que empieces a darte cuenta de los errores. CAPÍTULO 5 Fue inevitable cruzarme con el doctor de Gregorio. Lo intenté esquivar: apenas llegué al hospital, me anuncié en recepción y pedí que me trajeran los papeles que faltaban firmar para poder irme rápidamente, pero el médico responsable se habría enterado de que estaba ya que vino y me pasó su parte. Yo fingí escucharlo pero la verdad es que no le presté atención. Muchos me dicen que tengo que aprovechar a mi padre porque lo tengo, que cuando no esté más, me voy a arrepentir. Y puede que ese comentario surja de personas que disfrutaron de su padre y hoy no lo tienen más… Pero yo no disfruté a mi padre, lo tuve que padecer. Sin embargo, ahora que escribo estas palabras y en vistas de todo lo que pasé, empiezo a entenderlo mucho más. Pero cuando era adolescente, la historia era otra. La noche que encontré a Gregorio de rodillas delante de la puerta, la tengo impregnada en mi mente como si hubiera sucedidoayer. La imagen de él, con las manos extendidas y las lágrimas en sus mejillas… Se suponía que debía estar durmiendo, pero sus gritos me habían despertado, una vez más. El hedor a alcohol era asqueroso y su estado de ebriedad era tal que ya ni siquiera era capaz de esbozar palabras. Cuando lo empujé bajo la lluvia, gritó, pero lo mantuve en su sitio hasta que finalmente terminó sentándose en el suelo. Mientras tanto, aproveché para ir a hacerle un café. Le dejé la taza sobre la mesa de la cocina y volví a mi habitación, justo cuando la ducha se cerraba. Aunque no se animó a decírmelo a la cara, pude escuchar cómo le decía a la habitación vacía: «lo siento, hijo». A pesar de que los años ya habían pasado, Gregorio seguía aferrado a un recuerdo. Nunca supe bien por qué Sabrina tomó la decisión de abandonarnos y tampoco tuve la valentía de preguntarle a él. Si bien los escuchaba discutir desde que tengo memoria, hay ciertas verdades que solo los integrantes de una pareja son conscientes de que existen. Y tal vez sean verdades que ninguno de los dos estaba dispuesto a escuchar. Sabrina siempre era la que menos hablaba en las discusiones; era él quien se pasaba dándole discursos hasta que ella llegaba al límite de su paciencia y empezaba a responderle. Le hacía problemas por cualquier nimiedad. Una vez los había escuchado discutir porque los platos de la noche anterior habían quedado sin lavar. Sinceramente no entiendo por qué sufrió tanto cuando se fue si la trataba tan mal. Si de verdad la hubiera querido mantener a su lado, hubiera hecho lo posible por hacerlo. No atacarla. Tal vez hoy lo entienda mejor, incluso más de lo que me permito reconocer. Pero debió haber sido más fuerte, por mí. Yo no tendría que haber cargado con la ruptura de su relación. Por eso, cuando el médico me dijo si quería pasar a visitarlo, la realidad era que no quería pero tampoco tenía ganas de ver su cara de extrañeza al oír que un hijo rechazaba ver a su padre. Así que accedí. Lo habían pasado a sala común. Al entrar, lo vi recostado sobre la cama, con la mirada perdida en la ventana de su derecha. Giró su cabeza cuando me escuchó entrar y una sonrisa apareció en su rostro. —No pensé que vendrías —me dijo, sentándose. Me acerqué, aunque me quedé a los pies de la cama. —¿Cómo te sentís? —le pregunté de manera cortante. —Mejor de lo que merezco. Puse los ojos en blanco y me crucé de brazos. —No empieces —le dije sin ganas. —Sé que no querés escucharme, pero esta experiencia me hizo ver las cosas de otra manera. —Claro —y miré la hora de mi celular. —Estaba solo, hijo. De no haber sido por Claudia… Podría haberme muerto, sin que nadie se hubiera enterado. Sin que vos te dieras cuenta. — Guardé mi celular y levanté la mirada—. Lo siento, Iván. De verdad lo hago. Sé que no fui el mejor padre del mundo. —No, no lo fuiste. Y llamarte «padre» también es un montón. —Lo sé, pero hay cosas que uno no sabe cómo manejar. —Aquello fue un balde de agua fría, porque lo primero que se me cruzó por la cabeza fue la imagen de Mía—. Debería haberlo hecho mejor, porque tenía a una criatura a mi cargo. Pero no fui lo suficientemente fuerte y por eso te pido disculpas, hijo. —Es un poco tarde. —Esperaría que no. —Con un perdón ahora no borrás toda mi adolescencia —le dije, recordando las botellas rotas, las amistades dudosas, los llantos, las puteadas—. ¿Sabés lo que es para un hijo ver cómo un padre despotrica contra el otro? Sabrina también me dejó a mí y ni siquiera supe por qué. —Tenés razón, hijo. No debería haber hablado así de tu madre. Más allá de que se haya ido, no debí hacerlo. Debí haber estado con vos también, consolándote. —Sí —le dije y respiré hondo antes de que una lágrima cayera por mi mejilla. Me refregué el ojo con rapidez—. Si el hospital necesita algún dato adicional, podés llamar a Melanie. —Iván —me dijo antes de que me moviera del lugar—, me dijo Juana que te separaste de Olivia. —Sí, ¿qué necesitás? —Sé que no estoy en posición para darte un consejo… —No lo hagas, entonces —lo interrumpí con un orgullo ridículo, porque ya en ese momento entendía el dolor de mi padre pero no iba a dar el brazo a torcer. —Aunque te pese, yo también tuve experiencia. Y más que vos. — Estaba a dos pasos de la puerta, sin embargo, me quedé allí—. El resentimiento que sentía por tu madre no tenía que ver con ella, en realidad. Era hacia mí. —Respiró hondo y sacudió su cabeza, negando en silencio; luego, levantó la mirada—. La relación se deterioró porque ninguno de los dos quería estar con el otro. Nos queríamos, te queríamos a vos, pero quisimos mantener algo en pie por más tiempo del que era necesario. Me reí pero luego me percaté de que yo había intentado hacer lo mismo con Olivia. —El amor es algo complejo —siguió hablando mi progenitor, antes de que me fuera de la habitación—, requiere de muchos sacrificios. Pero es difícil saber dónde está el límite entre entregar todo por la pareja y perderse uno mismo. Él se había perdido en su propio dolor cuando Sabrina nos había dejado. Igual que yo me estaba perdiendo por el dolor de Mía. Recordé esa noche en la que llegué a mi casa y lo encontré sentado en la cocina. Delante de él había una botella de cerveza por la mitad pero su tono de voz era diferente, probablemente había dejado de tomar hacía un tiempo. Esa noche me dijo que lo habían despedido de su trabajo y que íbamos a tener que hacer algunos ajustes para poder llegar a fin de mes. Le pregunté hasta cuándo. Hasta cuándo iba a seguir con ese dolor que no le dejaba vivir, porque los dos sabíamos que Sabrina no iba a volver. ¡Qué ignorante era en ese entonces! Hubo algún momento en que mi padre sonrió, en que sus ojos brillaron con su felicidad. Pero esos recuerdos se habían vuelto cada vez más difusos con el paso del tiempo. Su nuevo rostro era el que estaba conquistando cada día, cada año, y estaba carcomiendo todo lo que alguna vez había sido. Y allí fue cuando me dijo: «algún día te darás cuenta de que hay cosas que no podrás aceptar, por más que sepas la verdad». Fue allí cuando me prometí a mí mismo que jamás caería como él; que haría todo lo que estuviera a mi alcance para sostener una relación. No dejaría que alguien me hiciera olvidar quién era. Sin embargo, la noche en que dejé a Gregorio en el hospital, volví a salir, decidido a olvidarme de todo, incluso de mí mismo. CAPÍTULO 6 ¿Por qué será que los recuerdos se intensifican más durante la noche? Cuando el dolor más se siente… Había momentos en los que necesitaba dejar que el verdadero sentimiento emergiera. Ese sentimiento que me carcomía por dentro, el miedo que me quemaba en las venas. Solo en ese momento dejaba que mis pensamientos me dijeran la verdad, me gritaran eso que me dolía. ¿Por qué, Mía? No, ¿por qué le echaba la culpa a ella? Tal vez porque gracias a ella había vuelto a sentir, o había sentido por primera vez. Tal vez ella me había desgarrado por dentro y así había surgido el verdadero Iván, el Iván que me encantaría volver a tener. En realidad, la quería tener a ella. Quería estar a la expectativa de un mensaje, quería saber que en algún lugar de la ciudad, ella estaba pensando en mí. Quería volver a sentir cómo mi corazón se revolucionaba cuando sonaba el celular y lo veía con la esperanza de que fuera ella, y era ella. Quería volver a tener esa sonrisa, sin importar lo que hiciera, porque el solo hecho de saber que estaba en mi vida, me hacía ver todo de otro color. Quería volver a tenerla. Quería volver a experimentar sus besos, sus caricias. Quería conocerla de verdad; quería saber cómo había sido su infancia, cómo había empezado con la fotografía. Quería saber cada parte de su existencia. Quería beberla y embriagarme de ella. La extrañaba tanto que ya no sabía qué hacer para controlarlo. ¿Cómo tenía que hacer? Me había enseñado a liberarme, a dejarme llevar por lo que me pasaba, a experimentar algo maravilloso… Pero no me había dicho cómo afrontar ese dolor. Ese peso que sentía que me iba a quebrar en cualquier momento.No tenía más fuerzas y a cada segundo que pasaba, la oscuridad me envolvía más y más. Sabía que estaba ahí, podía sentir cómo se acercaba. ¿Qué iba a hacer cuando no pudiera ver más? Cuando el dolor se volviera tan profundo que fuera lo único capaz de sentir. ¿Qué pasaría entonces? Sabía que tenía a mis amigos, sabía que tenía a mi familia, pero esa soledad no se llenaba con ellos. Esa soledad no se consolaba con sus palabras. Nadie entendía lo que verdaderamente había pasado, solo se habían quedado con que había traicionado a mi esposa. Con que había arruinado una relación de más de diez años. Se quedaron con una porción de la historia, no se detuvieron a pensar por qué lo había hecho. Nadie sabía lo que me había pasado cuando Mía entró en mi vida. Nadie lo hubiera entendido. ¿Cómo hacerles entender que no podía controlar lo que me pasaba? De verdad. Su mirada, sus palabras, incluso su sensualidad y cómo me fue atrayendo hacia su camino… Sentí como si alguien finalmente hubiera abierto la jaula en la que me encontraba, una jaula de la que no era consciente que tenía a mi alrededor. Y pude sentir cómo mis alas se abrían en todo su esplendor, listas para tomar vuelo. ¡Y cómo ascendí! Cada vez que Mía me besaba, cada vez que nuestros cuerpos se fundían en uno… Entonces me sentí vivo, sentí que finalmente había empezado a vivir. Y quise todo con ella. Me olvidé del mundo que nos rodeaba, de la realidad de la que éramos presos. Solo quería estar con ella, tenerla a mi lado y ser feliz. Quería ser feliz… Y ahí me di cuenta que antes no lo había sido, o al menos, lo era en una proporción tan pequeña que ni siquiera era consciente. Y luego, me encontré sin nada. Solo con mi soledad y su oscuridad. Solo con mi dolor y mis recuerdos. Hubiera querido exterminar todos los recuerdos, arrancarla de mi vida. Quería ser como ella: abstraerme de las conexiones, volcarme a relaciones sin ataduras, a experimentar solo el sexo. Esa noche, encontré a mi segunda desconocida. Había ido al bar en el que solíamos juntarnos con mis compañeros de trabajo cuando se daba alguna que otra salida por un festejo de cumpleaños o promoción. Lo primero que hice fue acercarme a la barra, pedir una cerveza y aunque el alcohol revolvía mis pensamientos y los hacía incoherentes, eso no alcanzó. Porque aun así podía divisar su rostro, como en una nube de humo gris, que se distorsionaba y volvía a formarse. Fue cuando apareció una mujer a mi lado que algo adentro de mí se encendió. Y fue diferente a la primera desconocida; esta vez, mi cuerpo estaba listo y mi mente no estaba pensando con claridad como para detenerme. Tal vez era la posibilidad de ser alguien diferente porque esa mujer no significaba nada para mí. ¿Por qué mostrarle esa parte de mí que estaba rota? Empecé a prestarle atención en algunas partes de su conversación, a otras no las seguía. No importaba si no terminaba de entender lo que me quería decir. Le daba un sorbo a mi bebida o miraba alrededor del bar, como si quien estuviera a mi lado no significara nada. Eso me hizo sentir poderoso, porque la mujer seguía a mi lado a pesar de todo. Con delicadeza me tocaba el brazo, como para volver a mirarla. Y giraba mi cabeza, pero solo por un rato. ¿Por qué seguía ahí a pesar de la poca atención que le estaba ofreciendo? Después empezó a jugar con su pelo o a reírse de sus comentarios subidos de tono. Fue allí cuando realmente la observé. Tenía el cabello enrulado, de color oscuro y llevaba puesta una blusa blanca que brillaba intensamente por la luz violeta que estaba sobre el bar y un escote que más de un hombre se hubiera detenido a mirar. ¿Tendría que hacerlo? Lo hice y relamí mis labios, intentando llamar su atención. Después, levanté la mirada y ella sonrió. Terminamos en mi auto, en la parte de atrás. Todo sucedió muy rápido. Sus besos eran urgentes, desesperados. Sus manos luchaban por desabrochar mi pantalón; cuando logró liberar mi miembro, buscó en su cartera un preservativo. Yo dejé las manos sobre mis costados, sorprendido por su avance. Después me acordé de que estaba jugando a ser alguien más, entonces puse mis dedos en su escote y se lo abrí para encontrarme con un corpiño blanco. Lo aparté enseguida y llevé mi boca hacia sus pezones. Ella gimió y con un movimiento, se acomodó a horcajadas sobre mí, levantándose la pollera; con una de sus manos orientó a mi miembro y con la otra, se acomodó su ropa interior para que pudiera ingresar en ella. Cuando lo hice, no sentí nada. Sí, éxtasis; como una electricidad que me recorría por cada célula de mi cuerpo. Pero mi corazón estaba frío, mi mente estaba muda, mis recuerdos se habían esfumado. Así que me dejé llevar por el momento, dejando que la mujer se moviera, la mujer de la que ni siquiera sabía el nombre. Mientras ella gemía, estallé en un orgasmo y pude sentir una liberación que se extendía por todo mi cuerpo, como si de repente alguien me hubiera quitado un peso de los hombros. Cuando la mujer se movió a un lado y se acomodó la ropa, sacó una tarjeta de su cartera. Yo la miré con el ceño fruncido y le dije: —¿Para qué voy a querer tu número? Pareció ofenderse y lo comprobé cuando cerró la puerta del coche con más fuerza de la normal. Pero en aquel momento no me importaba porque había encontrado la manera de enmudecer mis sentimientos, de arrancar - aunque sea por unas horas- a Mía de mi cabeza. Ahora entendía por qué ella lo hacía, cómo se sentía el poder controlar las emociones. Poder vivir una mentira y hacerla propia, hacerla verdad aunque sea por ese momento. No me detuve a pensar lo que significaba. No me detuve a pensar que no estaba siendo honesto. Mi objetivo era uno solo y estaba comprometido a lograrlo: tenía que olvidarme de Mía. Como sea. CAPÍTULO 7 Después de esa noche, todo empeoró aún más. Al día siguiente, escuché la voz de Lu que me llamaba por mi nombre; intenté abrir los ojos, pero la luz causó una fuerte puntada en mi cabeza. Me volvió a hablar pero no logré distinguir bien las palabras. Sentí cómo me agarraba de la mano y me levantaba, por eso me empecé a quejar porque aun con los ojos cerrados, todo me daba vueltas. Puso mi brazo alrededor de su cuello y me ayudó a ponerme de pie. Sabía que tenía que caminar, pero me costaba más de lo que imaginaba. Sentí cómo los dos perdíamos el equilibrio y caíamos contra el suelo. —¡Por favor, Iván! —me reprochó—. Tenés que ayudarme. Volvió a intentarlo y dimos otros pasos más hasta que escuché el sonido del agua de la ducha. Intenté abrir los ojos, porque sabía que en el baño no había tanta luz natural, y descubrí que mi amiga ni siquiera había prendido la luz. Entré a la ducha y dejé que la frialdad me despertara. Recién allí me percaté… —¿Qué hora es? —le pregunté a Lu girando la cabeza tan rápido que todo volvió a girar. —Las doce —me respondió, desde el otro lado de la ducha. —¡No! —dije y salí corriendo. Un escalofrío me recorrió el cuerpo al darme cuenta del error que había cometido. No tendría que haber salido la noche anterior, no teniendo una de las presentaciones más importantes de mi vida al día siguiente. ¿Qué clase de idiota era? Al agarrar mi celular, me encontré con treinta mensajes de WhatsApp y quince llamadas perdidas. Todas de Melanie y de Julio. Cuando intenté quitarme la ropa mojada, comprobé que esta se me había adherido como si fuera otra piel. Me apresuré a buscar en el ropero de Lu uno de mis trajes y para cuando entré al baño, ella ya lo había liberado. Me apresuré a cambiar, con toda la intención de llegar cuanto antes a la oficina, aunque una parte de mí sabía que ya era tarde. Y justo ese día… Justo el día de la oportunidad que podía cambiar mi vida. Llegué al estudio a la una menos veinte, con perlas de sudor sobre mi frente y la respiración entrecortada. Mario, el chico de Recepción, me dedicó una tímida sonrisa y me señaló la oficina de Julio. —¿Melanie? —le pregunté. —Ahí adentro —me dijo. Golpeé una vez y tras escuchar la voz de mi jefe, respiré hondo y abrí la puerta. Ni biensus ojos se clavaron en los míos, la expresión de su rostro se endureció. Busqué la mirada de Melanie y me encontré con un gesto de compasión que ya conocía demasiado bien. Ella volvió a mirar a Julio, hizo un asentimiento mudo con la cabeza y se retiró de la oficina. Mi jefe me señaló la silla donde antes había estado mi asistente y con un nudo en la garganta, me senté. —Lo siento, Julio. —Me acerqué al escritorio—. Sé que no alcanza, pero… ¿Cómo les fue? —¿Cómo pensás que nos fue? —dijo entrecruzando sus dedos y apoyando los antebrazos sobre la mesa—. Melanie me dio todas las notas y pasamos la diapositiva, lo hicimos. ¿Pero nos destacamos? —Negó con la cabeza—. Vos eras el arquitecto líder en este proyecto, el que tenía el mayor conocimiento y el que mejor iba a poder expresar a los socios de LQ50 nuestro objetivo. Confié demasiado en vos, Iván. —Sé que tengo la cabeza en otro lado… Sé que… —Iván —me dijo con voz firme—, vos sabés que sos un importante recurso para mi empresa pero no puedo tolerar algo así. El dolor de mi cabeza estaba aumentando en intensidad. —Te pido disculpas, Julio. Sabés lo que LQ50 significa para mí… —Pensaba que sí —me interrumpió—, pero ahora me lo replanteo. Parecería que te quisieras boicotear a vos mismo. ¿Era cierto? ¿Podía ser tan masoquista como para infligirme esa clase de pesar? Era la oportunidad que siempre había querido tener y en la primera situación donde podía convertirse en una realidad, la había tirado a la basura. ¿Y todo por qué? Me agarré la cabeza entre las manos y respiré profundo. —No estoy pasando por un buen momento —le dije con sinceridad. —En otras circunstancias, te hubiera sugerido que te tomaras unos días. —Levanté la cabeza de repente—. Pero esta oportunidad era muy importante para mi empresa y por tu culpa la perdimos. —Un escalofrío me recorrió la espalda—. Voy a tener que finalizar nuestra relación laboral. Me puse de pie de repente. Sentí como si un rayo hubiera caído sobre mi cabeza. —No, Julio. —El corazón palpitaba con desesperación en mi pecho. —No puedo volver a confiar en vos, Iván. Lo siento —me dijo, poniéndose de pie y acercándose a la puerta de su oficina. —Te prometo que no va a volver a pasar —le dije caminando a la par, juntando mis manos como si le estuviera haciendo una plegaria a un dios—. No quiero que vuelva a pasar. —No me alcanza. —Abrió la puerta—. Pero como dije, fuiste alguien muy importante, me voy a asegurar que tu indemnización refleje eso. Me quedé helado, sin saber cómo procesar la información. El sitio que me había visto crecer, donde había aprendido tantas cosas y que tantas puertas me había abierto… Ahora todas se cerraban, una tras otra, empujándome hacia el exterior. Mi trabajo siempre había sido mi cable a tierra, la razón por la cual había peleado tantos años. Y en ese momento, ya no existía más. Hice un asentimiento mudo con la cabeza y fui a mi oficina a recoger mis cosas. Al entrar, me encontré con Melanie sentada delante de mi escritorio, sobre el que había una caja. Entonces, se puso de pie y corrió a mi encuentro con los brazos abiertos. Nos quedamos un momento sin decirnos nada, porque después de todo, ¿qué podíamos decir? Me aparté de ella y comencé a guardar todo. —Intenté persuadir a Julio pero no… —No importa, Melanie —le dije sin ganas—. Gracias de todas maneras. —Podrías empezar algo por tu cuenta. —La miré e intentó darme la mejor sonrisa que pudo—. Muchos clientes vinieron a la empresa solo por vos. Seguro que te contratarían aún sin un estudio detrás. —Sí, puede ser. Aunque primero necesito volver a mi eje. Fue allí cuando mi cabeza hizo un clic. Encontré la botella de whisky que Melanie había traído el día anterior y una serie de imágenes aparecieron en mi mente. Esa vez no se trataban de Mía, ni de nuestros momentos juntos; sino de otros recuerdos más oscuros. Gregorio tirado en el sillón de la casa; yo teniendo que juntar los pedazos de vidrio de las botellas rotas; las risas de sus amigos y el tintinear de los vasos; él entrando en la casa dando tumbos. Él sentado sobre la mesa, con una botella medio vacía, diciéndome que lo habían despedido del trabajo… El peso fue tal que mis piernas no me sostuvieron. Caí contra la silla, sin apartar la mirada de la botella. ¿En qué me estaba convirtiendo? Agarré la botella de whisky por el cuello y se la entregué a Melanie; ella negó con la cabeza, sin saber qué hacer con la bebida. —Tomala, regalala o devolvésela a Julio, pero sacala de mi vista, por favor. Cuando terminé de juntar mis cosas, me despedí de todos y usé por última vez el ascensor. Esa vez, las ganas de llorar no eran por ella, eran por mí. Por mi estupidez, por mi debilidad y por mi realización: mi padre tenía razón. Había cosas que no eran fáciles de manejar. * * * * * Todos estaban tomando alcohol, menos yo. Nos habíamos reunido en la casa de Axel para festejar el regreso del trío. Hubo una época en la que nos reuníamos constantemente, era mi único evento social, fuera de los que Olivia me hacía asistir. Y después de tantos años, volvíamos a estar los tres juntos. Aunque el festejo se oscureció cuando se enteraron de que me habían echado del trabajo. Estábamos reunidos en la mesa redonda de la cocina; sobre ella había tres tipos de pizzas diferentes, con varias latas de cerveza abiertas, algunas medio llenas y otras vacías. —¿Cómo te sentís? —me preguntó Lu, abriendo una nueva lata de cerveza. —Como un idiota… Yo dejé que esto me pasara. Esto es mi culpa. —En parte sí —me dijo mi amiga, recostando su espalda contra la silla y dándole un sorbo a su lata—, pero tenés que darte tiempo, ser más comprensivo con vos mismo. Ya va a pasar. La quería mucho pero en ese momento, esas últimas palabras causaron una chispa en mi interior, una bronca que empezó a carcomerme por dentro. Sabía que no era el único que había sufrido por amor pero parecía ser que la gente se olvidaba de lo que significaba. «Ya va a pasar», como si fuera algo sin importancia, como si ese dolor no me estuviera consumiendo día a día. ¿Se olvidaban de la sensación de desesperación? ¿De cuando la tristeza es tan grande que pareciera que estuviera a punto de ahogarnos? Todos me hablaban de tiempo. Que se trataba de una etapa, que ya iba a pasar, que nadie había muerto de amor. Imaginaba que no, pero el castigo que nos quedaba era peor que la muerte. Cada recuerdo de Mía era como un fantasma que se movía en la oscuridad, una oscuridad de la que intentaba escapar. Pero su gravedad era tan fuerte que mis intentos se desvanecían con cada respiro que daba. Y aunque el tiempo siguiera transcurriendo, con una cadencia lenta y ominosa, solo podía esperar al día siguiente. Al mañana en el que tal vez su recuerdo se desvaneciera. Al mañana en el que tal vez pudiera respirar sin esta sensación vacía. Sin embargo, cada noche mi reloj volvía a detenerse. Porque cuando cerraba los ojos, Mía estaba ahí. ¿Cómo podía olvidarme de ella si era la dueña de mi oscuridad? —Tenés que salir más —dijo Axel luego de un silencio que se extendió por más de la cuenta. Lu bufó negando con la cabeza y buscó una porción de pizza. —El dolor de Iván no se arregla enterrándolo con diversión. —¿Y qué esperás que haga? —se defendió—. En el amor siempre hay uno que ama más, uno que sufre más. No entiendo cómo todavía la gente sigue casándose. —Porque no se deja vencer por una relación fallida. Axel endureció su postura y puso en alto su frente. La sonrisa que antes tenía se vio difuminada por la seriedad que conquistó su rostro. —Gracias a esa relación fallida aprendí lo que era el amor —le respondió, dejando la lata de cerveza sobre la mesa y poniéndose de pie para buscar otra en la heladera. —No, Axel —le respondió Luana, siguiéndolo con la mirada—. Justamente esa relación que tuviste no fue amor. —¿Y vos qué sabés de amor? —replicó, acercándose a ella y señalándola con el dedo desde la altura—. Si anteponés tu trabajo por sobre todas las cosas. ¿Hace cuánto que no estás en una relación? —No te estoyatacando, Axel. Así que bajá ese dedito —le respondió, tomando el dedo índice de su amigo y apartándolo de su cara—. El amor es algo recíproco, que dos personas sienten en el momento justo. Cuando yo me enamoré de Ignacio, él no estaba listo para una relación. Eso no quiere decir que él no me quería, pero estábamos a destiempo. Tomamos la decisión de separarnos porque era lo mejor para los dos. —¿Te das cuenta que acabás de comprobar mi teoría de que en el amor siempre hay uno que ama más? —No, Axel. Escogés quedarte con la parte de la anécdota que más se ajusta a tu pensamiento, pero no es así. Como te dije, el amor es algo recíproco. Y no lo fue en ese momento, por eso nos separamos. En ese momento, Axel giró su cabeza y se me quedó mirando. Lu hizo lo mismo, los dos en silencio. —¿Qué? —¿Vas a aportar algo a la discusión? —me preguntó Lu. —Si no querías venir a mi casa, me lo hubieras dicho —agregó Axel. —Quiero estar con ustedes —les respondí pero ambos se dieron cuenta de la falta de credibilidad en mis palabras. —No lo parece. ¿Y sabés qué? —Hizo un silencio y miró a Lu, luego volvió su mirada hacia mí—. Es momento de que te diga la verdad de lo que pienso. Porque yo voy a estar a tu lado las veces que me necesites, sin importar si el problema por el que lo hagas persiste a lo largo de los años. No voy a juzgarte; mi trabajo como amigo es sostenerte, es ayudar a levantarte. —Respiró hondo y siguió—: Tu relación con Olivia era una mentira que ante el primer obstáculo verdadero, se disolvió en el aire. Dio la casualidad que fue Mía quien llegó a tu vida, pero podría haber sido cualquiera —dijo haciendo énfasis en esa última palabra—. Es hora de que empieces a soltar, man. —¿Es hora? —le respondí elevando mi voz. No quería hacerlo, sabía que Axel quería verme bien, pero tenía memoria selectiva—. No pasó ni una semana de que mi esposa me pidió el divorcio después de una relación de diez años. Nadie procesa algo tan importante en cuestión de días… Ni siquiera vos, Axel. ¿O te olvidaste de todo lo que sufriste por Florencia? —Axel tiene razón, en parte —agregó Lu, dándole el espacio a Axel para poder volver a sentarse y concentrarse en su nueva lata de cerveza… sin responder mi pregunta—. Entendemos perfectamente el dolor que estás sintiendo en este momento, todos hemos pasado por una ruptura. Sin embargo, siento que la razón por la que te estás aferrando al pasado con Mía, es porque ese dolor es mucho más fácil de digerir que el otro. Aquello me tomó por sorpresa. —¿De qué otro dolor estás hablando? —Desde joven quisiste formar una familia, y lo entiendo, era tu manera de lidiar con la realidad que te hizo vivir tu viejo. Pero te olvidaste de vivir. No estamos diciendo que no hayas querido a Olivia, porque sabemos que lo hiciste, pero regalaste más de diez años de tu vida a una ilusión. El amor no se construye, está o no. Hay que cuidarlo, por supuesto, pero eso no era lo que estabas haciendo con Olivia. —Sea como sea —le dije, bajando la mirada—, ella no se merecía lo que le hice. —No —dijo y estiró su mano por encima de la mesa para sostener la mía—. Pero ya está. Ahora hay que empezar a trabajar para seguir adelante. —¿Y qué sugerís que haga ahora, entonces? —le pregunté, medio a la defensiva. Axel se cruzó de brazos y miró a Lu; ella revoleó los ojos como si ya supiera lo que estaba por decir. —Podrías intentarlo —respondió con una sonrisa—. Salir con alguien, charlar de la vida, sin ataduras… Lo que sea para evitar que te sigas perdiendo a vos mismo. Y era cierto, lo estaba haciendo, absorbido por la oscuridad de la ausencia de Mía. La libertad que en algún momento había tenido, en ese momento me esquivaba y se había convertido en unas cadenas que me retenían en una realidad que ya no existía y que probablemente nunca más lo hiciera. La pregunta era si quería que lo hiciese. Mi memoria llegó al momento del atardecer en la playa, cuando la sonrisa se borró de sus labios. Cuando sus ojos verdes se congelaron y el tono de su voz se convirtió en una daga filosa. Y por más que lo intenté, por más que respiré profundo y sacudí mi cabeza, las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas. «No quiero estar con vos». «No quiero estar con vos». Su voz era como un eco. Y cada vez que la escuchaba, más me hundía en un pozo oscuro, un abismo inmenso en el que comenzaba a difuminarse la salida. La oscuridad había empezado a rodearme, a penetrar mi cuerpo, a asfixiarme. Me sentía preso de mi propio dolor, como si todo de repente se hubiera puesto en pausa. ¿Qué pasaría si en el futuro Mía volvía a mi vida? Mientras que por un lado, una parte de mí quería entrar en razón, hacerme comprender que aquello había ocurrido por una razón, mi otra parte ya sabía la respuesta. La esperaría para siempre. CAPÍTULO 8 Aunque mi mente se quedó en pausa, el mundo siguió su curso. La gente continuó con su vida, las reuniones siguieron sumándose, las visitas, las charlas, los cumpleaños… El tiempo parecía ser una nueva forma de tortura, una tortura que trataba de apaciguar con otras desconocidas. Sin embargo, cada día que pasaba era un constante recuerdo de que Mía no era parte de mi vida y a eso se sumaba la incertidumbre de si algún día lo sería nuevamente. Aún tenía una leve esperanza; sabía que existiría siempre la posibilidad de volver a vernos, de que tuviéramos una segunda oportunidad. Pero al mismo tiempo, me daba cuenta de que el tiempo seguía transcurriendo, los meses se apilaban unos sobre otros y yo no tenía noticias de ella. ¿Qué estaría haciendo? Durante las horas del día, me enfoqué en un nuevo proyecto. Necesitaba una casa, un lugar al que pudiera llamar hogar. Usé el dinero de la indemnización para empezar una construcción en un barrio cerrado de Pilar, alejado de gran parte de mi círculo interno. Siempre había querido experimentar la tranquilidad de un country, aunque en ese momento, la razón que más preponderaba era que quería alejarme de todos. Al principio, fueron las miradas de compasión mezcladas con confusión cuando se enteraron de lo que le había hecho a Olivia. Después fueron las expresiones: «ya se te va a pasar», «esto es una etapa», «es cuestión de tiempo»… Me cansé de escucharlas. Me cansé de que creyeran que eso era un consuelo, nada lo era para ser sincero. Luana me empezó a llamar a diario cuando me fui de su departamento; al principio la atendía, hasta que me cansé del tono de su voz y la pregunta «¿cómo estás?». Sabía que lo hacía de corazón, que se preocupaba por mí pero, ¿cuánto tiempo más podía seguir hablando de lo mismo? Mía era una constante en mi vida y eso era lo que nadie entendía. No era una etapa, no era una cuestión de tiempo y definitivamente no se me iba a pasar. Era algo aferrado a mi alma, a mi corazón. Uno se da cuenta cuando una persona aparece en tu vida para cambiártela por completo, lo sentís en los huesos, lo sentís en las lágrimas que te desgarran, en la tristeza que nunca se va. Y Mía apareció en vida para quebrarla en mil pedazos, y cada una de esas partes le pertenecía a ella, incluso las que ni siquiera sabía que existían. No podía seguir hablando de lo mismo porque nadie lo entendía, así que empecé a mostrar un rostro que no era el mío, una sonrisa que no era real y un silencio que se sentía más mío. Empecé a atender a Lu día por medio, excusándome con que estaba muy «contento y concentrado en la casa», que avanzaba muy bien. A Axel le empecé a patear algunas reuniones en su casa, que solía hacer cada fin de semana, pero yo terminaba yendo dos veces al mes, con suerte. Juana y Ema fueron un poco más difíciles de evitar, porque si no les respondía una llamada, al otro día ya estaban en la puerta del barrio cerrado, pidiendo autorización para entrar. Con Gregorio fue otro tema. Al darlo de alta en el hospital, empecé a pasar más seguido por su casa, para asegurarme de que tuviera todo lo que necesitaba. Al principio solo fue una compra en el almacén de la esquina, después se sumaron las invitaciones a almorzar que luego se convirtieronen una costumbre. Con él no me sentía avergonzado hablando de un tema tan repetitivo; de hecho, sentía que solo él podía comprenderme. Él era el único que no me decía esas frases comunes, el único que me daba una palmada o me agarraba la mano en silencio, sabiendo que ninguna cosa que dijera me borraría su recuerdo. Y así fue que sin darme cuenta, empecé a llamarlo de vuelta «papá». Un día llegaron los papeles de Olivia. Parecían ser un simple documento pero en ellos estaba el testimonio de una relación de años que se había roto, de una relación que había sufrido el huracán Mía Hunter. Con el tiempo, comprendí que siempre había amado a Olivia, pero no en la forma en que ella se merecía. Fue una gran amiga, un soporte cuando más la necesité y por la cual hice todo lo que estaba a mi alcance para hacerla feliz. De eso estoy seguro, al menos, mientras que todo estuvo en pie. Y me dolía en el corazón haberla lastimado de esa manera. Si tan solo hubiera sido sincero, si tan solo hubiera asumido lo que me pasaba… Ella me dejó la casa de Cariló pero yo no quería saber nada con ella. Y si bien era lo único que tenía como recuerdo físico del paso de Mía por mi vida, pensar en volver a esa casa me partía el corazón. Le empecé a sugerir a mi padre que se mudara, que un cambio de aire le vendría bien a su vida. Al principio no quería saber nada, pero después lo empezó a considerar. Y así, los días siguieron pasando, los meses se acumularon… Una Navidad en lo de mi padre, el Año Nuevo en lo de Juana con toda mi familia, otra Navidad en un restaurante de Puerto Madero y otro Año Nuevo pero esta vez, en mi nueva casa. Mis vecinos empezaron a acercarse a medida que la construcción iba tomando forma, dándose cuenta de que yo era el único que daba indicaciones en la obra. Pronto se esparció por el barrio que era un arquitecto y me empezaron a llegar consultas. Ema me alentó a dejar de dar consejos y empezar a cobrar por mis conocimientos. Nunca se me había ocurrido hacer algo por mi cuenta, pero ¿qué tenía que perder? Alquilé una oficina en el centro y si todo salía bien, me construiría una propia. Dos años pasaron, aunque para mí era el mismo día que se repetía una y otra vez. Y como había hecho el año anterior, me acerqué nuevamente a Puerto Madero, al sitio exacto donde había visto a Mía por primera vez. A pesar de que me decía que era solo para recordar, sabía que la estaba esperando. Esperaba que ella también algún día se acercara a ese sitio, buscándome, porque finalmente se iba a dar cuenta de que yo era el hombre para su vida, que eso que me había dicho que no sentía no era verdad. Que me amaba tanto como yo y que el paso del tiempo no había importado. Respiré hondo y saqué el celular de mi bolsillo. Mi corazón ya sabía lo que iba a hacer, siempre me pasaba cada vez que entraba en su Instagram. Ella me había bloqueado de su vida pero Quimey, su mejor amigo, no. Así que cada noche, miraba sus historias, con la ilusión de que algún día ella estuviera en alguna. Quería ver cómo estaba, saber qué era de ella… Y ese día se me cumplió el deseo, solo que me provocó un escalofrío que me recorrió toda la espalda y me dejó paralizado. Los ojos se me llenaron de lágrimas y las manos empezaron a temblarme. Quimey estaba yendo a un #CasamientoHunter en Cariló. No… No… ¡NO! Mía no podía estar casándose. No. Lo que ella me había dicho en Cariló era una mentira, ella realmente estaba enamorada de mí. No había jugado conmigo para sacarse las ganas, para pasar el tiempo. Ella me pensaba como yo, ella… Mía estaba por casarse con alguien más. ¡Casarse! En esos dos años en los que no había hecho otra cosa más que pensar en ella… Y ella, mientras tanto, estaba felizmente en pareja. Se besaba con alguien más, hacía el amor con alguien más. No cualquiera, no hombres al azar como me había dicho. No. Había elegido a alguien, a alguien que no era yo. ¿Por qué mierda la seguía esperando? ¿Qué papel estaba haciendo? Mi vida se había convertido en un constante recuerdo de ella, una permanente lucha contra mis recuerdos y mis sentimientos, con batallas internas entre seguir esperándola y dejarla ir. ¿Pero a quién mentía? Jamás podría soltarla, porque mi vida no tendría sentido si ella no formaba parte. Aunque sea desde un recuerdo. Aunque sea desde el dolor. ¿Y ella? Ella había comenzado una vida nueva. Otra con alguien más. Otro que le decía que la amaba, otro que la acariciaba y la besaba. Mía había seguido con su vida como si no hubiera destrozado la mía, como si ella no fuera dueña de las cadenas que me ataban a ella, que me mantenían aferrado a su amor. El nudo en mi estómago se convirtió en una bola de fuego que aumentaba de tamaño cada vez que la imaginaba con otro hombre. El dolor de su ausencia, la bronca por su nueva situación y la tristeza de que mi ilusión no se llevaría nunca a cabo, aumentaban el tamaño de esa bola, que empezó a conquistar cada resquicio de mí. Ella me había destruido la vida el día que jugó conmigo en mi casamiento. Y yo pensaba hacerle lo mismo. CAPÍTULO 9 Cuando atravesé la puerta de la casa de Cariló, sentí como si alguien me hubiera enredado los dedos en la garganta y no me dejara respirar. No imaginé que una sensación como esa me fuera a invadir con un acto tan simple y sencillo como abrir una puerta. Pero no se trataba solo de eso. A través de esa puerta, estaba abriendo literalmente un mar de recuerdos. Un maremoto de sensaciones. El huracán Mía. Esta casa había sido el símbolo de mi libertad. La vez que había tomado la decisión de venir a buscarla, de intentar estar con ella alejados del mundo. Fue cuando elegí dejar atrás mi vida para vivir la felicidad con ella… Y por supuesto, también fue el lugar donde toda mi vida se había quebrado, donde me habían quedado los pedazos de corazón que Mía había destrozado. Y ahora ella se casaba. Cerré la puerta con fuerza y entré a la casa. No pensaba quedarme, no sabía bien por qué había optado por entrar, pero no estaba tomando buenas decisiones, así que no me sorprendía. Tal vez quería volver a sentir todo eso que había pasado hacía dos años o tenía la pobre ilusión de que volvería a suceder. No. Mía iba a saber lo que significaba que jugaran con uno, era su momento de pagar las consecuencias de nuestra aventura. Yo no iba a sentir nada, iba a ser como un mármol, como la viga que sostenía a una casa, aunque los cimientos no estuvieran del todo firmes. Me había reservado dos días en un hotel de la zona; no quería quedarme más tiempo porque no lo iba a necesitar. Esto iba a ser un trámite, una forma de recuperarme de los destrozos de esa mujer. Y cuando me asomé a la ventana que daba a la playa, todo mi cuerpo sintió el cimbronazo al verla. No se trataba de una ilusión o de los fantasmas que solía ver en la oscuridad. Esa que estaba en la orilla del mar observando el visor de su cámara fotográfica, era Mía. Mentiría si dijera que mi cuerpo no se revolucionó al verla, que mis piernas empezaron a temblar tanto que tuve que sentarme frente a la ventana, que mi corazón me latía tan fuerte que no entendía de dónde sacaba las fuerzas, que mis ojos se llenaron de lágrimas… Era como si el tiempo no hubiera pasado. Era como si de repente, mi mente se hubiera olvidado de todo. ¿Por qué estaba actuando de esa manera? ¿Por qué hay situaciones en las que únicamente podemos acordarnos del dolor y nos sumergimos más en el abismo oscuro de la tristeza, mientras que en otras oportunidades, solo nos acordamos de los buenos momentos? Sentí el impulso de correr hacia ella. Estuve a punto de abrir la puerta para volver a tenerla en mis brazos. La hubiese besado hasta que me quedara sin respiración, le hubiese hecho el amor ahí mismo… Pero entonces, tragué saliva al volver a sentir el dolor de aquel atardecer en esa misma playa, cuando le entregué mi corazón y ella lo arrojó al mar para que se ahogara. Cuando me dijo que no quería saber nada conmigo. Cuando me confesó que solo quería coger. Cuando no le importó el destrozo que había hechoen mi vida. Eso había sucedido hacía dos años, pero fue real. ¿Por qué mi cuerpo me traicionaba de esa manera? ¿Por qué rechazaba todas esas sensaciones que había sentido aquella tarde? ¿Por qué permitía perderme en ella? ¿Por qué me olvidaba de mí? Respiré hondo para volver a centrarme y recordar el motivo de mi estadía en Cariló. Volví sobre mis pasos y dejé atrás esa casa. Si mi padre llegaba a decidir vivir en ese lugar, iba a tener que hacer algunos cambios edilicios. Yo no toleraría pasar tanto tiempo ahí, en ese sótano de malos recuerdos. Después de hacer el check in en el hotel, decidí sentarme en el bar que se encontraba a unos pocos pasos. Ordené una cerveza para ayudarme a pasar el trago amargo y también, para darme el valor que necesitaba para lo que tenía planeado hacer. Después de que el mozo me dejara la botella sobre la mesa y tras haberle dado un buen primer sorbo, saqué el celular y abrí la aplicación de WhatsApp. La adrenalina empezó a correr por mi cuerpo apenas tipeé su nombre en el cuadro de búsqueda y mi mente empezó a crear situaciones que todavía no habían sucedido, pero que ansiaba que pasaran. Mientras los dedos se deslizaban por las teclas, se me hizo un nudo en el estómago y me obligué a respirar hondo antes de presionar la tecla celeste. Iván: Estabas hermosa hoy. Me quedé mirando la pantalla con la respiración entrecortada, como si hubiera estado corriendo una maratón, hasta que finalmente vi las dos tildes que indicaban que el mensaje había sido enviado. Bloqueé el celular y volví a darle otro sorbo a mi bebida, mientras rebotaba el pie contra el suelo del deck. Fingí observar a mi alrededor, pero mi mente estaba enfocada en el celular que estaba sobre la mesa, esperando ansiosa que hiciera un sonido. Otro sorbo más y no pude aguantar. Lo volví a desbloquear para ver si estaba en línea. Como tenía la opción de no mostrar su última vez conectada, solo podía hacer conjeturas sobre si había visto el mensaje o no. Y probablemente, tampoco tenía la opción de confirmación de lectura, lo que hacía de eso una tortura. Fue en ese momento cuando su estado pasó a «en línea» y volví a experimentar lo mismo que había sufrido en la casa de Cariló. ¡Por favor! Solo tenía abierta la aplicación, no era que efectivamente la tenía enfrente de mí. ¿Cómo mi cuerpo podía ser tan idiota? Pero no me contuve, así que le envié el segundo mensaje. Iván: ¿Vas a ignorarme? Y todo mi mundo volvió a desestabilizarse cuando apareció la palabra «escribiendo…». Mía: No sabría qué decirte. Iván: Un «gracias» no estaría de más. Acabo de halagarte. Mía: De una forma un tanto perversa. Iván: No es mi culpa que la vida nos siga atrayendo hacia el mismo lugar. Mía: ¿Estás en Cariló? Iván: Así es. Te vi en la playa y no pude evitar mandarte un mensaje. Mía: ¿Qué te trajo para acá? Iván: Quería despejarme un poco… Estoy en el bar Hemingway. ¿No querrías darte una vuelta? Después de enviarle ese último mensaje, me di cuenta de lo que estaba haciendo: si no era capaz de controlar las reacciones de mi cuerpo solo con verla a la distancia o cuando me respondía de forma virtual… ¿Qué iba a hacer cuando la tuviera enfrente? Existía una gran posibilidad de que me olvidara de todo. De todo el dolor que había sentido en esos dos años, de la tristeza y el sin sentido que había sido mi vida sin su presencia. Probablemente volverían a mí las ilusiones, las posibilidades de una vida juntos si tan solo esperaba el tiempo necesario. Si tan solo era paciente, si tan solo seguía anclado a un pasado. Me obligué a recordarme que ella estaba con otro hombre. Que después de haberme destrozado la vida, ella había seguido con la suya sin ningún tipo de problemas; que se había arrojado a los brazos de alguien más, alguien al que sí había elegido, alguien al que sí amaba… No me amaba a mí. Me repetí esas palabras una y otra vez, por si a mi mente se le ocurría traicionarme. Pasaron unos minutos que se sintieron como horas eternas hasta que la vi acercarse al deck. Nuevamente, la sensación de ahogo, como si esperara que ella viniera a rescatarme de ese mar de sensaciones que no era capaz de asimilar. Aparté la mirada con rapidez y me obligué a respirar hondo más de una vez, repitiéndome que no me amaba. Recordándome por qué estaba ahí. Y una vez que me recompuse, giré mi cabeza y levanté la mano. —Mía —le dije y sus ojos se cruzaron con los míos. Parecía como si una manada de caballos estuviera galopando sobre mi pecho. Su cabello de fuego estaba sujetado en una coleta en lo alto de su cabeza, pero unos rizos cobrizos le enmarcaban la cara. Su mirada siempre había dicho más que sus palabras y en ese momento, sus ojos esmeraldas estaban bien abiertos, expectantes y sin comprender qué era lo que estaba sucediendo. Ella se acercó con cautela, como midiendo cada paso que daba hacia mí, hasta que se sentó en la silla que tenía enfrente. Pude sentir un aroma a jazmín y sin darme cuenta, cerré los ojos para grabarme ese aroma en mis recuerdos. —¿Qué querés tomar? —le pregunté levantando la mano, pero esa vez para llamar al mozo. —Sprite —me dijo y no pude evitar mirarla sorprendido, pero no iba a dejar que nada que hiciera me afectara, así que me encogí de hombros. Cuando el mozo se acercó, le pedí su bebida y otra cerveza para mí. —¿Qué haces acá, Iván? —me preguntó una vez que estuvimos solos. Los recuerdos… —¡Cómo te gusta preguntarme eso! —dije con un esbozo de sonrisa y me acomodé para sacar el atado de cigarrillos del bolsillo. Lo encendí y le ofrecí otro. Mía frunció el ceño. —No fumabas —me dijo con un tono de voz frío. Me encogí de hombros. —Ahora fumo. —Yo lo dejé. Gracias. Entonces, me guardé el cigarrillo que le había ofrecido y le di una pitada al mío. —Es una noche tranquila —comenté y observé las estrellas, intentando no perder mi autocontrol en su mirada. —Lo es. Aunque extraña a la vez. —La miré—. Seguís sin decirme qué hacés acá. —Te dije. Quería relajarme y el hotel Ayres de Mar Cariló es ideal para eso —respondí volviendo la mirada al firmamento cuando sentí que mi corazón intentaba latir por ella, desesperarse por ella otra vez. —¿Justo en Cariló? Hice un esbozo de sonrisa al regodearme en mis pensamientos. Si podía apartar mis sentimientos por unos momentos y observar la situación de la manera más objetiva posible, sería capaz de ver algo diferente. Mía no me estaba atacando, más bien se estaba defendiendo. Volví a mirarla. —¿Qué tiene? Fingió una risotada y se cruzó de brazos. En ese momento, llegó el mozo con su Sprite y esperó a que se fuera para retomar la conversación. —¿Qué tiene? —me preguntó, irónica—. ¿No te acordás de todo lo que pasó hace dos años? —Me gusta que lleves la cuenta —mi tono de voz reflejó una ironía que no era sincera. Claro que me gustaba. —A mí no. Y esa respuesta me confirmó lo que estaba pensando: esto la estaba afectando. Y aunque una parte de mí comenzó a deslizarse por el abismo, acercándose a esos sitios donde ella y yo habíamos sido felices -o lo más felices que pudimos en tan corto tiempo-, me obligué a recordar que ella estaba a punto de casarse. —¿Cómo te trata la vida? —le pregunté. —Estoy bien. Gracias. ¿Cómo estás vos? No me dijo que estaba a punto de casarse… Interesante. —Disfrutando de la vida —contesté, elevando el vaso de cerveza y buscando el de ella, pero no respondió a mi gesto—. ¿No estás contenta con la vida que tenés ahora? Dejé mi mano tendida en el aire, esperando a su reacción, pero no hubo ninguna. Volví a encogerme de hombros y brindé con el aire mismo, con mi propia perdición. Pero entonces, terminó extendiendo su vaso y lo chocó con el mío. —¿Cómo está el negocio de la fotografía? —Bien, por suerte —me respondió, apartando la mirada por unos momentos—. ¿Tu trabajo? —Tengo mi propia oficina y construí mi casa en un barrio cerrado de Pilar. —Felicitaciones. —Muchas gracias —le dije con un leve asentimiento de cabeza. Después nos abordó un silencio incómodo. Ninguno de los dos supo qué decir ynos distrajimos con nuestras bebidas. ¿No iba a decirme que estaba a punto de casarse? ¿Me tenía que importar si me lo dijera o no? ¿Significaba algo su silencio? No me amaba. No me amaba. —¿Estás con tu familia? —le dije después de darle una pitada a mi cigarrillo. —¿Te importa? —Su tono me demostró que se había dado cuenta de que estaba intentando sacarle información. ¡Maldita sea! Le di un largo sorbo a mi cerveza y la terminé—. A mí me gustaría salir de viaje. Tal vez programe alguno para el año que viene. —Es hermoso viajar. —Tenía que decirle algo que la tentara, volver a tener el control de la conversación. Agregué—: Sobre todo, en solitario. Sus ojos se abrieron de par en par, incluso su boca también lo hizo y al darse cuenta, se recompuso pero ya me había dicho todo lo que necesitaba. Volvía a tener el control. —Bueno —me puse de pie y apagué el cigarrillo contra el suelo—, supongo que ya es hora de irme. Me alegra saber que estás bien. Extendí mi mano para saludarla, tratando de no reflejar la preparación que estaba procesando internamente. Pero cuando sus dedos volvieron a rozar mi piel, todo mi interior se estremeció, incluso pude sentir una puntada en la entrepierna. Sin darme cuenta, jalé de su mano para que se pusiera de pie y le sonreí. —Hasta alguna próxima vez —dije con toda la fuerza de la que fui capaz. Entonces, volví a recordar el dolor, la oscuridad, la tristeza y preparé mi corazón para lo que estaba a punto de hacer. Acerqué mis labios a su mejilla, a unos peligrosos escasos centímetros cerca de la comisura de su boca. Y me fui antes de que pudiera colapsar allí mismo. CAPÍTULO 10 «Necesito verte». Esas fueron las palabras que aparecieron en el mensaje de mi celular. Tuve que concentrarme mucho para no perder el hilo de mis pensamientos. No pasé una buena noche, no después de haberla visto después de tantos años. Mantener esa postura de frialdad frente a ella había sido lo más difícil que tuve que hacer. No, eso no fue lo más difícil. Lo más difícil fue contener mis sentimientos hacia ella. Eso era algo que sinceramente pensé que no iba a poder hacer, que el amor que sentía por ella sería más fuerte. Pero resulta ser que cuando uno deja que su cabeza se encargue de la parte racional, todo empieza a encajar de manera mucho más calma. Porque no me permití olvidarme de las cosas que sucedieron entre los dos, las cosas malas. Tal vez algunos lo llamen masoquista, pero la realidad es que esa era la verdad. Y si bien la verdad duele, la ignorancia tiene sus consecuencias a la larga, y son mucho peores. Así que preferí hacerme mierda con la verdad, que vivir colgado de una ilusión que solo existía en mi cabeza. Y esa mujer había jugado conmigo, se había metido en mi vida para saciar sus instintos sin importarle qué podía pasarme. Puede que la venganza no haya sido la mejor decisión, pero fue la que a mí me permitió avanzar. Estaba cansado de estar en pausa. Así que agarré el celular y le escribí: Iván: ¿Qué estás esperando? Mía: Que me digas el número de habitación. Respiré hondo. Había llegado el momento donde debía poner a prueba mi verdadero control y dar comienzo a la venganza. Le envié el número y me quedé de pie frente a la puerta, esperando a que llegara. Cada vez que mi corazón se aceleraba por la emoción, le recordaba las noches de llanto, de alcohol y de sexo que había tenido que pasar para no ahogarme en la tristeza. Entonces, el corazón escuchaba y se tranquilizaba. Pero bastaba con volver a pensar en Mía subiendo por el ascensor y golpeando a mi puerta, para que volviera a desesperarse y tuviera que hacer el procedimiento una y otra vez. Cuando oí el golpe en la puerta, un escalofrío me recorrió la espalda. Pero la abrí sin pensar demasiado y al verla allí, con su cabellera enrulada y sus ojos verdes atravesándome… Todo eso que había construido, comenzó a tambalearse. Mis manos atravesaron el umbral y capturaron su rostro para que nuestros labios volvieran a unirse, y en el momento que lo hicieron, el mundo volvió a girar. Sentí que respiraba de nuevo, que alguien me había sacado un peso enorme del pecho. Alguien no. Mía. La mujer que vino a mi casamiento y me dijo que me hubiera permitido arrancarle el vestido, justo después de una sesión de fotos con mi esposa. La mujer que me tentó con sus mensajes esquivos y que me pidió vernos nuevamente; que intentó besarme en mi propia casa, la casa en la que vivía con mi esposa. Mi cabeza volvió a enfocarse y arrojé a Mía sobre la cama, sin siquiera mediar palabra. No sabía si era la bronca la que enredaba las palabras en mi garganta o era mi miedo de decir algo que no debía. Cada vez que mis dedos rozaban su piel, tenía que recordarme el dolor que había padecido luego de sus palabras. De las noches que pasé sin poder dormir por pensar en ella sin parar. Hubo un momento en que lo único que quería hacer, era entumecer la tristeza y olvidarme de todo. Pero ese había sido mi error. Porque si me hubiera recordado que la situación en la que me encontraba era por culpa de ella, que era la consecuencia de haber estado juntos… me hubiera dado cuenta del tiempo que estaba perdiendo por una persona que no lo valía. Cada vez que la escuchaba gemir, cuando mis dedos o mi lengua jugaban con su punto de placer, me acordaba de cada botella que había tomado, de cada decisión errada que había elegido como consecuencia de ese estado. De que había perdido el trabajo por el que había peleado por tantos años. Ella era la culpable de todo y aun así, las piernas se me aflojaban cuando sus dedos se enredaban en mi pelo o me sostenían por el cuello. Me acordé de nuestra primera vez en su casa, cuando sin lugar a dudas ella me había confesado que era mía. Mía y de nadie más. Que su corazón era mío. Porque ahí había entendido las murallas que había construido a su alrededor y percibí cómo se olvidaba de ellas en el momento más vulnerable. Cómo mi llegada a su vida le había hecho replantearse cosas. Cosas que nunca me dijo, pero que sé que atravesaron su mente porque su mirada hablaba hasta en los silencios. Sobre todo, durante el fin de semana en Cariló. Ese fin de semana donde todo se terminó, donde ella quebró todas las partes que eran posibles, incluso las que no, y las arrojó al océano para perderse en el abismo de la oscuridad. Una oscuridad que se había convertido en mi amiga por todo ese tiempo, o en realidad, una enemiga que me devoraba día y noche, hasta no dejar nada de mí. Mi mente iba y venía de un lado a otro, ocasionando que mi corazón se confundiera. No podía permitirme abandonar el control en ese momento. Por eso agarré a Mía por la cintura y la volteé, porque si seguía mirándola a los ojos, iba a perder la cordura. Me apresuré a quitarme el pantalón y a ponerme el preservativo; las manos me temblaban, la respiración se me aceleraba… Y entré en ella. Un maremoto de sentimientos empezó a enredarse en mi cabeza, en mi corazón; eran tantas sensaciones y tan intensas, que no era capaz de asimilar ninguna de ellas. No me permití hacerlo tampoco. Solo me concentré en mi movimiento rápido y fuerte, solo en mi punto de placer. Solo en el mío, como si ella no fuera la dueña de mi placer. No. Solo yo, solo la sensación del roce de piel, solo el vaivén desesperado hasta que sentí cómo mi orgasmo se formaba y se acercaba al borde de un risco, hasta arrojarse al vacío. Me aparté de ella cuanto antes, antes de que mi mente pudiera volver a asimilar que había estado haciéndole el amor a Mía. No, el amor no. Que la había estado cogiendo. Me fui al baño para deshacerme del último rastro de nuestro momento juntos y me lavé la cara, para que el frío me siguiera anclando a esa realidad, a ese momento de venganza. Cuando volví a la habitación, encendí un cigarrillo y me recosté a su lado. Ella se había acomodado en la cama pero su silencio era la prueba de que mi venganza había tenido éxito: ella no esperaba que yo me comportara de esa manera. —Estás muy callada —le dije, observando cómo la nube demi cigarrillo se formaba delante de mis ojos. —Estoy aturdida —me confesó. Vi la intención de acercarse a mí, de recostar su cabeza contra mi pecho, pero me acomodé sutilmente para que no tuviera espacio. —¿No era lo que querías? —le pregunté con un asomo de sonrisa. Giré para mirarla a los ojos, para que viera que eso era el resultado de nuestro pasado. Ese nuevo Iván vacío y despojado. —Sí —me respondió, confundida—. Quería verte. —Bien —le dije, y le volví a dar una pitada a mi cigarrillo, depositando la mirada nuevamente en el techo. —Perdón. De repente, un cortocircuito hizo desactivar el proceso de mis pensamientos. Me olvidé de la venganza, me olvidé del dolor que tenía y me concentré en esa palabra que acababa de oír. ¿Mía estaba arrepentida? ¿Se había dado cuenta de lo que me había hecho? Sí, después de aceptar el casamiento de otro hombre. Me reí de mi estupidez y le di otra pitada al cigarrillo. —¿Por qué? —le pregunté, haciéndome el desentendido. —Por haberte hecho daño. Volví a reírme. ¿Qué sabía ella del dolor? —¿O sea que eras consciente de lo que me estabas haciendo? Nuestras miradas se encontraron. —Siempre fui consciente de lo que nos pasaba. Solo que no tenía el coraje necesario para enfrentarlo. —Me encanta que siempre encuentres otras palabras para no decir lo que de verdad te pasa. —Yo también estaba enamorada —me confesó, con un leve temblor en la voz. Me estaba mintiendo. —¿De mí? —reí, incrédulo. —Sí, ¿de quién más? —¿De vos? Porque no te importó en lo más mínimo lo que me pasaba a mí. Me levanté con la excusa de tirar el cigarrillo, cuando en realidad quería alejarme de ella. Mis pensamientos habían vuelto, los buenos y los malos. —Tenía miedo. Ya te lo dije —me dijo, ya con su vestido puesto. —¿De intentarlo? —¿Por qué te cuesta tanto creerlo? ¿Es que ella no había estado presente en ningún momento de nuestra historia juntos? Me aparté de la ventana y me acerqué a la cama, inclinándome sobre ella y acusándola con mi dedo índice. —Después de ese fin de semana en Cariló, mi vida entera cambió. ¿Y sabés qué es lo más gracioso? Que no me hubiera importado si al menos hubieses estado conmigo. Pero perdí a todos y quedé como un idiota. —Y de idiota había pasado a ser el animal herido al que todos miraban con lástima—. Olivia presentó el divorcio y toda su familia dejó de hablarme. Era gente que quería, con quien había pasado gran parte de mi vida. Pero nadie más me habló. Ni siquiera mi propia familia. —Eso no era del todo cierto, se habían enojado, sí, pero Mía necesitaba entender el impacto de su vida en la mía—. Todos se molestaron por mi decisión. Me decían… iluso, estúpido, calentón por haber dejado que una mujer como vos me conquistara. Por haber caído en tus redes. ¡Hasta salió el primo de Olivia a decir que habías cogido con él en el casamiento! ¿Y todo por qué? Solo para satisfacer tu hambre sexual. Para que me usaras como un juguete. —¡No! —me dijo, poniéndose de pie y acercándose a mí—. Yo no te usé. Yo quería liberarte. —¿Liberarme? Yo no estaba encerrado en mí mismo como vos. —Eras preso de un ideal efímero. Creías que eso era lo correcto pero en realidad, no querías estar con Olivia para toda tu vida. Quería demostrarte que podías vivir tu vida bajo tus propios términos. —¿Y quién sos vos para enseñarme eso a mí? —le pregunté con un nudo en la garganta. Me abalancé sobre ella y ella retrocedió—. ¿Vos me querías enseñar a vivir la vida? ¿Vos que no tenés idea de lo que es vivir? Otra vez mi control fue puesto a prueba cuando Mía empezó a llorar. Pero no tenía que engañarme, no estaba llorando por mí, era por ella. Por la culpa. Se acercó a mí y no pude moverme, tal vez por el miedo a arrojar mis brazos alrededor de su cuerpo y consolarla. Ella me sostuvo el rostro entre sus manos y me miró fijo a los ojos. —Perdón. Perdón… Sé que no alcanza esto. Sé que es tarde. Pero créeme, por favor. Yo sentía lo mismo por vos... ¡Mierda! Todavía lo siento. Iván… Te amo. No. No. No. Lo estaba diciendo por la culpa, por la realización de lo que había causado en mí. No era cierto, nada de lo que decía era cierto. No podía estar diciéndolo en ese momento. Estaba jugando de vuelta conmigo, eso era. Capaz se había cansado de su nuevo juguete y quería volver con el que había tirado por el vacío. Pero este estaba roto y cansado. Aparté sus manos de mi rostro y me alejé. —Ahora es tarde, Mía. Siempre tarde. Porque por más que fuera cierto… ¿qué hacía con todo el dolor que había sufrido? ¿Me lo tenía que olvidar y ya está? ¿Se suponía que me tenía que olvidar de los dos años que pasé sufriendo su ausencia? No, ya no me podía hacer eso. Ya era tiempo de soltarla. Miré por la ventana para darle la espalda, para mí eso ya era un caso cerrado. —No creí que fuera capaz de volver a enamorarme. Estaba aterrada de hacerlo. Solo una vez en mi vida me enamoré y me traicionaron de la peor forma. Con él me iba a casar, tener hijos, toda nuestra vida planeada. Y me engañó. Hay imágenes que no se borran tan rápido de la mente. Tal vez, hubiera preferido encontrar un mensaje de texto que verlo a él cogiéndose a otra mina. Giré para volver a mirarla a los ojos y encontré un dolor genuino en su mirada. Esa era su herida, ese era el dolor que la había dejado a anclada a un pasado. Ella siguió hablando: —Me dolió tanto que intenté quitarme la vida. No podía imaginarme una vida sin él. Tenía miedo de que me volviera a pasar. ¿Pero sabés qué? Ya no me importa. Una parte de mí se quebró al escuchar aquello, al ver de qué era capaz una herida de amor. ¿Hubiera sido capaz de terminar mi vida porque ella no estaba en la mía? De alguna manera, lo había hecho. Cuando sentí sus labios sobre los míos, me aparté con rapidez. Si la dejaba entrar en ese momento, no la dejaría ir nunca. —¿Sabés qué hice en todo este tiempo? —le dije, aferrándome al dolor que sentía en el pecho—. Me cogí a cuanta mina se cruzó por mi camino. Aprendí la manera de conquistarlas y también la forma de despedirlas a todas, siempre queriendo más, y nunca dándoles nada. ¿Y sabés qué descubrí? Que soy muy bueno y que todas, por alguna razón, siempre quieren volver… Y que disfruto rechazándolas. ¿Eso te pasaba a vos? —No. Yo no… —¿No querías eso? ¡Por favor! El primo de Olivia me dijo cómo lo llevaste hasta ese cuarto, cómo quiso volver a hablar con vos y ni siquiera le dirigiste la palabra. —¡Porque te quería a vos! —me gritó—. Quería que fueras vos quien me diera placer. ¡Pero acababa de sacarte fotos con tu esposa! No entendía qué me estaba pasando. ¡Yo ni siquiera hacía ese tipo de fotografías! Y las hice para verte otra vez. ¡Te quería a vos! —¿Y siempre que querés a alguien te cogés a otro? Se cubrió el rostro cuando las lágrimas volvieron a rodar por sus mejillas. —¿Qué te hice? —dijo, secándose el rostro. —Me hiciste abrir los ojos. —No. Te destruí… Así como me destruyó Dante. —Me hiciste a tu imagen y semejanza. Sos como una diosa que convierte a sus súbditos. Ahora las mujeres se acercan a mí sin siquiera intentarlo. Algunas veces uso la imagen del chico herido… ¡Uff, les encanta! Otras la del chico rudo. Me voy reinventando a mí mismo. Todas me miran como si fuera un hombre común, pero ya no lo soy. Ya no me queda nada adentro. Es como si estuviera muerto. Vos me mataste esa noche en Cariló. Y ahora es momento de que pagues por tu crimen. Levanté mi mano y le mostré la puerta de la habitación. Ella me miró una última vez y sin mediar palabra, se fue. Y ni bien escuché cómo cerró la puerta, mi dedo empezó a temblar y mi cuerpo entero entró en convulsiones. Las piernas no me retuvieron y caí pesado contra el suelo, al mismo tiempo que el dolor me abría el pecho y las lágrimas salían embravecidas a través de mis ojos. La frialdad que había mantenido todo el tiempo, finalmente me había abandonado. El dolor me aniquilaba, me desintegraba. Me había dicho que me amaba… ¿Y si era verdad? ¿Y si yo le hubiera dicho que también lo hacía? ¿Si me olvidaba de todo por volverla a tener en mi vida? ¿Ysi hubiéramos sido felices? ¿Acababa de perder la oportunidad de estar juntos de verdad? Arrastrándome llegué al minibar de la habitación y sin siquiera mirar de qué se trataba, destapé la botella y bebí todo el contenido. Como si el líquido fuera la salvación para ese dolor que me aniquilaba por dentro, como si fuera capaz de ahuyentar todas las posibilidades que se formaban en mi mente, situaciones que no eran ciertas pero que podrían haberlo sido si no la hubiera lastimado de esa forma. ¡Mierda! La había lastimado. Esas lágrimas eran de dolor, como las mías. ¿Cómo había podido hacerle eso? Hacía dos años le había prometido que jamás lo haría, que no sería capaz de lastimarla, que conmigo iba a estar a salvo. Destapé otra botella; otro sorbo para calmar mis penas. La había lastimado igual que su ex, el mismo que la había convertido en un castillo de muros firmes, muros que yo había logrado derribar… para lastimarla igual. Para causarle dolor. ¿Qué sentido tenía esa venganza? Me había hecho volver a mi estado anterior, en realidad, a sacarlo a la superficie de vuelta. Siempre había estado ahí, solo que lo había ocultado para que el resto dejara de mirarme con esos ojos de lástima. Le había mentido a Mía; yo ya no estaba con mujeres, pero quería que viera… Que viera lo que su dolor me había hecho. Porque así como su amor me había liberado, su dolor me había encadenado. Encadenado a una realidad oscura, a un abismo del que no sabía cómo salir, pero donde la venganza no era la solución. Nunca lo era. Otra botella, otro sorbo. Me tenía que ir de allí. Abandonar Cariló para siempre, escapar de Mía, alejarme de todo eso… aunque una parte de mí quisiera quedarse, quedarse colgada de una ilusión idiota, de algo que no iba a pasar. Que no tenía que pasar. Porque cuando estaba con Mía, mi corazón se elevaba por una montaña; pero al mismo tiempo, llegaba a la cima y ella lo arrojaba por el otro lado de la pendiente, lleno de dolor, lágrimas y entumecimiento. ¿Qué sentido tenía eso? ¿Qué sentido tenía desgarrarse por un amor que no te curaba sino que te desintegraba? Subí al auto y arranqué el motor. Cada kilómetro que recorría, me repetía que no iba a dejar que eso se siguiera construyendo en mi interior. No iba a dejar que siguiera creciendo, eso me hacía mal. No podía seguir soportando ese dolor, no podía seguir ilusionándome con tenerla de vuelta, para después darme cuenta de que no era posible. Ella no era real, no podía volverse real. No podía volver ahí. Cuando me percaté de lo que estaba haciendo el coche, ya era tarde. Por más que intenté recuperar el control, la velocidad que había tomado hizo que fuera imposible maniobrarlo; tenía la vista borrosa, por las lágrimas o el alcohol. Hasta que todo se volvió negro. PARTE 2: ROTO CAPÍTULO 11 Un leve repiqueteo interrumpió el silencio en el que estaba sumergido. Recién en ese momento, fui capaz de sentir el fuerte olor a desinfectante pero también a lugar cerrado. Le siguieron los sonidos de pasos deambulando de un lado a otro y los murmullos a la distancia. Cuando finalmente pude abrir los ojos, comprobé que me encontraba en un hospital y que Luana estaba dormida sobre la silla que se encontraba al lado de mi cama. Giré mi cabeza y noté que había otro hombre en la cama de al lado, con el sueño tranquilo e imperturbable. A su costado, estaba la ventana abierta, por la que ingresaba una delicada brisa nocturna. Cuando intenté sentarme en la cama, latigazos de dolor me recorrieron los brazos y una fuerte puntada atacó mi estómago. No pude evitar emitir un quejido y eso hizo que Lu abriera sus ojos. Con una mirada mezclada de alivio y preocupación, se apresuró a ayudarme. —¿Cómo te sentís? —me preguntó agitada, mientras me acomodaba la almohada en la parte baja de mi espalda. —He estado mejor —le dije al mismo tiempo que se sentaba en el borde de la cama y sostenía mi mano derecha. —¡Qué susto nos diste! —No recuerdo nada después del accidente… ¿Qué pasó? —Llamaron a tu papá. Te llevaron a un hospital en Dolores y ahí te operaron de la pierna. Tuviste suerte de que ningún hueso se haya roto pero ¡estuviste tres días en terapia intensiva! —Lu cerró los ojos y me apretó la mano con fuerza—. Nadie sabía qué podía pasarte. Cuando finalmente estuviste estable, Gregorio pidió el traslado a Palermo. Y aquí estamos, turnándonos entre todos para hacerte compañía a la noche. —¿Cuánto tiempo estuve inconsciente? —le pregunté con el ceño fruncido. —Una semana. Seguramente, para mi familia el tiempo se había ralentizado, porque cuando la preocupación ocupa la mayor parte de tus días, las horas se convierten en elásticos que se estiran hasta límites insospechables. Pero para mí, apenas había sido un abrir y cerrar de ojos. Solo eso bastó para acordarme de lo que había hecho. De lo que le había hecho a Mía. —¿Fuiste a Cariló, no? —me preguntó Lu volviendo a su silla. —Sí. —¿Qué sentido tenía mentirle? —¿Por qué? —preguntó, con un tono cansado. —Mía va a casarse… Bueno, ya se habrá casado. —Lu abrió grandes los ojos y yo asentí en silencio. —¿Y qué fuiste a hacer? —Yo simplemente la miré, ella ya sabía la respuesta—. Pero quiero que lo digas, quiero que te escuches. Respiré hondo y exhalé con fuerza. —Fui a vengarme. —¿Y cómo resultó todo eso? —Exhibí mis palmas hacia ella, enseñando el estado en el que me encontraba—. Pensé que ya lo habías superado… ¿Hasta cuándo vas a seguir así? —¿Superado? —le dije, riéndome con sorna—. Nunca voy a poder superar a Mía. Ni aunque lo intente. —No querés superarla, que es muy distinto. —No. No quiero. —¿Por qué nunca nos hablaste? —¿Para decirles qué? —interrumpí—. ¿Lo mismo que les repetí una y otra y vez? Soy consciente de que es aburrido escuchar la misma historia. Tomé la decisión de no hablarles más del tema, pero eso no quería decir que lo hubiera dejado de sentir. —Somos tus amigos, Iván. Jamás te vamos a juzgar. —¿Te creés que no me daba cuenta de las miradas que ponían cada vez que suspiraba? Axel te miraba a vos y vos a él, se mordían los labios para no decir lo que les cruzaba por la cabeza. —Ella empezó a negar con la cabeza pero no la dejé hablar—. Y sé que era cierto, sé que todo eso que pensaban y que más de una vez me dijeron, es cierto. Pero no es algo que yo pueda controlar. Estoy enamorado de Mía, no puedo sacarme este sentimiento del pecho. —Pasaron dos años, Iván… —Este amor no tiene fecha de vencimiento, Lu. Ni la tristeza, ni el dolor, ni siquiera la posibilidad de muerte puede arrancarlo de mí. —¿Y ahora qué pensás hacer? No tenía idea. Algo era cierto, no podía quedarme en pausa por mucho más tiempo, aunque lo que sintiera por Mía fuera eterno. Ella había tomado la decisión de casarse con otro hombre, de vivir su vida al lado de alguien más. ¿Qué más pruebas necesitaba para darme cuenta de que este amor no tenía que ser? ¿Qué más necesitaba para dejar de vivir en el pasado y avanzar hacia el futuro? Es que pensar en años hacia adelante, no estaba en mis planes, no sin ella a mi lado. Quería poner play, quería dejar de pensar en nuestros momentos juntos, en lo que pudo haber sido; pero por otra parte, sabía que nunca iba a poder sacar la pausa, por más que me decidiera a hacer cualquier otra cosa. Podía volver a retomar mi vida, a intentar avanzar, pero mi corazón siempre se iba a quedar anclado a ella. La esperaría para siempre… —Voy a concentrarme en mi trabajo —le dije finalmente a Lu—, a seguir consiguiendo clientes, a hacer crecer mi oficina. —No podés tapar un sentimiento con tu trabajo. —¿Y qué proponés que haga? Soy todo oídos. —Yo entiendo lo que significa Mía para vos… Me reí y negué con la cabeza. —No lo creo. —No sos la única persona que se enamoró en este mundo, Iván. Y mucho menos sos la única persona que sufrió por él. Esto… —Por favor, no lo digas. No digas que es una etapa. —Pero lo es, solo que todavía no aprendiste lo que tenías que aprender. —¿Y qué sería eso? Lu se encogió de hombros. —Yo no lo sé. Pero sí sé que todas las personas quenos cruzamos en nuestra vida, pasan porque tienen algo que dejarnos. Algo que nos ayude a entendernos mejor, a superarnos como personas. Sea que la relación termine bien o termine mal, nada en esta vida pasa por casualidad. Deberías ponerte a pensar qué te enseñó esta relación y hasta que no lo hagas, no vas a poder soltarla. —Se puso de pie y respiró hondo—. Voy a llamar al resto para avisarles que te despertaste. Recuerdo que cuando Lu se fue de la habitación, no pude evitar volver al abrigo de mis pensamientos. Lo único que podía ver era la oscuridad que la ausencia de Mía había creado. Fue luego de ese momento que empecé a escribir este diario, a tratar de entender qué había significado todo lo que había vivido con Mía. ¿Llegué a alguna conclusión? Lo único que pude ver es que las agujas del reloj seguían girando, consumiendo segundos de mi vida. Segundos que se transformaban en minutos, horas y sin embargo, todo parecía seguir exactamente igual. No importaba la cantidad de alcohol que ingiriera, ni los cigarrillos que fumara. No importaba las mujeres que conociera, ni el sexo que tuviera con ellas… El después seguía siendo un vacío, un profundo abismo ausente de sensaciones, de ruidos. Era como si todo de repente desapareciera, y no tenía la fuerza necesaria para lidiar conmigo mismo. Ni siquiera quería estar conmigo mismo. Mis pensamientos eran un remolino que giraba tan rápido que más de una vez, me hacía perder la estabilidad y caer contra las espinas de un amor que me había embriagado. La peor realización de todas era que ese dolor que sentía y se esparcía por todo mi cuerpo, me hacía recordar que estaba vivo. Y quería seguir sintiéndolo, como para recordarme que todo había sucedido, que no había sido una pesadilla. Una parte dentro de mí estaba batallando por emerger de aquella oscuridad, la pregunta era adónde quería salir. ¿A un lugar donde ella no estuviera? La otra parte no quería ganar, quería seguir estando en ese abismo porque allí estaba ella: la dueña de mi oscuridad. No quiero estar seguro, no quiero que pase esto, no quiero soltarla, no quiero olvidarla. No puedo. Aquí están sus recuerdos, las sensaciones que me convirtieron en un hombre diferente. Las emociones que me hicieron sentir vivo, que me hicieron amarla a cada segundo. Aquí está su sonrisa, su mirada, sus labios… ¿Qué estaba haciendo? No importaba la cantidad de mujeres con las que estuviera, Mía seguiría presente porque nadie podría igualarla. Ese vacío que sentía después de que despedía a las mujeres que seguían siendo desconocidas para mí, ese vacío era Mía. No importaba lo que hiciera, nunca podría llenarlo. Ni con alcohol, ni con nicotina, ni con sexo. Todo me recordaba a ella… ¿Pero puedo permanecer en este estado eternamente? Claramente, no. Tengo que abandonar la idea de olvidarla pero continuar viviendo mi vida. Tengo que abandonar la idea de una relación a largo plazo. Solo podría estar con Mía y ella no me eligió. Y con esas palabras, cerré el diario y lo guardé en mi mesa de luz. Ojalá algún día pueda volver a él y entender lo que aún no puedo comprender. CAPÍTULO 12 El corazón me latía con desesperación mientras conducía el auto hacia el edificio de Mía. Debía dejar de llamarlo así, después de todo, ni siquiera era de ella. En tal caso, era de mi estudio que lo había construido. Pero era su esencia la que se encontraba ahí. ¿Podría llegar a cruzármela? Tragué saliva y me encontré con un nudo en mi garganta. Al mismo tiempo, un escalofrío trepó por mi espina dorsal. ¿Ya habría vuelto de Cariló? A medida que seguía recorriendo las calles, no pude evitar pensar en la primera vez que viajé a su departamento. La primera vez que ella se acercó para darme un beso, me paralicé. No tanto por la sorpresa sino por mis ganas. Quería probar esos labios, quería sentir sus manos contra mi piel. El cortocircuito que se generó en mi cabeza me hizo rechazarla con énfasis. —No me digas que no sentís lo mismo —me había dicho y me sorprendió que ella se hubiera dado cuenta antes que yo. Pero yo estaba casado, estaba en la casa de mi esposa. La excitación se mezcló con la culpa y resultó en una respuesta agresiva. —No existe la perfección. No existe el amor —me respondió cuando le dije que Olivia era la mujer para mí. Lo peor de todo, era que tenía razón. Me había creado la historia en mi cabeza de que Olivia era la mujer para mi vida, la mujer con la que quería formar una familia. Si de verdad lo hubiera querido, si de verdad hubiera sentido todo lo que decía sentir, no le hubiera hecho lo que le hice. Y cuando Mía se fue, la idea de no volver a verla me quebró. Era una locura, solo nos habíamos cruzado un par de veces. ¿Cómo podía sentir algo tan fuerte en tan poco tiempo? No era amor, era una necesidad. Mi mente aún no era capaz de procesar todo lo que realmente estaba pasando, o al menos, no me lo hacía saber. Pero sentía una especie de fuerza de gravedad que me atraía hacia ella. Ahora entendía por qué había ido a su departamento ese día: porque una parte de mí había empezado a sentir el peso de las cadenas. ¡Basta! Iba a visitar a Juana y a Ema. Cuando abrí la puerta de la entrada del edificio, me temblaron las piernas. Miré hacia el ascensor, hacia las escaleras… La estaba buscando, lo sabía. De hecho, me quedé más tiempo de pie, expectante. Fue la puerta del departamento lo que me hizo girar la cabeza. —Viniste —dijo Juana con la mano sobre el picaporte. La mujer que me había criado estaba con un delantal blanco de flores amarillas, el mismo que le había regalado hacía muchos años. —Tengo que comprarte otro —le respondí, obligando a mis piernas a que me llevaran hacia la derecha. —No es necesario —me dijo con una sonrisa y esperándome con los brazos abiertos. Ya había pasado una semana desde mi alta del hospital, pero ella seguía movilizada por todo lo que había sucedido. A los pocos segundos, se sumó Ema al abrazo. Las dejé demostrarme su amor; no podía imaginarme lo que habían vivido al enterarse de mi accidente. Cuando nos separamos, Juana se acercó a la cocina y puso la pava sobre la hornalla, mientras que Ema se sentó en los sillones de la sala de estar. La seguí y recién allí pude ver un libro sobre la mesa ratona. —¿Qué estás leyendo? —le pregunté, sentándome en el sillón enfrente a ella. Ema se acercó a la mesa para agarrar el libro y llevárselo hacia el pecho, abrazándolo. Sus rizos castaños bailaron, acompañando el vaivén de su cabeza. —Muerte a las diez —respondió con una sonrisa—. Uno de los mejores libros que he leído de Abigail Wagner. ¡Tenés que leerlo! Cuando Ema se enteró de que me había comprado Juego de tronos, empezó a mandarme un mensaje tras otro, recomendándome más libros para empezar. Yo nunca fui de leer pero imaginé que la lectura sería un hábito más saludable que el alcohol. Y qué mejor que empezar por la historia que más me había atrapado, aunque pronto me di cuenta de que la experiencia de ver una serie era muy distinta a leer un libro. De todas maneras, quería terminarlo. —¿De qué trata? —Para mí todos sus libros eran parecidos; cada vez que me contaba de qué trataban, me parecía siempre la misma trama, solo que con diferentes personajes. —Un importante empresario textil aparece muerto en su oficina y declaran su muerte a las diez de la noche, solo que a esa hora fue visto en otro lugar… ¡No te das una idea de lo que es esto! En ese momento, Juana llegó a la sala con una bandeja. Nos dio las tazas de café y dejó en el centro un bizcochuelo; con solo olerlo, se me hizo agua la boca. Todo lo que cocinaba esa mujer era increíble. —No puedo creer cómo le gustan tanto esas historias —dijo, sentándose en el sillón de dos cuerpos que estaba entre Ema y yo. —Ya vas a ver —le respondió, dejando el libro de lado para agarrar una porción del bizcochuelo. Cerró los ojos e hizo un sonido de satisfacción, casi el mismo que hice yo cuando lo probé—. Cuando leas Mátame suavemente vas a ver lo que es esta mujer. —No va a ser como esos libros —se defendióJuana—; Ciro Cavalcanti tiene una prosa maravillosa que podría endulzar esos policiales que tanto te apasionan. —Vas a ver que… La misma historia de siempre. Las dos se peleaban por sus autores preferidos. Lo más gracioso, era que ambos eran marido y mujer, una pareja de novelistas reconocidos a nivel mundial. Mientras ellas discutían de argumentos y personajes, yo disfrutaba de mi café y bizcochuelo, en la compañía de las dos mujeres más importantes en mi vida. ¿Qué hubiera sido de mí si Juana no me hubiera criado cuando los amigos de mi padre empezaron a entrar en escena? —Vamos a tener que pedirte un favor —me dijo Ema y volví mi atención a su conversación. Había dejado la taza sobre la mesa ratona e inclinado su cuerpo hacia donde me encontraba; sus grandes ojos pardos se clavaron en los míos. —Claro —dije, sin pensar. —Abigail y Ciro van a volver a la Argentina para presentar su nueva novela, Mátame suavemente. Lo van a hacer en la Feria del Libro. ¡Todavía no puedo creer que vayan a escribir juntos! —exclamó, emocionada. —No se preocupen, yo las llevo. ¿Cuándo es? —Este sábado —respondió Juana—, pero si no tenés planes. —Mirá que tenemos que estar temprano —me advirtió Ema—, va a haber mucha gente. Ellos suelen hacer eventos pagos y será la primera vez que hagan una presentación en conjunto y gratis. Y queremos llevarnos nuestro libro firmado. —No hay problema —les aseguré. En ese momento, sonó el timbre y fue Ema quien se levantó a atender. Era mi padre que llegaba con un vino, así que me levanté para darle un abrazo. Después de lo sucedido en Cariló, me había dicho que no quería saber nada con la casa en la playa. No quería que tuviera que revivir recuerdos cada vez que lo fuera a visitar y además, quería estar más cerca de mí. Por lo tanto, había empezado a trabajar en mi cabeza su remodelación para después venderla. Con ese dinero, podría construir un estudio para empezar a montar mi trabajo como arquitecto. —¿Cómo estás, hijo? —me preguntó, con sus manos aún sobre mis hombros. Una sonrisa surcaba su rostro y hacía que algunas líneas de edad aparecieran en el contorno de sus ojos color miel. —Muy bien, por suerte. Se quedó mirándome, en silencio. En otras oportunidades le había mentido respecto a mi verdadero bienestar y desde entonces, me observaba directo a los ojos sin pronunciar palabra para encontrar la verdad. Observé a mi alrededor; Juana había vuelto a la cocina para calentar el agua para los fideos y Ema estaba poniendo la mesa. —Lo estoy intentando, pa —le dije por lo bajo—. Un día a la vez. —¿Cómo te sentís acá? —Extraño. No logro sacarme de la cabeza que puedo encontrarla en la salida, en las escaleras… Quiero encontrarla, quiero verla otra vez aunque solo sea por un segundo. —Podríamos reunirnos en casa, la próxima vez —respondió, encogiéndose de hombros—. No será tan grande como esta casa, pero es cómoda. —Tengo que enfrentarlo algún día y esta es la casa de Juana y Ema. No puedo escapar constantemente. —Solo ofrezco una alternativa. Durante el almuerzo, hablamos acerca de la carrera de Ema. Ya estaba cursando el tercer año de Abogacía y nos empezó a contar cuáles eran sus planes una vez que consiguiera la pasantía en uno de los bufetes de abogados del centro. Le había sugerido la posibilidad de pedirle ayuda a Axel para trabajar en su estudio pero ella no quiso saber nada con eso. —No lo necesito —respondió con una sonrisa. —Tenelo como plan B —agregó con rapidez Juana. Supe enseguida por qué había sentido la necesidad de intervenir en ese momento. Tenía miedo de que su hija hiciera alguna mención de mi entrada a la empresa en la que había trabajado por más de siete años. Yo había logrado entrar porque Octavio, mi ex suegro, lo había pedido. Ella, en cambio, quería conseguir un trabajo por su propio mérito. También festejamos que mi padre había sido ascendido a gerente de turno en el restaurante en el que estaba trabajando. Elevamos nuestras copas y las llevamos al centro, con risas y deseos de buena fortuna para todos. Todo estaba acomodándose, era una sensación extraña. Y lo era porque si bien podía estar contento por mi familia, mi cabeza estaba en otro lugar. Cuando nos despedimos y abandoné el departamento, me quedé tieso en el hall de entrada. Giré y miré las escaleras, sin darme cuenta que mi cuerpo se había inclinado hacia ellas. ¿Por qué me quería hacer esto? ¿Por qué mis piernas seguían subiendo las escaleras? ¿Qué iba a hacer si ella estaba en la casa? Mis pensamientos seguían arremolinándose en mi cabeza, los positivos y los negativos, pero ya no era capaz de diferenciarlos. Mientras tanto, mis pies seguían subiendo, acercándome a su puerta. Hasta que llegué a ella y me quedé de pie, con la respiración acelerada. Todo mi cuerpo se había despertado, la adrenalina disparaba chispazos en cada extremidad. Por un lado, mi mente empezó a formar una posibilidad. Yo golpeaba la puerta y ella la abría, como aquella primera vez que había venido a su casa. La encontraba llorando, pero esta vez no era por una fotografía de su pasado, era por mí. Era porque se había arrepentido de lo que había sucedido en Cariló. Y yo la abrazaba, consolándola, susurrándole en el oído cuánto la amaba, cuánto la entendía. Después, ella se apartaba de mí y me miraba a los ojos. En ese momento, como si el tiempo se detuviera, como si el mundo de repente dejara de existir, me decía «te amo». Levanté la mano, lista para golpear. Pero entonces, la otra parte de mí me contó una historia diferente. Una en la que ella abría la puerta y me devolvía la más fría de las miradas, una capaz de congelarme en ese momento. Ella me preguntaría qué estaba haciendo en su casa, que había sido clara, que no quería estar conmigo, que ahora estaba casada. Y yo me quedaba de pie, sin ser capaz de reaccionar, sin ser capaz de tolerar otro rechazo. Así que bajé la mano y me obligué a alejarme. Le dije a mis piernas que salieran corriendo de allí, que escaparan antes que mi otra parte venciera y golpeara finalmente esa puerta. Sin embargo, cuando oí que se abría me quedé paralizado. ¿Me había escuchado? ¿Me había visto? ¿Quería verme? Apenas giré mi cuerpo, pero me obligué a irme. La incertidumbre sobre el resultado era demasiado pesada para soportarla. Ni bien llegué a mi casa, me senté en la cama y combatí mis ganas de recurrir al alcohol. Agarré el libro de Juego de tronos y lo abrí en el último capítulo que había dejado a medio terminar. Intenté concentrarme, de hecho, empecé a seguir la línea de palabras con el dedo, pero el recuerdo de Mía seguía empujándome hacia la oscuridad. No quería tenerla en mis pensamientos… Cerré el libro y lo dejé sobre la mesa de luz. Fui hacia la cocina y busqué entre las alacenas una botella de vino; sabía que no era la solución pero necesitaba escapar de lo que se estaba formando en mi interior, otra vez. Sentí que las lágrimas volvían a juntarse en mis ojos; me ardían como dos fogatas. Descorché la botella y le di un sorbo desde el pico. Y seguí tomando hasta que mis ojos empezaron a pesarme. Me arrojé al sillón con la sensación que algo me quebraba a la mitad. * * * * * A la mañana siguiente parecía tener un equipo de construcción dentro de mi cabeza, taladrando y derribando paredes sin descanso. Tomé ese analgésico que te ayudaba a combatir las consecuencias del alcohol; ya me había comprado varias tabletas y las tenía en la mesa de luz. Con los resabios de otra noche oscura, ese día me propuse no pensar en Mía; bueno, a partir de ese momento. Así que me vestí y fui para la oficina. Llamarla oficina era decir mucho pero al menos, estaba en camino de serlo. En un pequeño escritorio tenía la computadora y las carpetas con las ideas de distintos proyectos y en otra carpeta, posibles inversores para todas esas ideas. Conocía a algunos de ellos de haber trabajado en su momento en el estudio pero no sabía si llegarían a aceptar trabajar solo conmigo. Después tenía una mesa circular, cuya intención era ser una mesa de reuniones. Ellocal que había alquilado era de un solo ambiente, pero pensaba agregarle unas paredes de vidrio y plotearlas con el logo y el lema del que sería mi propio estudio. Por ahora, solo tenía un par de planos abiertos sobre la mesa. Habían pasado casi dos años desde que tenía el estudio pero los proyectos no eran suficientes como para invertirlos en la remodelación de la oficina. Sin embargo, los pocos trabajos que sí me habían encargado, tenían cierta dificultad, sobre todo cuando seguía trabajando solo. Más temprano que tarde iba a tener que contratar a un segundo arquitecto porque no me daba el tiempo para dedicarme a todo, sumado a que había empezado a hacer los arreglos para que la casa de Cariló pudiera venderse. Cuando terminé de revisar las tareas que tendría pendientes para la semana entrante, empecé a buscar posibles candidatos por LinkedIn. Estuve un rato largo hasta que el océano de internet me hizo llegar a Quimey. No entendí bien cómo pasó eso pero al ver su nombre, sentí un escalofrío por mi espalda. ¡Por favor! Solo estaba leyendo el nombre de su mejor amigo y me ponía de esta manera… Lo siguiente que hice, fue agarrar mi celular y buscarlo en Instagram. Tenía que eliminar cualquier rastro de tentación que pudiera tener, al menos, dificultármelo. Cuando llegué a su cuenta, no pude evitar ver las últimas imágenes que había posteado; afortunadamente, no había ninguna con Mía. También tenía historias disponibles. Eso requirió un esfuerzo mucho más grande pero pude ganarle a mis impulsos y terminé por bloquearlo. Cuando volví a la pantalla de mi computadora, mi mente estaba en cualquier lugar. Necesitaba aire, caminar, despejarme. Me subí al auto y sin querer, o tal vez queriendo, manejé hacia Puerto Madero. Mía no me iba a estar esperando, Mía no me esperaba. Así que cambié la dirección y fui hacia al Recoleta Mall. Dejé el auto estacionado cerca y me senté en el paseo externo, viendo como la gente iba y venía de un lado a otro. Cómo se reunía, cómo hablaba y se reía. ¿Podría volver a encontrar una mujer con la que pasar mis días? Mi parte consciente sabía que existía la posibilidad, el tema era si iba a poder dedicarme a ella al ciento por ciento. Porque por más que intentara con todo mi corazón, él ya tenía dueña. Por otro lado, me acordé de Olivia. Era cierto que me había inventado el amor que sentía por ella. Por supuesto que la quería, pero yo me dejé creer que era un amor mucho más profundo. Si lo hice una vez, ¿no podía volver a hacerlo? ¿Qué estaba diciendo? No quería volver a vivir en una mentira, necesitaba la verdad más que nunca. Tenía que abandonar la idea de formar una familia, de estar con alguien por el resto de mis días. Ya eso no era una posibilidad para mí, tenía que empezar a vivir en el presente, a poder estar con alguien sin crearme una ilusión. A estar por estar. En ese momento, vi cómo una chica se levantaba de uno de los asientos y se iba, sin darse cuenta que había dejado un libro detrás. Me apresuré a levantarme para poder acercarme y no quedar como un loco gritando desde la distancia. —¡Señora! —le dije, aunque más que señora parecía una señorita, al menos de espalda. De todas maneras, no se dio vuelta y continuó con su caminata. Agarré el libro con rapidez y corrí para detenerla. Cuando sostuve su muñeca, se sobresaltó y giró. Su cabello oscuro se revolucionó por el movimiento brusco que hizo con su cabeza y sus ojos miel se abrieron de par en par cuando me vio. —Lo siento —le dije y ella se sacó los auriculares—. No quise asustarte. —Está bien —me respondió, desconcertada. —Te olvidaste esto —le extendí el libro. Recién en ese momento me di cuenta del título: Mátame suavemente, y abrí mis ojos sorprendido. Ese era el libro que Juana y Ema querían comprar en la feria. —¿Fanático? —me preguntó ella. —Mi familia lo es —se lo acerqué para que lo agarrara—, pensé que salía en la Feria del Libro. —Es una copia avanzada. —Me hizo un ademán con las manos rechazando el libro—. Lleváselos, ya lo terminé. —¿De verdad? —le pregunté sorprendido, sin saber si insistirle con que lo agarrara o aceptarle el regalo a esa desconocida. —Se lee bastante rápido —me dijo, encogiéndose de hombros. —No —me reí—, me refería a que si de verdad me lo regalás. —¡Ah sí! Por supuesto. Seguramente tu familia lo va a disfrutar más. —Muchas gracias. —De nada —me dijo y siguió caminando. Esa tarde volví a visitar a Juana y a Ema. Cuando les mostré el libro, las dos pegaron un grito que me dejó aturdido. No podían creer que iban a poder leer el libro antes de la presentación; siguieron dando saltitos y mirando cada detalle del libro por un buen rato. Me encontré sonriendo de vuelta, algo que no hacía hace mucho tiempo. Y esa vez, cuando me fui del departamento, salí directamente, sin mirar atrás. CAPÍTULO 13 El incesante sonido de mi celular interrumpió mi sueño. Con un ojo medio abierto, busqué el despertador que estaba sobre la mesa de luz. Unos números verdes me indicaron que eran las siete de la mañana. Entonces, estiré mi mano para descubrir que el origen de la llamada era Ema. Yo me había puesto el despertador a las ocho para darme tiempo a vestirme y desayunar, pero mi hermana ya estaba asegurándose de que no me durmiera. —¡Ema! —le dije con la voz de dormido. —¿Estás despierto? —¡Lo estoy ahora! —Me senté en la cama y me refregué los ojos—. ¿No me habías dicho que las pasara a buscar a las nueve? —Sí, pero vi en las historias de Instagram que ya hay mucha gente haciendo fila para entrar. —¿Ya? —pregunté, sorprendido; la feria abría recién a la una. —¡Sí, ya! ¿Nos podrás venir a buscar? —Denme media hora. Me di una ducha rápida y me puse lo primero que encontré en el placard. Chau, desayuno; vería cuándo podría tomarme un café. Así que las pasé a buscar y fuimos hacia nuestro destino. Ema se pasó todo el viaje pegada a su celular y aunque Juana no lo quería demostrar, sabía que estaba nerviosa. Y sus nervios aumentaron cuando llegamos a la puerta de la feria. Tenía que encontrar el final de la fila para dejarlas allí y luego encontrar un lugar para estacionar, pero el tema era que la fila no terminaba más. Ni siquiera yo podía creerlo pero ya había cinco cuadras de espera, y eso que esas cuadras eran muy largas. Empecé a ver la desilusión en el rostro de Ema cuando estacioné para que pudieran bajar. —Envíenme su ubicación —les dije asomándome cuando las dos bajaron—, así las puedo encontrar cuando logre estacionar el auto. Ema apenas asintió con la cabeza. Fueron seis horas de espera, en las que más de una vez fui hasta un quiosco para comprar algo para comer, después algo para tomar, otra vez para comer… La idea no era quedarme; me habían dicho que me fuera, pero las vi tan abatidas que quise acompañarlas. Como no quería preguntarles, me puse a investigar en internet acerca del furor de esa pareja de novelistas. Yo imaginaba que vivían acá, pero resultó ser que se habían asentado en Madrid, y solo volvían a la Argentina para sus presentaciones de libros. Los eventos que hacían en el exterior eran con entrada; esta iba a ser la primera vez que hacían una presentación pública en Argentina. La editorial organizaría un evento donde sí había que comprar un boleto pero el valor era altísimo. Con razón había venido toda esta gente a la Feria del Libro… Cuando abrieron las puertas de la feria, la gente empezó a correr. Literal. La fila perdió su forma y le dije a Ema que fuera, que yo acompañaba a Juana. Ni bien se lo dije, salió disparada. Luego de haber ubicado el lugar donde se haría la firma de ejemplares, fuimos caminando tranquilos hasta que encontramos a Ema. —Dijeron que van a repartir números —nos dijo ni bien nos sumamos a su lado. —¿No vamos a poder verlos? —preguntó Juana sin entender y al escuchar la desilusión en su tono de voz, se me partió el corazón. —Esperemos que sí, pero avisaron que es por una cuestión de espacio y tiempo. Iban a entregar mil números para que pudieran entrar y hacer firmar sus libros, luego se llevaría a cabola presentación en una de las salas más grandes de la feria. Yo no quería decirles nada, pero no creía que llegaran con los números. —¿No quieren que vaya a hacer fila en la sala? —les propuse. Aunque sea, que los escucharan, pensé. —¿Seguro? —me preguntó Juana. Yo estaba a punto de responderle cuando se escuchó un murmullo. Era el hombre de la editorial que había salido del interior de la feria y estaba empezando a entregar los números a las personas que habían quedado esperando afuera. Ema empezó a saltar en su lugar y Juana se hacía la que miraba su celular, probablemente para evitar contar la gente que tenía delante. Y los números no alcanzaron. Ema no pudo evitar ponerse a llorar y Juana la abrazó con fuerza. Yo me sumé al gesto, sabía que era importante para ellas. Ema empezó a decir que debería haber venido la noche anterior y Juana negó con la cabeza; dijo que era una locura pero yo sabía que hubiera sido capaz de hacerlo. Por suerte, cuando llegamos a la sala de presentación, había poca gente. Les dije que fueran a recorrer la feria, que se despejaran un poco que yo les guardaba el lugar. Y mientras ellas paseaban y yo esperaba, me puse a mirar más candidatos en el celular. Empecé a mandar propuestas a los que más me llamaron la atención, principalmente a los que se habían recibido hacía poco tiempo y tenían poca experiencia. Después de todo, era un estudio que recién empezaba y quería darles esa oportunidad, de alguna manera para devolver el hecho de que yo había entrado en el estudio por acomodo, gracias al padre de Olivia. A eso de las cinco y media, empezaron a hacer ingresar a la gente. Logramos ubicarnos un poco antes de la mitad de la sala por lo que podíamos verlos con claridad. Ema sostenía el libro entre las manos, tal vez aferrándose a una ilusión de que permitieran más firmas luego de la presentación. Y cuando se hicieron las seis y cuarto de la tarde, tres personas subieron a la tarima. Una chica de aproximadamente veinte años y la pareja de novelistas. Abigail Wagner era una mujer con curvas que había elegido un traje verde oscuro para lucir cada una de ellas; tenía el cabello dorado cuyo largo le rozaba los hombros. Ciro Cavalcanti era un hombre que no aparentaba la edad que tenía, no solo por sus rasgos físicos, sino por las prendas que había elegido usar ese día: unos jeans oscuros, unas zapatillas rojas y un buzo del mismo color, con una estampa del título del libro que estaban presentando en el frente. Una vez que se acomodaron, encendieron una pantalla para los que estaban dentro del amplio salón y otra más que habían instalado en las afueras, para aquellos que no habían logrado entrar. —Bienvenidos a la presentación de Mátame suavemente, de Abigail Wagner y Ciro Cavalcanti —dijo la joven y acto seguido, todos los presentes rompieron en aplausos. Nunca los había escuchado hablar pero se notaba la pasión con la que hacían las cosas y lo orgullosos que se sentían de su nueva novela. Por suerte, la sonrisa volvió a los rostros de Juana y Ema. —¿Esperaban el éxito de ventas? —preguntó la chica, observando las notas que tenía sobre su regazo. —Para nada —contestó Abigail—. Estimábamos ciertas ventas, por supuesto, pero no esperábamos semejante respuesta. —Conocemos a nuestros lectores —agregó Ciro—, y temíamos que no se sintieran cómodos leyendo algo diferente. Apuntamos a un nuevo público, pero las personas que llegaron a leer las copias avanzadas, nos han dado excelentes reseñas. —¿Creen que en el futuro podrían llegar a escribir un libro con su hija? Los dos escritores se miraron a los ojos y sonrieron. Fue Abigail quien respondió. —Creemos que no. —Cuéntennos un poco cómo fue escribir juntos. La presentación se extendió por una hora más o menos. Abrieron un espacio para preguntas del público, en las que Ema estuvo todo el tiempo con la mano levantada, buscando la mirada de los organizadores del evento. Pero tampoco tuvo suerte. Cuando terminó la presentación, esperamos a que se fuera desalojando la sala; la cantidad de gente era impresionante. Fue allí cuando la vi. Me puse de pie para comprobar que mis ojos no se habían confundido: era la chica de Recoleta, la que me había regalado la novela. —¡Hey! —le dije desde la distancia. Ella giró su cabeza y me saludó levantando su mano, pero igual se acercó hacia donde me encontraba. —Ella fue la persona que me regaló el libro —les dije a Juana y Ema cuando la chica ya estaba con nosotros. Fue recién en ese momento cuando vi la expresión en los rostros de las dos. Se habían puesto de pie, pero sus ojos estaban abiertos de par en par.— ¿Qué? —le pregunté a Ema. —Ella es Perla… Cavalcanti. La hija… —pero no pudo terminar de hablar. Giré mi cabeza y Perla sonrió encogiéndose de hombros y me extendió su mano. —Un gusto —me dijo. Extendí mi mano y la así con fuerza. —El gusto es mío. Me llamo Iván. —Gracias por venir a la presentación. —¡Fue increíble! —dijo Ema adelantándose para poder saludarla, luego lo hizo Juana. —Muchas gracias por el regalo —dijo Juana, levantando su libro. —No hay por qué —respondió con calidez—. ¿Lo pudieron hacer firmar? —No llegamos —respondió Ema, perdiendo un poco la sonrisa de su rostro. —Vinimos bien temprano —le expliqué a Perla—, pero no fue suficiente. Tus padres convocan gran cantidad de gente. —Pero alcanzamos a verlos, aunque sea —agregó Juana con rapidez. —¿A qué hora vinieron? —me preguntó Perla. —A las siete y media, creo. —Wow… —respondió asintiendo levemente con la cabeza—. Vengan conmigo. Perla empezó a caminar pero Juana y Ema se quedaron paralizadas. Cuando se dio cuenta de que estaba sola, giró su cuerpo y se las quedó mirando. Luego sonrió y las incentivó con un gesto de la mano. Ninguna de las dos podía creerlo. CAPÍTULO 14 Cuando Perla salió de la habitación sin la compañía de Juana y Ema, su sonrisa me dio la respuesta que estaba esperando, aunque si la hija de los novelistas no podía lograr que sus padres firmaran unos ejemplares a última hora, me hubiera resultado extraño. —Muchas gracias, de verdad —le dije, al acercarme a ella. —No hay por qué —respondió, con un gesto de desinterés—. Yo les dije a los dos que deberían haber venido más días. —Así que hija de los novelistas… Con razón tenías la copia avanzada. —Alguna de las ventajas de ser quien soy. —Se llevó el cabello detrás de la oreja, revelando un arete dorado que le rozaba el hombro. —¿Tenés que hacer algo? —Ella negó en silencio—. ¿Te gustaría ir a tomar un café? A modo de agradecimiento por este gesto. —No tenés que agradecerme nada, pero te lo acepto. Así que salimos de la sala y fuimos hacia una de las confiterías móviles que estaban en la parte externa al predio de la feria. Afortunadamente, el día estaba soleado con una delicada brisa fresca que hacía tolerar la temperatura. —¿Cómo es ser la hija de dos personas famosas? Perla puso los ojos en blanco. —Para nada glamoroso, aunque son muy pocos los que me reconocen físicamente. —Le puso azúcar a su café y empezó a revolverlo—. Tu mamá y tu hermana deben ser realmente fanáticas. No la quise corregir porque hubiera tenido que explicarle muchas cosas y al fin de cuentas, Juana y Ema ocupaban esos roles en mi vida. —Lo son. Esto no van a olvidárselo en toda su vida. Gracias. —Dejá de agradecer, no hace falta. —Es que este tipo de situaciones no suelen darse con tanta naturalidad. Asintió con la cabeza mientras bebía su café. —Eso es cierto. ¿Y qué te trae a vos a la feria? —Las vine a acompañar. —Qué hijo/hermano ejemplar. Me encogí de hombros. —Cuando vi toda la gente que había, temí que no llegaran a verlos. Supongo que no quise dejarlas solas. —¿Es correcto que asuma que no te gusta leer? —Empecé a leer hace poco, pero no es mi fuerte. —¿Y por dónde empezaste? —Por Juego de tronos. Me gustó mucho la serie… Bueno, salvo las últimas dos temporadas. —¿Fantasía épica? ¡Qué arriesgado empezar por ahí! —rio. —¿Y vos? ¿Qué hace la hija de dos novelistas? —De repente, la sonrisa se le borró del rostro. Giró su cabezay observó los alrededores de donde nos encontrábamos. Entonces, llevó una de sus manos al pañuelo azul que tenía colgado y concentró su mirada en él. —Leo sus historias, les doy mi opinión. —¿No escribís? —No —me respondió con rapidez y sus ojos se clavaron en los míos. A continuación, se hizo un silencio pesado entre los dos. Claramente, había tocado una fibra sensible y no sabía qué hacer para salir de esa situación. —Perdón —le dije finalmente. —¿Por qué? —respondió, frunciendo el ceño. —Te hice sentir incómoda. —¿Tanto se nota? —dijo y esbozó una sonrisa que no le alcanzó la mirada. —Hablemos de otra cosa. Leí que viven en Madrid, ¿cómo es la vida allí? —Yo no vivo con ellos, voy a visitarlos de vez en cuando. Me dijeron de asentarme con ellos, pero prefiero estar acá. —¿Alejada? Ella se rio, esta vez de forma genuina. Apoyé mis antebrazos sobre la mesa y la miré a los ojos. —Te propongo algo. —Ella abrió los ojos, predispuesta—. Decir en voz alta lo que nos pasa nos ayuda a procesarlo mejor. Y aunque a veces tengamos familia y amigos, cuesta decir ciertas verdades. Pero somos dos desconocidos. Si te parece, empiezo yo. —¿Por qué quisieras escuchar los problemas de una desconocida? —Porque conozco las consecuencias de guardarse lo que a uno le pasa y tengo la sensación de que no solés hablarlo con nadie. ¿Es correcto que asuma eso? —De acuerdo —respondió, con una tímida sonrisa. —Le tengo miedo a lo que siento. —Tragué saliva y me encontré con un nudo en la garganta—. Hace un tiempo… Hace dos años, para ser más exacto, conocí a una mujer que me dio vuelta la vida y que ya no tengo más conmigo. Tengo miedo a no superarla nunca. Miedo a tratar de ocultar lo que siento por ella con conductas destructivas… Una de ellas fue un accidente. Una parte de mí culpa al alcohol, pero hay otra parte que cree que necesitaba sentir algo que no fuera el dolor de su ausencia. Y me aterra pensar así. —¿Miedo a qué? —preguntó, sin ninguna expresión en su rostro, sin ningún tipo de juzgamiento. —¿Cómo miedo a qué? —Claro… me decís que tenés miedo a no superarla. ¿Qué pasaría si lo hicieras? ¿Qué es eso «terrorífico» que te espera del otro lado? Me quedé mirándola a los ojos sin saber qué responderle. Nunca me lo había planteado de esa manera. Era consciente de que me aferraba al dolor porque era lo único que tenía de ella… ¿Pero qué pasaría si me liberara de ese dolor? ¿Qué pasaría si Mía pasaba a ser solo un recuerdo? —Ese es tu verdadero miedo —me dijo, al darse cuenta de que no había podido responderle—: a darte cuenta de que tu sentimiento hacia ella puede evaporarse, de que no es tan especial como pensás. —¿Y si no tengo las fuerzas para dejarlo? —No es fuerza lo que necesitás, es voluntad. La fuerza es algo físico, la voluntad es algo interno. Pero debe ser que todavía no encontraste una razón para hacerlo. Me recosté sobre la silla y asentí en silencio, todavía con mis pensamientos revolucionados. —¿Crees que otra mujer podría ayudarme? —No tengo idea de qué podría ayudarte; solo asumo que todavía no lo encontraste. —Será cuestión de seguir buscando, entonces… —Me acomodé en la silla—. Ahora te toca a vos. ¿A qué le tenés miedo? Perla volvió a llevar su mano al pañuelo que colgaba de su cuello. Su dedo se enredaba en la tela y lo volvía a desenredar. Estuve tentado de interrumpir el juego que le había propuesto pero decidí darle espacio y silencio. Finalmente, reposó su mano sobre el regazo y sus ojos avellana se depositaron en los míos. —A decepcionarlos. —¿A quiénes? —le pregunté, desconcertado. —No solo el público general está esperando que publique mi libro, mis padres también. —¿Pero te gusta escribir? Sus labios se curvaron en una sonrisa y miró hacia el cielo, como llevando sus recuerdos hacia algún sitio feliz. —Me encanta… —Sus ojos volvieron a dirigirse a los míos y encontré un brillo melancólico en ellos—. Pero no soy buena. —¿Y cómo sabés eso si nunca publicaste? —Lo sé… No es fácil manejar la presión del público en general, pero mucho más difícil es manejar la presión de tu propia familia. Hace años que están queriendo leer lo que escribo pero no los dejo… Ni los voy a dejar. —Pero… —no sabía cómo preguntárselo—. ¿Qué es lo que te falta? ¿Práctica? —Talento. —¿Y si no pensás en tus viejos? —No puedo —dijo, negando con la cabeza—. En otra situación, podría dejarlos de lado. Pero mi fracaso también los alcanzaría a ellos… ¿Sabés el hazmerreír que sería que la hija de dos exitosos novelistas fuera un fiasco? No puedo hacerlo. —Tal vez te pase lo mismo que a mí y tampoco encontraste la razón todavía. Perla se me quedó mirando en silencio. En ese momento me vibró el celular: era un mensaje de Ema y Juana avisándome que se habían liberado. —Tengo que irme —le dije, guardando el celular en mi bolsillo. Me puse de pie y ella hizo lo mismo. —Me gustó hablar con vos. —A mí también —le dije, sin moverme del lugar. Entonces, Perla buscó algo en su cartera y terminó por entregarme una tarjeta. —Si en algún momento querés seguir la charla, ahí tenés mi teléfono. Y mientras me iba caminando al encuentro de Juana y Ema, anoté el celular en mi agenda. CAPÍTULO 15 La primera noche que le escribí a Perla fue un jueves. Había terminado otra larga y extenuante jornada laboral. A ese día, además del trabajo habitual, tuve que sumarle las entrevistas para el nuevo miembro de mi equipo. Cuando el mensaje tuvo las dos tildes, señal de que le había llegado, enseguida la vi ponerse en línea y las marquitas se tornaron azules. Perla: ¿Y algún candidato óptimo? Iván: No de momento. Perla: ¿Sos exigente a la hora de contratar a alguien? Iván: No, de hecho, estoy siendo muy permisivo. No me importa si tuvieron mucha experiencia o no, de verdad quiero darles una oportunidad de crecer. Perla: ¡Qué propósito! Iván: Siento una obligación de hacerlo. Yo empecé a trabajar en un estudio importante gracias a mi suegro. Perla: ¿El padre de la mujer de la que me hablaste en la feria? Iván: No. En realidad, es mi ex suegro. El padre de mi esposa, bueno, ex esposa. Perla: Mucha información junta. Iván: Me casé con Olivia después de más de diez años de relación. Perla: Un momento… ¿Cuántos años tenés? Iván: Tengo 32. ¿Y vos? Perla: 28… ¿Diez años de relación, dijiste? ¿Cuándo empezaste tu relación con Olivia? Iván: En la secundaria. Perla: Wow… Wow… Wow. Iván: Lo sé. Perla: ¿Y la mujer que me hablaste en la feria? ¿Cómo llega a tu vida? Iván: ¿Tenés tiempo? Perla: De sobra. Así que empecé a contarle, desde nuestro encuentro en Puerto Madero hasta la situación que se había dado en mi casamiento. Si hubo alguna reacción de su parte, no la reflejaron sus palabras en los mensajes. Así que decidí seguir contándole. Repasé toda mi historia, desde que Mía fue a mi casa para la sesión de fotos y cuando intentó besarme; cuando fui yo hasta su casa y la encontré llorando; nuestra primera y última vez… Perla: Dudo que haya sido verdad lo que te dijo en la playa. Me quedé mirando esa frase. ¿Qué hubiera pasado si la hubiera vuelto a buscar a pesar de su rechazo? En nuestro reencuentro me había dicho que me amaba… Cuando coloqué mis dedos sobre el teclado del celular para empezar a contarle lo que pasó en el hotel, se me dio por mirar la hora. Iván: ¡Son las cuatro de la mañana! Perla: Se pasó muy rápido el tiempo. Iván: Perdón, no me di cuenta. Perla: No hay problema, lo seguimos otro día. Que descanses. Iván: Vos también. Y cuando apoyé mi cabeza en la almohada, me sentí más liviano. * * * * * La segunda noche que hablamos no se hizo tardar y fue al día siguiente. Perla me contó que trabajaba en la editorial que publicaba los libros de sus padres; era la asistente del editor principal. Ese día había tenido que leer dos manuscritos; ninguno de los dos había sido bueno y le dolió tener que darle esa opinión a su jefe. Iván: Pero era la verdad, ¿o no? Perla: Para mi subjetividad, sí. Él igual les da una mirada, pero le gusta saber qué pienso. Iván:¿Él también está esperando un libro tuyo? Perla: Sé que sí pero me conoce, así que se reserva sus opiniones. Iván: ¿Se lo mostraste a alguien alguna vez? Perla: Sí, una vez. Y prefiero no recordarlo. ¿Cómo te fue a vos en tu día? ¿Tuviste más entrevistas? Iván: Solo una y la verdad que me gustó bastante el chico, hasta ahora fue el mejor. Perla: ¿Te quedan muchas por hacer? Iván: Cinco más, pero las haré entre mañana y pasado. Perla: ¿Y hoy cómo estuviste? Iván: No la pensé tanto, si a eso te referís. Perla: A eso me refería. Es algo bueno eso, de a poco. Iván: Creo que es la culpa la que no me deja estar. Perla: ¿Culpa por qué? Iván: Después de lo de Cariló, hubo un reencuentro. Fue antes de lo del accidente. Perla: Nunca me terminaste de contar sobre eso. Iván: Es algo vergonzoso. Perla: Yo no voy a juzgarte. Iván: Fue hace un mes más o menos, en febrero, cuando la fui a buscar a Cariló. Me enteré de que se estaba por casar y bueno… Quise hacerle lo mismo que me hizo a mí. Perla: ¿Y qué pasó? Iván: Lo logré pero… Me dijo que me amaba pero que había tenido miedo porque una vez ya la habían traicionado. Si le hubieras visto la cara… Yo le había prometido que nunca la lastimaría e hice eso precisamente. Perla: Vos también estabas herido, Iván. No estabas actuando con claridad. Iván: ¿Es excusa suficiente? Ella no tenía la culpa de lo que me estaba pasando. Ella eligió igual que elegí yo, solo que no estábamos en la misma sintonía. Perla: ¿Hablaste con ella después de eso, para pedirle perdón? Iván: No me atrevo. Perla: ¿Qué harías si volviera? Iván: Dos años no fueron nada para mí. Incluso la hubiera esperado mucho más tiempo, pero como que nunca es el momento. Primero fue mi casamiento, después fue el de ella pero, honestamente, la esperaría para siempre. Nuevamente se había hecho tarde en la madrugada, así que dejamos allí la conversación. Sin embargo, luego de esa charla, no sentí el mismo alivio que la otra vez. Mi cabeza se quedó girando en lo último que habíamos estado hablando. ¿Si le pedía perdón a Mía podría soltarla realmente? Pensar en escribirle un mail me hacía sentir un chispazo de electricidad por todas las extremidades, mi corazón se aceleraba con tan solo pensar que ella pudiera llegar a leerlo. Pero también era cierto que seguía inmerso en esa situación, entre la vergüenza y la culpa. Sería mi último acto y me tendría que prometer que nunca más la contactaría de nuevo. Ese tenía que ser el final de Mía e Iván. Ella había seguido con su vida; estaba claro que nuestra relación no estaba predestinada a ser pero yo necesitaba pedirle perdón. Porque más allá de que mi dolor era producto de su decisión, también yo había tenido parte de la culpa. Yo había querido aventurarme en esa relación, sin haberme sincerado con mi esposa y sin ser claro con Mía. Así que entré a mi casilla de correos y busqué su nombre. Tan solo acariciar sus tres letras en el teclado hizo que mi cuerpo entero temblara de los nervios. Tuve que obligarme a respirar profundo más de una vez antes de escribirle lo que se me cruzaba por mi cabeza. Mía, Espero que este correo no te traiga problemas, lo escribo con total sinceridad y sin ninguna intención subyacente. Quería disculparme por lo sucedido en Cariló. Vos no te merecías eso, ninguno de los dos, para ser sincero. Era mi sufrimiento el que me dominó, el dolor de saber que te había perdido; que tu decisión de abandonarme no era porque las relaciones no eran lo tuyo sino que, sinceramente, yo no era para vos. Ya encontraste a otro hombre al que elegiste para estar toda tu vida. Perdoname, por favor. Yo te prometí que no iba a lastimarte y esa culpa me atormenta día a día. De corazón espero que seas feliz, aunque no sea conmigo a tu lado. Perdón. Apreté enviar y pude sentir como un peso se liberaba de mis hombros. Aunque Mía seguiría siendo la dueña de cada respiro y cada pensamiento, tenía que acostumbrarme a su ausencia pero avanzar, seguir viviendo de alguna manera. Tal vez, en algún momento de mi vida, me olvidara que lo que estaba viviendo era, en realidad, una mentira. La ilusión de un amor que nunca podría ser. CAPÍTULO 16 Un viernes por la noche volvimos a reunirnos en la casa de Axel. Sobre la mesa estaban las pizzas que acababan de llegar y mientras tanto, Lu abría las cervezas para repartirlas. —Al final las mandé —dijo, tras sentarse y darle un sorbo a su bebida. —¡Muy bien! —la alentó Axel, eligiendo una nueva canción en su celular para reproducir en el parlante bluetooth. —¿Qué cosa? —pregunté sin entender. —La Royal College of Art abrió una convocatoria de becas y mandé algunas de mis fotografías. —¡Hey! —exclamé, elevando mi tono de voz—. ¡Eso es excelente! —Recién empieza —respondió, calmando mis ánimos—. Es un proceso largo pero lo arranqué. —Y eso es lo importante —agregó Axel. —¿Cómo te ves viviendo en Londres por un tiempo? —Sería raro. Por empezar, voy a tener que retomar mis clases de inglés. Manejo el idioma pero voy a necesitar más que eso si tengo que vivir allí por dos años, como mínimo. —¿Y vos? —me preguntó Axel, mientras se acomodaba en su silla, manteniéndome la mirada. —¿Yo qué? —le pregunté, con la lata de cerveza a medio camino hacia mi boca. —¿Cuándo vas a ir a España? —¿Cuándo LQ50 me elija…? —le respondí entre titubeos. —Tenés que mostrar iniciativa, hacer de cuenta que ya te lo ganaste. —No es el momento todavía. —¿Estás bien? —Lu frunció el ceño. —Estoy bien —respondí, con una símil sonrisa. —¿De verdad? —insistió Lu. ¿Debía contarles que le había escrito un mail a Mía? Ya me imaginaba la reacción de los dos y no tenía ganas de recibir una reprimenda. Pero ya les había ocultado cómo me sentía antes y tampoco había llegado a buen puerto. Por lo tanto, lo correcto era que empezara a contarles desde un tiempo atrás, desde el por qué había tomado la decisión de escribirle en primer lugar. —Estuve hablando con una chica estos días. —Los dos abrieron sus ojos y se quedaron con sus bocas abiertas. No pude evitar reírme, reírme de verdad—. No es lo que se imaginan. La conocí de casualidad. ¿Vieron que Juana y Ema son fanáticas de unos autores? —Los dos asintieron en silencio—. Bueno, tuvimos algunos problemas para llegar a su firma de ejemplares en la Feria del Libro. No llegamos a hacerlo pero me encontré con una chica que había visto el día anterior... Y resultó ser la hija de los autores. —¿Cómo? —alcanzó a decir Lu. —Sí. Fue ella la que consiguió que pudieran firmarle los ejemplares. Así que la invité a tomar algo. —¡Bien ahí! —me alentó Axel pero negué con la cabeza. —Les dije que no va por ahí. —¿Y qué pasó en esa salida? —me instó Lu. —No fue una salida… Fuimos a una confitería de la feria. Un gesto por habernos ayudado. —Bueno igual… ¿Qué pasó? —me volvió a preguntar, ansiosa. —Empezamos a hablar de cómo era su vida siendo la hija de dos famosos escritores y terminamos sincerándonos acerca de nuestros miedos. —¡Ah! Sin escalas —comentó Axel. —Sentí que podía pasarle lo que me pasó a mí. Que a veces… A veces cuesta sincerarse con los amigos y la familia. Y bueno, al ser desconocidos, no teníamos por qué tener miedo de que el otro te juzgue. —¡Nosotros no te juzgamos! —se quejó Lu. —Sé que no —me defendí—. Pero hasta yo me canso de tener que contarles siempre lo mismo. —No perdamos el eje —interrumpió Axel—. Se contaron sus miedos, ¿y? —Me dijo que le había gustado charlar conmigo y me dio su teléfono. —Los dos se miraron entre sí pero presionaron sus labios para no decir nada—. ¿De verdad? Ya les dije… —Sí, que no es lo que pensamos —repitió Lu—. ¿Y después? ¿Volvieron a hablarse? —Sí, varias veces. Incluso nos quedamos hasta la madrugada hablando. Nos contamos de nuestro día y siempre terminamos hablando de Mía o lo que le pasaba a ella. —¿Y no es lo que pensamos? —preguntó Axel, levantando una ceja. —Son charlas inocentes, nos acompañamos. Nada más. —Iván —dijo Lu acomodándose en la silla de manera de quedar sentada erguida—, a ver si entendés.Cuando una persona te dice que le gustó charlar con vos y te da tu teléfono, y después sigue hablando con vos, incluso hasta altas horas de la madrugada, interesada en tu día a día y preguntándote cómo estás e incluso te aconseja… Creéme que hay un interés ahí. Miré a Axel y él asintió con la cabeza. —Tenés que invitarla a salir, de verdad —dijo. —No —dijo Lu con énfasis. —Pero si acabás de decir que hay interés —soltó Axel. —Lo hay, pero eso no significa que Iván esté preparado para iniciar una relación. —¡Wow! —exclamó, levantando las manos—. ¿Quién habló de una relación? —No está preparado —reafirmó. Los dos giraron sus cabezas hacia mí; al verme con la boca semiabierta, se dieron cuenta de que no había metido bocado en toda la conversación. Es que no lo entendía o tal vez, no lo quería ver. ¿Perla estaba interesada en mí? Le había contado todos mis temores, el dolor que había significado… que todavía significaba Mía en mi vida. ¿Cómo podía Perla interesarse en alguien así? ¿En alguien roto? —Nunca lo había visto así. —Tenés que empezar a vivir otras experiencias —me dijo Axel, acercándose a mí—. Después el tiempo dirá qué tiene que pasar con Perla. Lu estaba negando con la cabeza y Axel puso los ojos en blanco. —Eso sería ser egoísta. —¿De qué hablás, Lu? —le preguntó cansado; yo tampoco entendía a qué se refería. —¿Y lo que le pasa a esta chica no importa? ¿Cómo se llama? —Perla. —¿No importa lo que le pasa a Perla? —Esa mujer es libre de decidir —dijo Axel. —Contestame algo, Iván —me instó Lu, mirándome fijo a los ojos—. ¿Podrías dedicarle tu ciento por ciento a Perla? —Me quedé en silencio porque ya sabía la respuesta. Ella asintió, sabiendo también la mía—. Entonces te pregunto, ¿ella se lo merece? Y claro que merecía que alguien estuviera al ciento por ciento con ella pero también era cierto que era libre de elegir. Y si Lu tenía razón, y había un interés genuino, también tenía que tener la posibilidad de elegir. Perla ya sabía lo que me pasaba; si aceptaba, lo hacía conociendo los riesgos. ¿Quería salir con ella? Era cierto que nunca la había visto de esa manera pero también era cierto que hablar con ella me hacía sentir bien. ¿Era malo querer avanzar con alguien? Puede que no fuera capaz de darle el ciento por ciento, pero le daría el resto de lo que me quedaba. Y allí tomé la decisión: la invitaría a una cita. CAPÍTULO 17 Me quedé mirando el celular por largo rato antes de apretar «enviar». Era difícil explicar mis sentimientos hacia Perla, tal vez porque nunca los había analizado de verdad. Me encantaba hablar con ella, era muy fácil y siempre me quedaba una sensación de liberación cuando terminábamos nuestra conversación. Sin embargo, también era cierto que nunca se me hubiera cruzado por la cabeza invitarla a salir de verdad. Nunca me había puesto a pensar qué podían significar nuestras charlas, o al menos, qué podían significar para ella. Me había concentrado en cómo me hacían sentir a mí y lo bien que me hacían. ¿Alcanzaba esto para pensar en una relación con ella? Probablemente no. Y esta incertidumbre debería haberme impedido enviarle ese mensaje, pero la soledad también estaba pesando demasiado. Perla me contestó al poco tiempo, respondiendo un sencillo «claro». ¿Habría entendido que acababa de invitarla a una cita y no a una salida relajada, como la charla de la confitería de la Feria del Libro? La invité a una cena… Se supone que eso tenía categoría de cita, ¿no? Tal vez estaba pensado en eso demasiado. Ese día, no estuve del todo concentrado. Por fortuna, todos los trabajos estaban encaminados y solo tenía que resolver el tema del nuevo arquitecto. Pero mi mente divagaba en todas las conversaciones que había tenido con Perla. ¿Y si Luana se había equivocado? Solemos opinar en base a nuestra propia experiencia y pasado; tal vez a ella le había pasado algo similar, pero eso no quería decir que fuera la regla. Capaz Perla y yo estábamos formando una linda amistad y nada más, como la que tenía con Lu. ¿Y si hacía algo que la hacía alejar de mi vida? Ese pensamiento me dejó incómodo. No estaba afirmando que me moriría sin Perla pero definitivamente me sentiría raro, me daría cuenta de su ausencia. ¿Era eso suficiente para iniciar una relación? ¿Qué estaba diciendo? Estaba asumiendo que ella iba a querer empezar una relación… Y yo no tenía idea de lo que le pasaba. Y así estuve toda la tarde, yendo y viniendo con mis ideas y pensamientos, hasta que fue la hora de cerrar la jornada laboral. No pude elegir a ningún candidato; me pareció pertinente hacerlo cuando la cabeza estuviera más concentrada. Llegué a mi casa y me di una ducha fría; eso ayudó a despertarme o, en realidad, a dejar de maquinar tanto. Era una salida, nada más. Escogí la ropa que me iba a poner y me subí al auto para pasar a buscarla por su casa. Perla me había pasado la dirección a la mañana; su departamento se encontraba en Caballito. Y ni bien llegué a la puerta de su edificio, le envié un mensaje para avisarle de mi llegada. Ella apareció por la puerta a los cinco minutos. Perla era una mujer atractiva y la vestimenta que había elegido hacía resaltar su belleza. Se había puesto un pantalón negro que se le adhería al cuerpo como una segunda piel, marcando todas sus curvas. Para la parte de arriba, había elegido una blusa holgada con un pronunciado escote en V. Al subir al auto, pude sentir su aroma, una mezcla de jazmín y vainilla. —Qué puntual —me dijo con una sonrisa, mientras se abrochaba el cinturón. —Me gusta cumplir con lo que digo —le respondí y puse primera. ¿Por qué estaba nervioso? Me hacía el que miraba hacia el frente aunque mi mirada tendía a girar hacia la derecha. Debía ser porque me había puesto las palabras «cita» y «relación» en la cabeza; antes no estaba tan consciente de cada movimiento o palabra. Necesitaba relajarme. —¿Cómo fue el día en la editorial? —le pregunté tratando de sonar tranquilo, aunque mis dedos rebotaban sobre el volante. —Bastante tranquilo. Hoy mis padres terminaron todos sus eventos, solo queda su fiesta de aniversario con la editorial este viernes y después se vuelven a Madrid. —¿Te acostumbraste a que vivan afuera? —Sí. Los adoro pero cuando pasamos mucho tiempo juntos, me acuerdo de por qué no elegí irme a vivir con ellos. —¿Tenés hermanos? Nunca te pregunté… —No, soy hija única. ¿Y vos cómo te llevás con Ema? —Ema en realidad no es mi hermana, aunque es como si lo fuera. Tuve una infancia difícil y Juana y Ema actuaron como mi familia, yo las siento así. —Ah… Perdón. Giré mi cabeza para mirarla y alcancé a notar un suave sonrosado en sus mejillas, mientras se miraba las manos. —¿Por? —No sabía que era un tema delicado —me dijo, levantando la cabeza y mirándome. El tono que había usado como sombra en sus párpados, le hacía resaltar el color miel de sus ojos. —Y si no sabías, ¿por qué me pedís perdón? Cuando sonrió, sentí una electricidad que me recorría el cuerpo entero. Todo porque tenía esas dos palabras en la cabeza… ¿O era que la estaba viendo realmente por primera vez? Cuando llegamos al restaurante, el mozo nos ubicó en la mesa que había reservado y nos dejó la carta. Perla se quitó el saco y lo colgó sobre la silla, mientras yo me acomodaba y observaba lo que había en el menú. —No pensé que elegirías un restaurante en este lugar. —Fruncí el ceño y ella rió—. ¿Puerto Madero? Mía… Era la primera vez que pensaba en ella durante el día. —No me había dado cuenta —le confesé—. Es una costumbre, hasta con Olivia venía acá. Ella levantó las cejas pero no dijo nada, concentró su mirada en la carta. ¿Debería haberla invitado a otro lugar? Perla sabía toda mi historia, casi cada sentimiento que atravesaba mi corazón… Y la había invitado a uno de los lugares que tenía más peso en mi vida. ¿En qué estaba pensando? —¿Cómo estás con lo de Mía? —No. —Ella abrió los ojos sorprendida; mi tono de voz había sido más duro de lo que pretendía—. No quiero que hablemos de ella hoy, ¿puede ser? —De acuerdo… —Se me quedó mirandoun momento—. Pero, ¿pasó algo? —No, solo que no quiero hablar de ella. —Está bien —respondió, abriendo la carta—. ¿Ya sabés que vas a pedir? Terminé eligiendo un matambre a la pizza y ella escogió un plato de ñoquis a la bolognesa. El mozo nos trajo las bebidas y tras verterlas en nuestras copas, se retiró. —Hablamos mucho estos días —le dije, acercándome a la mesa y mirándola a los ojos—, y aun así, siento que no te conozco mucho. Como que hablé por demás de mis problemas. —No hay nada interesante por contar —se encogió de hombros. —Dejame a mí juzgar qué es interesante o no. Y no podés negar que hablé demasiado sobre mí. —Yo te preguntaba constantemente… Eras vos el que no me preguntaba a mí. —Me quedé en silencio por la vergüenza—. No hay problema, Iván. Como te dije, la interesada era yo. —Perdón. Es muy egoísta de mi parte concentrarme tanto en mi propio dolor. —No te disculpes. Ya te dije que yo era la que te preguntaba, vos solo respondías. No podía creer que recién en ese momento me diera cuenta de que siempre había sido ella quien iniciaba las conversaciones, salvo la primera vez. —Bueno, esta noche es solo tuya. —¿Y qué vendría a significar eso? —Quiero conocerte. Perla esbozó una delicada sonrisa que le hizo marcar los pómulos en su rostro. En ese momento, llegó el mozo con nuestra comida. El aroma se coló por mis fosas nasales y cuando aspiré el de la bolognesa, el rostro de Mía se formó en mi mente. Sus ojos verdes brillaban mientras que sus labios se extendían en una sonrisa cuando le decía que iba a cocinarle para ella. No. Sacudí mi cabeza para alejar esos recuerdos. ¿Por qué me hacía esto mi propia mente? ¿No veía que estaba queriendo superarla? Estaba con una mujer frente a mí, a la que había invitado a una cita… ¿Por qué me boicoteaba de esta manera? —¿Todo bien? —La voz de Perla me arrastró al presente—. Te cambió la expresión de la cara en un instante. —Sí, todo bien —le respondí, agarrando mis cubiertos para empezar a cortar el matambre. —Me gusta escucharte. Me gusta que confíes en mí y no me molesta que hablés solo de vos. ¿Querés contarme? —No quiero hablar de ella, Perla —le dije, sin quitar la mirada de mi comida—. No quiero seguir dándole tanto poder. —El poder ya lo tiene. Pero el hablarlo puede hacerte analizarlo mejor. Levanté mi mirada. —¿Y vos? Nunca me contaste de tus relaciones… Bueno, nunca te pregunté. —Como te dije, no hay nada interesante. Me separé hace un año, decisión en conjunto porque nos dimos cuenta de que ya no había amor. —¿Fue difícil aceptarlo? —No tanto. La pérdida fue algo paulatina, casi que no te das cuenta de que va sucediendo. Un día lo charlamos porque los días se habían vuelto monótonos. Nunca discutíamos porque ya nada nos importaba tanto como para enfrentarnos. También habíamos dejado de tener relaciones hacía dos meses y ninguno de los dos buscaba al otro. Él sentía lo mismo que yo, o bueno… No lo sentía. Y nos separamos en buenos términos. Esa es toda la historia. —¿Habías estado mucho tiempo con él? —Cinco años. —¡Eso es bastante! —Podría decirse que sí. —Movió sus hombros—. No cuento los años sino las experiencias. Y si me pongo a pensar, los últimos años fueron demasiado calmos. Volví mi atención al plato de comida y cada uno dio un par de bocados en silencio. No sabía qué más preguntarle… ¿Qué me pasaba? Y no era falta de interés, realmente quería conocerla pero no me salía. —¿Podemos volver a la dinámica anterior? —preguntó y la miré extrañado—. No te llevas bien con las preguntas —me explicó, sonriendo. —Perdón. —¿Por qué me pedís perdón? Deslicé mi mano por la mesa hasta alcanzar la suya. Ella apartó unos momentos su mirada de la mía para ver cómo mi mano se colocaba sobre la suya; luego volvió a mirarme. —Estoy nervioso —le confesé. —¿Por qué? Soy Perla, con la que hablás todos los días. —Pero hoy no es como todos los días. —Podría serlo. —Pero no quiero que lo sea. —No se trata de querer, Iván, sino de sentir. No trates de forzar algo que no está. —¿No lo estaba?—. Volvamos a nuestra dinámica de siempre. Contame de los candidatos, ¿ya te decidiste por alguno? Si bien me relajé y volvimos a la conversación de siempre, no se me borró de la cabeza la frase que Perla acababa de decirme: «no trates de forzar algo que no está». Era cierto que si Lu no me decía lo que pensaba respecto a la actitud de Perla, esa noche no estaría sucediendo. No sabía si hubiera sucedido de todas maneras pero sí estaba seguro de que no había estado viendo realmente a Perla. Estaba tan concentrado en mi dolor, en mi deseo por superar a Mía y mi batalla por no hacerlo, todo al mismo tiempo, y Perla era mi manera de lidiar con todo eso. Ella era una persona importante para mí. —¿Cómo se llamaba tu ex? —Tomás. —¿Dónde lo conociste? —Era uno de los autores de la editorial. —Levanté mis cejas y ella sonrió—. ¡No es eso que pensás! Fue un negocio del editor, en realidad; él estaba con otra editorial y firmó con nosotros. Después empezamos a hablar. —¿Y qué fue lo que te llamó la atención de él? —Puede que su amor por las letras. Solíamos hablar mucho sobre libros, proyectos… Es lindo poder hablar con alguien que te entienda. —¿Él llegó a leer algo tuyo? —No —respondió cortante, dándole un bocado a su comida. —Algún día me encantaría leer algo tuyo. Perla esbozó una pequeña sonrisa. —Algún día. Después de pedir la cuenta, Perla buscó su billetera en la cartera. La miré con el ceño fruncido. —Quiero invitarte —le dije y cuando el mozo llegó con la cuenta, me apresuré a darle mi tarjeta de débito. —Podríamos haber pagado la mitad cada uno —me respondió, torciendo el labio—. Son caros estos lugares. —Te dije que hoy no es como todos los días. Los primeros kilómetros del viaje de vuelta los pasamos en silencio. De vez en cuando, observaba hacia mi derecha para encontrarla observando fuera de la ventana. ¿Había hecho algo mal? ¿O era esto de la «cita» lo que estaba perjudicando nuestra relación? Volví a concentrar mi mirada en la calle, tamborileando los dedos contra el volante. Y cuando volví a mirarla, esta vez era ella quien me estaba mirando a mí. —No hagamos esto— me dijo con el rostro teñido de seriedad. —¿Qué cosa? —Esto —respondió, moviendo sus dedos índices entre los dos—. Me gusta hablar con vos, me hace bien. No quiero que te sientas obligado a hacer esto… Bueno, no es obligación en sí… —Exhaló con profundidad—. Entendés lo que quiero decir. —No me sentí obligado a invitarte a salir. —Parecería que sí —me dijo, inclinando la cabeza—. Es cierto que no te conozco tanto pero no fuiste el mismo Iván con el que hablé todos estos días. —Es que solo fueron mensajes. —Sí, eso es cierto. Pero igual… No tenés que hacer esto, no hace falta. Cuando llegué a su edificio, frené y giré mi cuerpo para poder mirarla de frente. Ella se quitó el cinturón y se colgó la cartera. —No lo hice obligado, Perla. —Fue una linda noche. No te compliques tanto, Iván. —Puso la mano sobre la manija para abrir la puerta. —Perla —le dije, al mismo tiempo que sostenía su muñeca. Ella giró su cabeza y me acerqué a su rostro sin pensarlo demasiado. Cuando mis labios rozaron los suyos, sentí una vibración en mi cuerpo, una sensación que me pedía más. Entonces, coloqué mis manos a los costados de su cara, mientras sentía sus manos sobre mis brazos. Y en el momento en que mi lengua se encontró con la suya, mi corazón vibró en el pecho, desesperado; sentí como si mis venas se hubieran convertido en lava ardiente. Su boca era adictiva y mis labios no querían despegarse de los suyos, mi cuerpo no quería alejarse de ella pero tuvimos que separarnos. Los dos teníamos la respiración entrecortada… Me había olvidado de respirar. Perla se rozó los labios con sus dedos y me miró a los ojos. —¿Por qué? —preguntó en un susurro. —Porque lo necesitaba —le respondí, aún sintiendo cómo mi cuerpo temblaba por lo que acababa de suceder. —Hasta mañana, Iván —y se bajó del auto. Mientras la veía cruzar la calle, sentía como si mi cuerpo estuviera flotandosobre una nube, ligero y sin preocupaciones. Hacía mucho tiempo que no sentía algo así y allí me di cuenta de que Perla no era ninguna desconocida. CAPÍTULO 18 Me dormí pensando en Perla y me desperté pensando en ella. Mi cuerpo todavía recordaba las sensaciones que había experimentado cuando nuestros labios se habían rozado y ya tenía ganas de que volviera a suceder. ¿Mi cuerpo me estaba jugando una mala pasada? ¿Era cierto esto que me estaba pasando o me lo estaba inventando? Solo una persona podía responderme y por eso, ni bien me desperté, llamé a mi papá. —Buen día, hijo. ¿Cómo estás? —Amaneciendo conflictuado… Anoche salí con Perla. —¿La hija de los autores? —La misma. —¿Y cómo te fue? —preguntó, con claro entusiasmo en la voz. —¿Intentaste salir con otra mujer después de Sabrina? Escuché a mi papá exhalar con fuerza. —Lo intenté, una sola vez. No resultó. —¿Qué pasó? —Tu madre seguía muy presente en mis recuerdos… Tanto que un día me confundí su nombre, en el peor momento. —¿Pero habías dejado pasar un tiempo considerable? —Habían pasado tres años… Pero hijo, no tomes esta experiencia como la verdad. Somos personas diferentes. —¿Lo somos? —¿Por qué tomaste la decisión de salir con Perla? —Ella me preguntó lo mismo después de que la besé. —¿Y sabés la respuesta? —Cuando les conté a Axel y a Lu sobre lo que estaba pasando con ella, me hicieron dar cuenta de que Perla estaba interesada en mí. Hasta ese momento nunca me había planteado una situación como esa pero estoy seguro de que una parte de mí sospechaba algo. Tal vez no lo quería ver. —¿Te gusta esta chica? —¡Me encanta! —Exhalé buscando las palabras adecuadas—. Pero temo que no sea algo genuino y me esté inventando una situación en la cabeza, como me pasó con Olivia. —¿Y qué dice ella? —Siente que la invité obligado y que estoy forzando algo que no existe. —Nadie sabe con seguridad si tiene sentimientos por otra persona de un momento a otro. Tal vez necesites más contexto. ¿Por qué no la invitás a salir de nuevo? Cuando corté con mi papá, me senté frente a la computadora. Había un lugar que tenía ganas de visitar hacía un tiempo y nunca había encontrado el momento adecuado. Quizás era este; sería una salida más descontracturada que la anterior y podría ver cómo nos manejábamos los dos, qué sentía al verla nuevamente. Así que agarré el celular y le mandé un mensaje. Eran las diez de la mañana pero ella siempre se levantaba bien temprano. Como esperaba, me respondió a los pocos segundos. Iván: ¿Tenés planes para este sábado? Perla: No, nada planeado. ¿Por? Iván: ¿Conocés Campanópolis? Perla: No escuché nada. Esperame que googleo. Iván: Me gustaría que fuéramos a visitarlo, si te gusta. Perla: ¡Es muy lindo! Sí, claro. Me parece una buena idea. Iván: ¿Te paso a buscar en una hora? Perla: En una hora está bien. Lu me había contado de ese lugar porque una vez había tenido una sesión de fotos allí. Era una pequeña aldea dentro de la provincia de Buenos Aires que tenía un estilo medieval y siempre me había llamado la atención. Así que compré las entradas y pasé a buscar a Perla por su casa. Mientras esperaba que bajara, mi mente empezó a preguntarse cómo debería saludarla. ¿Por qué me hacía esa pregunta? Nos habíamos dado un beso la noche anterior, ¿por qué debería saludarla de otra manera? Cuando la vi salir de su edificio, mi corazón se avivó y más aún cuando ingresó en el coche. Nuevamente, su aroma a jazmín y vainilla me envolvió y descubrí que cada vez me gustaba más. Entonces, me acerqué a ella y la besé en los labios. Perla sonrió y buscó el cinturón. —¿Cómo conocías ese lugar? —me preguntó mientras se acomodaba en el asiento. —Me contó mi amiga, Luana. —¿Ella era la fotógrafa, no? —Sí. Tengo que presentártelos algún día. Perla no me respondió pero pude ver cómo intentaba ocultar una sonrisa. Durante el viaje, escuchamos una lista de música compartida. Coincidíamos en algunos estilos musicales; en otros, éramos completamente opuestos. Mientras la melodía inundaba el pequeño recinto, y en alguna que otra nos encontraba cantándola por lo bajo, me volví a sentir liviano; los nervios habían desaparecido y disfrutaba de su compañía. En el trayecto, Perla me contó de la vez que había viajado con su mejor amiga a Nueva York y cómo se arrepintió después de no haber subido al Empire State. Resulta que esa misma noche había conocido a su ex, quien estaba de viaje como ella. Por cuestiones de la vida, nunca volvió a ese país. Mientras me contaba su anécdota, mi cabeza ya se estaba imaginando un viaje de los dos en el futuro. El GPS del auto indicaba que nos estábamos acercando al lugar, sin embargo, el barrio seguía teniendo las casas una al lado de la otra. —¿No es un predio a campo abierto? —preguntó Perla, quitándome el pensamiento de la cabeza. —Se supone que sí —le dije, encogiéndome de hombros. Pero en la siguiente cuadra, nos topamos con un paredón con la entrada que indicaba que estábamos en el lugar correcto. Casi sin darnos cuenta, respiramos tranquilos al atravesar el umbral. Recorrimos un poco el campo hasta llegar al sitio donde más autos y micros escolares estaban estacionados. Ya podíamos ver algunas de las edificaciones; Perla se había inclinado tanto sobre su asiento que su frente casi estaba pegada en el parabrisas. Una sonrisa asomó en su rostro al mismo tiempo que sus ojos se abrieron de par en par cuando empezó a divisar los edificios a lo lejos. Nos recibió uno de los guías y nos avisó la hora en que comenzaría la visita. Eso nos dio tiempo para recorrer un poco el lugar por nuestra cuenta. —Ahora entiendo por qué tu amiga tuvo una sesión de fotos acá —dijo Perla, sin quitar la mirada de las edificaciones. Cuando nos adentramos en el predio, una música de ópera llenó el ambiente. El viento atravesaba las copas de los árboles con un delicado susurro. Sin darme cuenta, miré a Perla mientras se acomodaba el pelo detrás de su oreja, pero el viento era implacable. Me descubrí mirándola continuamente y sin querer apartar la mirada de ella. —¿Pasa algo? —me preguntó, desconcertada. —Nada —le dije y mis labios se curvaron al ver cómo ella fruncía el ceño. Caminamos por el sendero de piedras mientras esperábamos que nuestro turno de visita comenzara. Ella miraba con detenimiento cada edificación que le quitaba el aliento; podía notar cómo las observaba con un ojo diferente. —Estás como absorta —le dije, después de un largo silencio. —Mi mente está tratando de absorber todo esta información —me respondió, mirándome a los ojos—. Podría escribir una historia entera en este lugar. —Me alegro que te sirva de inspiración. Caminé dos pasos para poder estar más cerca de ella, sin que Perla quitara sus ojos de los míos. Con mi dedo índice le acaricié su mejilla y ella inclinó su cabeza como si quisiera atrapar mis manos entre el hueco de su hombro y cuello. Entonces, volví a encontrarme con sus labios y sentí cómo sus manos se deslizaban por mi espalda. Y en ese instante, el mundo se silenció. Sólo éramos ella y yo. Cada uno de sus besos me embarcaba en un viaje diferente, pero lleno de curiosidad y aventura. Incluso sin conocer hacia dónde podría llevarme ese camino, era capaz de recorrerlo con los ojos cerrados con tal de seguir disfrutando de la calidez de sus labios. Cuando nos separamos, el mundo siguió dando vueltas pero aun así, me quedé colgado de sus ojos con la intención de que mi mirada fuera capaz de decirle todo eso que me hacía sentir y que por alguna razón, no era capaz de decir en voz alta. Me gustaba estar con ella, me gustaba besarla y sentirla contra mi cuerpo. No me podía estar inventando eso… A la hora de nuestra visita, nos reunimos con el resto del grupo y seguimos a la guía. Resultó ser que el lugar había sido construido por Alberto Campana, un hombre que tenía los medios para crear una aldea medieval y seguir la creatividad de sus sueños. La dedicación que se reflejaba en cada uno de los lugares que la guía nos indicaba, hablaban por sí solos de la pasión de ese hombreque, a pesar de padecer cáncer, continuó con su sueño hasta que su vida llegó a un punto final. Siguiendo a la guía por un nuevo pasaje, mi cuerpo quedó junto al de Perla y nuestros brazos se rozaron. Un pensamiento atravesó mi cabeza y antes de que pudiera racionalizarlo e inventar excusas para no llevarlo a cabo, estiré mi mano para encontrarme con la de ella. Nuestros dedos se entrelazaron. Perla siguió prestando atención a la guía mientras nos contaba la historia de la Casa Vieja pero yo me distraje al ver nuestras manos unidas. Era un gesto tan sencillo pero que significaba tanto, que mi cabeza volvió a nublarse. ¿Estaba haciendo lo correcto o debía hacerle caso a Lu? Volví la atención a la guía y me dejé llevar por el presente. Qué significaba o qué podía significar aquello, no necesitaba ser develado en ese momento. Al terminar la visita guiada, la guía nos agradeció haber elegido Campanópolis y dejó que recorriéramos el predio solos. Así que volvimos sobre nuestros pasos y regresamos a los lugares para sacar algunas fotos. Yo le sacaba algunas a ellas y ella me las sacaba a mí; entonces me percaté de que no me pedía que nos sacáramos una foto juntos. ¿Temía preguntarme o no quería tener un recuerdo de nosotros? Nuevamente, sin volver a procesar mis pensamientos, la llamé por su nombre y levanté el celular para enfocarnos y que ambos pudiéramos salir en la toma. A través de la pantalla del celular pude ver cómo sus cejas se levantaban. ¿Estaba sorprendida por mi pedido? Pero cuando una sonrisa asomó en su rostro, me di cuenta de que había tenido miedo de preguntarme. ¿Qué otras cosas se estaba guardando para ella? —Me gustaría preguntarte algo —le dije buscando su mirada, después de guardar el celular en mi bolsillo. Ella me miró a los ojos; la tonalidad miel de los suyos parecía mezclarse con un verde musgo cuando el sol daba directo en ellos—. Sé que es un tema sensible. —Podemos hablarlo —me respondió, entre incómoda y decidida. Mis dedos volvieron a entrelazarse con los de ella y continuamos la caminata. —Aquella vez en la feria me dijiste que te encantaba escribir pero que sabías que no eras buena… a pesar de no haber publicado nunca. ¿Por qué estás tan segura? Perla respiró hondo y exhaló con fuerza. —Publiqué una vez pero bajo un seudónimo. Me llamé Alma Oculta. — Sacudió su cabeza y tuvo que volver a respirar hondo—. Fue en la plataforma provista por la editorial Eureka, en la que trabajo y en la que mis padres publican. Allí invitan a escritores a publicar sus escritos y mes a mes, los editores de la compañía eligen a los mejores y los hacen participar a fin de año por un contrato editorial. Las devoluciones son públicas, con la intención de que no solo el escritor aprenda sino toda la comunidad. Y evaluaron el mío… —Perla volteó a verme y sonrió con tristeza—. Podrás imaginarte el resultado. —¿Pero de verdad fue malo? —le pregunté, en un intento por animarla —. A veces nos juzgamos con mayor dureza porque… —Era malo, Iván —me interrumpió—. Fueron sutiles en el texto pero yo sabía lo que significaban esas palabras. Ya había escuchado a los editores revisar esos escritos y lo decían de manera cortés pero en realidad, el mío era un horror. Por suerte, no usé mi nombre verdadero, de lo contrario, hubiera sido un escándalo. —¿Para tanto? —Todo el mundo está esperando la novela de la hija de Abigail Wagner y Ciro Cavalcanti. ¿Te imaginás el festín que se haría la prensa si se enterase de que publiqué ocultando mi identidad y que encima fui un desastre? Ya me imagino las entrevistas a mis padres, las que me quisieran hacer a mí… No. Menos mal que lo pensé antes de hacerlo. —¿Y qué fue lo que publicaste? —Fue una novela de romance, o creía que lo era. Era la primera vez que escribía una novela completa. —¡¿La primera vez?! —le dije, elevando mi voz—. No podés juzgarte de esa manera cuando era lo primero que hacías. Ella se encogió de hombros. —Se supone que el talento se tiene o no se tiene. —Pero lo tenés que cultivar. ¿Volviste a escribir después de eso? —No… hasta hace unos días. —¡Bien! Tenés que seguir practicando, nada más. —Si soy sincera y leo mi propio escrito, no encuentro las emociones. No me las creo y entiendo por qué los editores tampoco lo sintieron. Era una historia vacía. —Bajó su mirada hacia los pies y pateó una pequeña piedra hacia el frente—. Pero la que estoy escribiendo ahora me está haciendo vivir cada emoción, aunque no haya sido yo quien las sintió. —¡Excelente! Perla se detuvo y colocó sus manos a la altura de mis mejillas; luego me besó y dejé que mi consciencia se perdiera en ese momento, en las sensaciones que ella me provocaba. Cuando se alejó de mí, su mirada seguía enfocada en la mía. —Vos me inspirás. Tras esas palabras, volví a besarla y si hubiera sido por mí, no me hubiera separado de ella ni aunque necesitara el aire para respirar. Cuando esa tarde la dejé en la puerta de su edificio, Perla me invitó a subir a su departamento. Y lo hice sin despegar mi mano de la de ella, con el cuerpo revolucionado y con una emoción que embargaba cada resquicio de mí, que envolvía mis pensamientos, que protegía mis miedos. Entramos a su casa con nuestros brazos enredados en el cuerpo del otro, con nuestros labios rozándose. Ella era quien dirigía el camino; escuché cómo se abría una puerta y cuando se detuvo, nos separamos para poder respirar. Al abrir los ojos, descubrí que estábamos en su habitación. Sus brazos aún colgaban de mis hombros y su mirada no se había apartado de la mía. —¿Estás seguro? —me preguntó, con la voz entrecortada. Volví a besarla pero esta vez con urgencia, con pasión. Deslicé mis manos hasta el borde de su camisa y cuando las puntas de mis dedos rozaron su piel, sentí un escalofrío en todo mi cuerpo. Mientras tanto, ella acariciaba la parte baja de mi espalda. Pude sentir cómo mi entrepierna se endurecía al instante. Entonces, le quité la blusa y vi cómo sus mejillas se sonrojaban al verme cautivado por su desnudez. —Sos hermosa —le dije y nuestros labios volvieron a unirse. Cada roce de mi piel contra la de ella era como una fogata que se encendía en mi interior y no me importaba quemarme, hasta su sabor era adictivo. No importaba la zona de su cuerpo que mi lengua tocara, solo quería más de ella. Sus gemidos eran como una melodía hipnótica para mis oídos, que quería seguir escuchando una y otra vez. Cuando mi miembro se deslizó dentro de ella, sentí como si me estuviera sumergiendo en un mar cálido. Dos sensaciones opuestas se entrechocaban. Por un lado, mi cuerpo ardía de adrenalina; quería consumirla y embriagarme en ella. Y al mismo tiempo, una profunda calma acariciaba mi alma. Con cada embestida, sus manos se aferraban con fuerza a mi cuello y sus ojos no se apartaban de los míos. Quería besar cada rincón de su cuerpo pero no quería perderme la explosión de sensaciones que me transmitía su mirada. Y a medida que los movimientos fueron aumentando de velocidad, sus gemidos fueron aumentando en intensidad. Los míos, los de ella. Más de una vez repitió mi nombre y cada vez que lo hacía, lo sentía como el canto de las sirenas, hipnótico y al mismo tiempo, mortal. Al llegar al clímax, los dos nos encontramos pronunciando el nombre del otro. Luego, Perla sonrió y buscó mi boca. Yo me dejé llevar y presioné mi cuerpo contra el de ella. Mi cuerpo estaba revolucionado pero en ella había encontrado un refugio. Perla se había convertido en mi faro en medio de la tormenta. CAPÍTULO 19 Cuando al otro día llegué a la oficina, todo parecía tener otro color. De hecho, volví a mi lista de candidatos y elegí a Pablo Frías, un chico que se había recibido el año anterior y que había hecho una pasantía de seis meses en un estudio. Lo llamé por teléfono para darle la noticia; el lunes se incorporaría para ayudarme con los proyectos que se habían sumado. Quería darle una nueva mirada al negocio, por lo que me puse a buscar un diseñador que me ayudara en la actualización de la página web y un logo representativo.Encontré uno que me gustaba por su estilo y la forma de describir su oficio, así que lo llamé por teléfono para concretar todos los detalles necesarios. Fue justo después de cortar con él que vi a Lu a través de la puerta de cristal de la oficina. Toqué el timbre para que pudiera entrar. —El señor Desaparecido —dijo, al sentarse delante de la silla de mi escritorio. —Tampoco pasó tanto tiempo y además, estuve con algunas cosas… — y me mordí los labios. —Saliste —me dijo, endureciendo su rostro. —Pero no es lo que pensás… Fue… —¿Qué palabra podría describir lo que había vivido con Perla?—. Fue increíble. Lu entrecerró los ojos y se me quedó evaluando. —¿De verdad? —preguntó con duda. —¡De verdad! No me imaginé que iba a poder sentir todo lo que sentí. —¡Ya me contás todo! Empecé por contarle de nuestra cena y cómo terminamos al otro día en Campanópolis. Lu quería muchos más detalles de los que le contaba pero la verdad, eran momentos que prefería guardar en mi memoria. Además, planeaba presentársela y no me parecía justo para Perla que mis amigos supieran cosas íntimas. —¿Y cuándo se ven de vuelta? —No organizamos nada. Ella hoy tiene un evento en la editorial, un aniversario de sus padres antes de que se vuelvan a Madrid. —¿Y la vas a acompañar? —¿Debería? —pregunté, frunciendo el ceño—. Ella no me dijo nada. —Y no te lo va a decir, van a estar los viejos ahí. Capaz piensa que es muy pronto. ¿Era muy pronto? —No voy a presionarla. —¡No, Iván! No lo decía por ella, sino que tal vez piense que decírtelo ahora sería muy pronto. Ustedes se asustan con facilidad. —¡Hey! —me quejé. —Es la verdad —respondió, sin darle importancia—. ¿Por qué no se lo sugerís vos? Después de todo, se van a Madrid y anda a saber cuándo los volvés a ver. Agarré mi celular y me lo quedé mirando; Lu me hizo un gesto con las manos para que le escribiera. Sinceramente, a mí no me molestaba acompañarla y tenía ganas de verla otra vez. Resolví escribirle y sugerirle acompañarla. A los pocos segundos me respondió, y tras preguntarme dos veces si estaba seguro, terminó por decirme que sí. Perla: Es a las siete de la tarde. Pero te va a convenir llegar antes, porque la prensa va a estar en la puerta esperando la llegada de mis padres. Iván: ¿A las seis te parece bien? Perla: Te voy a estar esperando. Gracias. Iván: No veo la hora de volver a verte. —¡Esa sonrisa! —exclamó Lu con entusiasmo y recién allí me percaté del gesto que estaba haciendo—. ¿Fue un sí? —Sí. Ella aplaudió, contenta —¿Y cómo venís con el estudio? ¿Necesitás una mano? —Cuando me dijo eso, no pude evitar recordar nuestro tiempo juntos, cuando ella había sido mi asistente. Aparentemente mi rostro reflejó lo amargo de mis recuerdos porque se apresuró a responder—: No empieces, Ivo. Eso ya es historia. —Se acercó a las cajas que estaban sobre la mesa que funcionaba como espacio de reunión—. ¿Qué tenés que hacer con esto? —Reorganizarlas en este mueble —le dije, señalando el organizador que tenía a mi derecha—, ya saqué todas las carpetas de proyectos que tenía. Creo que voy a tener que comprar otro mueble más mientras tanto. —Ella asintió en silencio y se puso a sacar las carpetas para ordenarlas en orden alfabético, como había hecho la vez que nos pusimos a ordenar mi oficina en el estudio—. No debí haberte despedido. Ella relajó los hombros y exhaló con fuerza, girando su cabeza e inclinándola hacia un costado. —No quiero hablar de ese tema; me costó superarlo y perdonarte al mismo tiempo. —Volvió su atención a la tarea—. No quiero revolverlo. Me apresuré a sentarme a su lado, para eso tuve que apartar una caja que estaba sobre la silla. —No quiero enterrarlo, eso tampoco funciona. —Ella volvió a exhalar y me miró a los ojos—. No te lo merecías y quiero pedirte perdón. —Hay algo que aprendí mientras intentaba superarlo y es que no necesito la aprobación ajena para sentirme capaz de hacer algo. Cuando me diste la posibilidad de trabajar con vos, lo único que me impulsó a tomar la decisión fue el dinero del que me hablaste. Mi trabajo como fotógrafa no me estaba dando lo suficiente como para ahorrar para el viaje; en cambio, sí me daba experiencia para solicitar la beca. Sin embargo, necesitaba el dinero para irme a Londres por dos años. Y lo acepté por eso, pero siempre sentí que tenía que hacer cosas de más para justificar mi estancia en el estudio, porque no me hubieran contratado de otra manera. —Deslizó su mano por la mesa para sostener la mía—. Yo hice las paces con mis inseguridades y sé que no me lo merecía; primero como empleada y después como amiga. Pero me encantaría que vos hicieras tu propia reflexión de lo sucedido. —Tendría que haberte defendido. Lu retiró la mano de la mía y llevó unas carpetas al mueble. —No hablo de eso. Me refiero a tu relación con Olivia. —Estaba celosa y lo único que quería era hacerla feliz. —¿Cumpliendo sus caprichos? —me preguntó, levantando una ceja—. Ella quería encerrarte en una caja de cristal, solo para ella. Y la dejaste, porque vos también querías mantener esa caja a salvo. ¿Entendés adónde voy? —Sí, te entiendo. Ya me lo he replanteado por mi cuenta… Pero fue mi primera relación también; yo tampoco sabía bien cómo debía manejarme. —Bueno, prefiero que revises ese aspecto de todo lo que te pasó para evitar que te suceda de vuelta con Perla. Nosotros estamos bien. Asentí en silencio y volví mi atención sobre el mueble. Terminamos de organizar unas cosas y más tarde, Lu se fue a una sesión de fotos que tenía programada. Me pidió que le mandara fotos de la recepción en la editorial y que después le contara cómo había resultado todo. Me quedaban unas dos horas antes del evento, pero me iría antes a casa para poder bañarme y ponerme otra ropa. No quería hacerlo algo muy importante pero, a fin de cuentas, iba a conocer a los padres de Perla. En ese momento, escuché un golpe en la puerta. —¿Qué te olvidaste, Lu? —dije, levantando la mirada de la computadora para mirar a través de la puerta de cristal. Pero no era Luana. Era Mía. PARTE 3: NO QUIERO DESPERTAR CAPÍTULO 20 El mundo entero tembló bajo mis pies, como si un terremoto de escala nueve estuviera sucediendo en Buenos Aires en ese momento. Después comprendí que eran mis piernas las que estaban temblando y me dio miedo avanzar porque no sabía si serían lo suficientemente fuertes para sostenerme hasta llegar a la puerta. Fue allí cuando Mía levantó su mano derecha con timidez para saludarme a la distancia. Tenía que moverme. Así que respiré hondo y me acerqué a la puerta para abrirla. Ni bien lo hice, su perfume de coco penetró en mis fosas nasales. Ella esbozó un comienzo de sonrisa y se mordió el labio. El corazón aceleró su ritmo y la respiración se me entrecortó; tuve que apartar la mirada para tranquilizarme. Aproveché el gesto para indicarle el asiento en mi escritorio. Tragué saliva, pero el nudo que se había formado en mi garganta seca casi me hizo ahogar. —Hola, Mía —le dije y al pronunciar su nombre en voz alta sentí que todo mi cuerpo era recorrido por una corriente eléctrica. —Hola, Iván —saludó, acercándose a la silla de mi escritorio. Cuando volví a escuchar su tono de voz, mi mente viajó años hacia atrás, cuando ella decía mi nombre al alcanzar su orgasmo. Sentí una puntada en la parte baja de mi vientre y sacudí mi cabeza para alejar esos recuerdos. —Perdoná que me tomé el atrevimiento de venir. No tenía idea de cómo había llegado hasta la oficina pero a esa altura, ni me importaba. Solo que estaba acá. —No tengo que perdonarte nada —le dije acercándome a ella. —Quería hablar del mail que me enviaste. El corazón se me cayó al estómago. —¿Tenés ganas de ir a tomar algo? Es un despelote mi oficina. —Sí, no hay problema —dijo, dubitativa. Agarré mis cosas y cerré la oficina detrás de mí, y le indiqué dónde estaba estacionado el auto. Cuando nos subimos a él, su aroma se hizo presente con mucha más intensidad y en ese momento supe que lo recordaría por mucho más tiempo cuando Mía se fuera. Arranquéel motor y salí al tráfico porteño. —¿Cómo estás? —le pregunté, mirándola rápidamente y me concentré de vuelta en el camino; temía quedarme prendido observándola. —Bien, gracias. ¿Y vos? Muy linda tu oficina. —Es chica, le falta varios toques todavía. ¿Cómo… —casi pierdo el hilo de voz, tuve que aclararme la garganta para seguir— cómo me encontraste? —Google —dijo, riéndose y casi pierdo la respiración al escucharla—. Te googleé. No quería escribirte una respuesta prefería… decírtelo en la cara. Los oídos me zumbaban y las manos me temblaban. Intenté ocultar sus movimientos aferrando con fuerza el volante. —Y me encontraste… —dije, intentando recuperar la cordura. Estacioné el auto y bajamos en Puerto Madero. A medida que fuimos acercándonos a la confitería, no pude evitar mirarla de reojo y encontré un esbozo de sonrisa en su rostro. En ese momento, me relajé. —Por los viejos tiempos —le dije, señalándole una de las sillas de afuera; no sé si se acordaría de que en esa misma mesa nos habíamos sentado hacía dos años. Una vez que nos ubicamos, apareció una moza con la carta. Los dos agradecimos y ella nos dejó para elegir. Yo abrí la mía pero vi que ella se quedó mirándome. —¿Qué pasa? —Fue Víctor, mi hermano, quien se casó. —No entiendo. —En Cariló… —Me recorrió un escalofrío por la espalda—. La última vez que nos vimos. Yo no estoy casada. Me costó poder responder a aquella información. Mi cabeza se había armado toda la historia, de hecho, había justificado todo mi accionar porque Mía me había usado y terminó eligiendo a otra persona. Ella había avanzado, seguido con su vida, mientras yo me había quedado en pausa. Parte de mi dolor era su ausencia, pero también el hecho de que estaba con otro hombre… Pero ahora me decía que… —Igual —volvió a decir, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos—, estoy en pareja. Si había sacado la cabeza fuera del agua, alguien me la había vuelto a sumergir en lo profundo de un océano en cuestión de segundos. —Qué… bien —le dije con las palabras enredadas en la lengua—. Me alegro por vos. En ese momento regresó la moza y le encargamos dos cafés con un alfajor. Ella nos retiró las cartas y volvió a dejarnos solos. —Gracias —me respondió, aunque pude notar la incomodidad en su tono de voz—. Se llama Alejo. Era un amigo de la adolescencia. —Wow… ¿Y hace cuánto tiempo están juntos? —Es muy reciente. Apenas llevamos un mes juntos. No pude evitar sentir un destello de esperanza. Sabía que había hablado de soltarla, de avanzar con mi vida aunque no fuera la ideal… Pero verla de vuelta, y encima por decisión de ella, hizo que mis pensamientos se movieran hacia otras costas. Unas donde la posibilidad de intentarlo de nuevo eran altamente probables. Y una relación de apenas un mes, no estaba del todo consolidada… —¿Y la fotografía? —Mejorando cada día —respondió con una amplia sonrisa en su rostro —. Tuve una muestra hace poco y allí conseguí varios trabajos. —Felicitaciones. —¿Y vos? —Estoy pensando en un proyecto más grande y en construirme mi propio estudio… —Sentimentalmente, digo —me interrumpió. ¡Perla! Recién en ese momento me percaté de ella y para cuando miré la hora en mi reloj, vi que eran las seis y media. ¿Qué tenía que hacer? No podía irme del lado de Mía, de verdad que no podía. ¿Y si no la veía nunca más? De todas formas, el evento era a las siete. Puede que para entonces hubiéramos terminado el encuentro. Volví mi atención a Mía, estaba a punto de responderle que estaba con alguien, eso fue lo que procesó mi cerebro. Sin embargo, cuando abrí la boca, no salió esa declaración: —Solo. Y se produjo un silencio demasiado profundo, como si se hubiera convertido en un manto invisible que nos cubrió a ambos por igual. Ninguno fue capaz de decir otra cosa pero las miradas continuaron con la conversación. Supe que ella había entendido todo con esa simple palabra, y al darse cuenta, bajó los ojos. —Me arrepiento mucho de haberte lastimado. —Yo también te lastimé —me dijo, volviendo a depositar sus ojos sobre los míos. —¿Qué nos pasó? —Nos encontramos en el momento que no tenía que ser… Yo no estaba preparada para una relación y vos ni siquiera sabías que algo así era posible. —Yo creo que nos encontramos en el momento justo. Vos me enseñaste lo que era el verdadero amor. Mía se reacomodó en la silla y concentró su mirada en la taza, mientras volcaba el azúcar y hacía girar la cuchara. ¿Estaba nerviosa? Veía como su garganta subía y bajaba, como si tragara saliva constantemente. —Yo solo te abrí una puerta —dijo finalmente. —Una que no sabía que existía… Espero haber hecho algo por vos también. —Entendí que no debía condenar al amor por una relación fallida. — Levantó la mirada y se encontró con la mía—. Entendí que el amor era suficiente y por eso… Se acercó la taza a los labios y volvió a apartar la mirada. Entendí enseguida lo que había querido decir. Su silencio repentino me dio una puñalada en el corazón. Nuestra relación, por más efímera y caótica que hubiera sido, también la había afectado, y también le había enseñado algunas cosas. Y gracias a ella, ahora estaba en una relación con otro hombre. Gracias a mí. Gracias a mí había encontrado el amor en otro hombre. Alejo. Y aunque era consciente de que él no tenía nada que ver en esta relación, que él existió después de nosotros dos, no pude evitar odiarlo. Odiarlo desde la envidia, porque era él quien estaba a su lado, quien compartía desayunos, cenas, la cama… Le di un largo sorbo al café; me quemó en la garganta pero me aferré a ese dolor, uno diferente al que sentía por Mía. A ese ya me había acostumbrado. —¿Cómo estás vos? —preguntó nuevamente—. De verdad. ¿Cómo decirle? ¿Cómo explicarle lo que su amor me había hecho? No podía decirle la verdad, no podía convertirme en una víctima. No soportaría su lástima o su culpa. —Fue difícil pero acá me ves. —Eras otra persona cuando te vi en Cariló. —Necesité serlo, de lo contrario, no hubiera podido soportar tu presencia. —¿Era cierto? —No apartó sus ojos de los míos, presionando sus labios —. Lo de las noches, las mujeres… —Lo fue, por un tiempo. Me ayudaron a olvidarme de vos… Hasta que me di cuenta que solo duraba un instante. Apartó su mano de la taza y por un momento pensé que la iba a deslizar por la mesa para agarrar la mía. Pero no lo hizo. En cambio, volvió a agarrar su taza. —Creo que no me va a alcanzar la vida para pedirte perdón —me dijo y bajó la mirada. —Por favor, no. —Mía volvió a levantar la cabeza—. No toleraría que sintieras culpa por todo lo que pasó. Fue algo compartido, yo también decidí arriesgarme a vivirlo. —Ella esbozó una delicada sonrisa y necesité cambiar la conversación, aunque me hiciera doler a mí pero quería verla sonreír de forma genuina—. Contame de Alejo. —No creo que… —No hagamos esto incómodo —le dije, alentándola a seguir—. Sos feliz y eso es lo que me importa. Contame, por favor. —De acuerdo… —Respiró hondo—. ¿Te acordás que te había mencionado a mi ex, Dante? Bueno, Alejo era su amigo. Era mi enamoramiento de la secundaria; de hecho, en la fiesta de egresados se suponía que iba a pasar algo. Las cosas de la vida hicieron que terminara con Dante esa noche. Y el resto es historia. ¿Cómo competir con un amor que tenía tantos años? No, competir no. ¿Por qué estaba pensando en eso? No arruines esto, Iván. A esa altura, solo quería que estuviera conmigo, como ella quisiera, aunque fuera como amigos. Aunque tuviera que escuchar sobre el hombre que amaba, podía soportar ese dolor si ella estaba a mi lado. —¿Y cómo se reencontraron? Mía me contó que hacía poco había hecho una muestra y que Alejo terminó apareciendo en ella. Resultó ser que la razón por la cual no habían empezado su relación en la secundaria, fue por la intervención de una supuesta amiga. Mientras me contaba la historia, parecía que se hubiera olvidado de todo lo que pasó entre nosotros. Era como si la incomodidad o el peso de nuestro pasado, se hubiera evaporado. Hablaba relajada y con una sonrisa genuina. Yyo la escuchaba feliz, aunque el sabor fuera agridulce. La tenía enfrente, me estaba hablando, era real… ¿Qué más podía pedir? Pedimos la cuenta y me apresuré a pagar por ambos. Ella me agradeció con un brillo en la mirada y fuimos caminando hasta mi coche. Le abrí la puerta pero ella negó con la cabeza. —No hace falta. —No me molesta alcanzarte hasta tu casa. —De repente, comprendí y agregué—: Salvo que eso te traiga problemas. —No es por eso, creo que lo mejor es que me vaya. Además, estoy a pocas cuadras. —A unas cuantas. —No me molesta caminar. —Sacó una cámara de su cartera—. Incluso estoy equipada. Cerré la puerta y me quedé mirándola. No me quería ir; ella tampoco se movía. —Fuiste una persona muy importante en mi vida —le dije, apoyándome en el coche y metiendo mis manos en los bolsillos—. Lo seguís siendo. No me gustaría que nuestra relación se cortara acá. —Estoy en pareja, Iván… Me aparté con rapidez del auto y puse mis manos a la altura de mi pecho. —No hablo en ese sentido, Mía. Por favor… Quiero que seamos… amigos. —No podemos ser amigos. —¿Por qué? —le pregunté con rapidez. Ella me miró pero no fue capaz de responder enseguida. Tuvo que respirar hondo antes de hacerlo. —¿Realmente crees que podamos? —Por supuesto. Hagamos esto. —Saqué una tarjeta personal de mi billetera y se la di—. Ahí tenés mi teléfono. Salgamos mañana a cenar. —Y me obligué a decirle lo que se me cruzaba por la mente para que se sintiera tranquila—. Siempre que Alejo esté de acuerdo. Miró la tarjeta y volvió a mirarme a mí. Fueron apenas unos segundos pero para mí parecieron horas. —Está bien —respondió y guardó la tarjeta en su mochila. Comenzó a caminar hacia el lado opuesto y me saludó desde la distancia. Cuando me senté en el interior del coche, no pude evitar que se me formara una amplia sonrisa y que el corazón rebotara desesperado contra mi pecho. Sabía que no debía, que no significaba nada, pero algunos sentimientos no podían controlarse. Y yo no podía controlar este. Esperanza. CAPÍTULO 21 Cuando miré la hora en el reloj, vi que eran pasadas las siete y media. Y no solo eso: tenía tres mensajes de Perla pendientes en el celular. ¿Qué tenía que hacer? Si le respondía en ese momento, si le decía la verdad… No, no podía decirle la verdad. No podía lastimarla de esa manera. Además, solo había sido un café, no había pasado nada. Sin embargo, tampoco podía ir al evento. Mi cabeza estaba en otro lado y ella se daría cuenta. Necesitaba serenarme, así que volví a mi casa y esperé hasta las diez de la noche para escribirle a Perla. Le dije que me sentía pésimo, que había estado durmiendo toda la tarde y que recién en ese momento me había despertado. Perla: ¿Querés que vaya a ayudarte? Iván: No, gracias. Me quedó comida de anoche, voy a calentar eso y me voy a volver a acostar. ¿Cómo fue el evento? Perla: Caótico, como esperaba. Vinieron más periodistas que los que se habían anotado y la parte del frente fue un desastre. Iván: ¿Cómo la pasaron tus padres? Perla: Bien. Pudieron despedirse de todos, incluso de algunos de sus lectores, porque algunos ganaron una entrada. Iván: Perdoname por no haber ido. Perla: ¡No te disculpes! ¿Cómo me voy a enojar porque te sentiste mal? Me quedé leyendo ese mensaje sin ser capaz de responderle. ¿Por qué le estaba mintiendo? Debería decirle que Mía había aparecido y que la había invitado a tomar un café. No tenía nada de malo. Ella entendería… Pero también entendería mucho más que cualquier otra persona. Si le decía lo que había pasado, no solo la lastimaría por haberle mentido sino que lo nuestro… ¿dónde quedaría? Le deseé buenas noches y dejé el celular en la mesa de luz. Me resultó imposible dormir. * * * * * Durante el sábado, no tuve noticias de Perla y tampoco me atreví a escribirle un mensaje. La culpa que sentía me estaba carcomiendo por dentro y solo era capaz de soportarla porque los nervios también estaban consumiendo una parte de mí. Le había mandado a Mía un mensaje con la locación y la hora de un restaurante en Recoleta, diciendo que la esperaba. Vi que se conectó después de haberle enviado el mensaje, pero como no tenía la confirmación de lectura, no podía asegurarme de que lo hubiera visto. Pero, vamos, si se conectó después de la hora de mi envío, tuvo que haberlo visto, ¿o no? Quien también me había mandado mensajes era Lu y también los había obviado. ¿Cómo le decía lo que de verdad había pasado? Ella había sido la primera en advertirme que si no superaba lo de Mía, podía lastimar a alguien más. ¿Contaba si ese alguien no se enteraba de lo sucedido? No iba a decirle a Perla sobre Mía. Cuando me repetí esa frase más de una vez, me di cuenta de algo. ¿Por qué no quería decírselo? Y no se trataba de evitar lastimarla, la omisión no se trataba de Perla, sino de mí. Porque yo me estaba diciendo que ver a Mía nuevamente no era nada, solo dos personas que se encontraban luego de un tiempo. Sin embargo, ¿realmente no era nada? Tenía que sincerarme conmigo mismo, no podía mentirme. No podía obviar el hecho de que cuando Mía se fue ayer a la tarde de la confitería, sentí esperanza. No sabía bien qué significaba ese sentimiento, solo que me sentí feliz con tener la posibilidad de verla. ¿Qué estaba haciendo? Tal vez necesitaba despedirme de esa manera. Haber terminado de la forma que padecimos en Cariló, no era una buena manera de terminar una relación efímera pero movilizante. No podía despedirme así de la mujer que me había hecho descubrir el amor. Yo sabía que no podíamos ser amigos. Cuando me hablaba de Alejo se me formaba un nudo en la garganta y se me revolvía el estómago a pesar de que la veía feliz. Eran sentimientos encontrados pero con la certeza de que no podíamos estar juntos; la única manera en la que eso podía pasar era de la mano, abrazados y enredados en una cama… Amigos, no. El mensaje de la cena ya había sido enviado, no podía retractarme, pero sí podía prometerme que esta sería la última vez que la vería. Nos despediríamos en los mejores términos y cada uno podría seguir con su vida. Ella con Alejo y yo con Perla. Nadie saldría herido. A las ocho y media estuve en el restaurante, aguardando su llegada. No me había respondido el mensaje pero decidí que, si no venía, era también una respuesta de su parte. Pero lo hizo. Llevaba puesto un vestido largo que le ceñía el busto y caía sobre su cuerpo, sin marcarle ninguna de sus curvas. Era de un color verde oscuro, que le hacía resaltar los rulos rojizos que le caían sobre los hombros. Tuve que obligarme a mantener la postura, que no se reflejara el impacto que sentía por tenerla tan cerca. Y mis esfuerzos se pusieron a prueba cuando su mejilla se acercó a la mía para saludarme y pude volver a sentir su aroma a coco. Se alejó de mí y me regaló una tímida sonrisa, para luego sentarse del otro lado de la mesa. —Perdón la demora —me dijo, colgando su cartera sobre la silla—. Me colgué hablando con Quimey. —No hay problema —le respondí. «Te esperaría para siempre…»—. ¿Cómo está? —¿Ahora? Soltero. ¿En unos meses? No sabría decirte —y se rio mientras observaba la carta. —¿Por qué? —Porque se peleó con Lucas pero sé que es la pareja ideal para él. Ahora están como en un impasse. —¿Y tu familia? —Todos muy bien, por suerte. —Levantó la mirada de la carta—. Mis padres se mudaron a Alaska por un tiempo, para disfrutar de la infancia de su nieto... Víctor e Irina tuvieron un hijo hace poco. Así que ahora es más fácil organizar nuestros encuentros, menos diferencias horarias. —¿Y vos pensaste en algún momento ir a vivir con ellos? —Lo pensé, mi trabajo me lo permitiría sin problemas… pero por el momento, estoy bien en Buenos Aires. En ese momento, se acercó un mozo a tomarnos el pedido. Yo pedí otro vino y un pollo al verdeo con papas rústicas, mientras que Mía se pidió pastas. Al decirle su orden al mozo, me miró a los ojos y esbozó una sonrisa. Yo me quedé helado, tratando de leer entre líneas acerca de ese gesto. ¿Quería decir algo más? ¿O simplemente meestaba haciendo la idea por mi cuenta? —¿Cómo te sentís? Ella frunció el ceño. —Bien —respondió dubitativa. —Me refiero a esta situación. Exhaló profundo. —Es algo incómoda pero al mismo tiempo me gusta estar acá, poder hablar bien. «Me gusta estar acá…». —¿Qué te dijo Alejo cuando le dijiste? Ella se aclaró la garganta y se llevó la copa de vino a los labios. —No le dije. No le había dicho… ¿Por qué? ¿Porque quería evitar una discusión con él? ¿Porque no quería asumir lo que le pasaba? No, no, no… Mis pensamientos se arremolinaban unos sobre otros, viajaban años luz hacia un futuro que solo existía en mi mente. Eso no quería decir nada, no quería decir nada, no quería… —Él sabe todo —volvió a decir, interrumpiendo el hilo de mis pensamientos—. No quería que se sintiera… —presionó los labios y negó con la cabeza—. No sé qué estoy haciendo acá. —¿Y Dante? —le pregunté para cambiar la conversación hacia un terreno menos pantanoso. —¿Qué tiene? —¿Volviste a hablar con él en algún momento? —Solo una vez, hace poco tiempo. Pero por mensaje privado de Instagram, nada más. —Se encogió de hombros—. Capaz habrá visto alguna de mis publicidades por la muestra y me quiso desear éxitos. Todo bastante cordial, igual. Pero fue bueno hablar sin resentimiento. —¿Cómo fue tu relación con él? —Tortuosa —respondió, asintiendo y elevando sus cejas—. Siendo sincera, fue maravillosa al principio pero terminó muy mal. Demasiado para mi gusto. —¿Te puedo preguntar qué pasó? —Ella asintió con una sonrisa—. Me habías dicho que te había engañado. —Sí, con una de las socias de la empresa en la que trabajaba. Yo confiaba tanto en él, era el hombre que había elegido para toda mi vida. Y entendía que era necesario el sacrificio para cumplir nuestros sueños, por eso dejé que se fuera de viaje en más de una oportunidad y nunca dudé. Jamás. —El mozo se acercó a la mesa y nos dejó los platos; nos deseó buen apetito y luego se retiró—. Hasta que se fue a Bariloche y todo cambió. —¿Cuándo empezaron la relación? —En la secundaria, más bien en el viaje de egresados. Desde ese día no nos separamos y empezamos a soñar el futuro de nuestras vidas. Queríamos comprarnos una casa para empezar nuestra familia. Íbamos a tener dos hijos y él sería uno de los socios de su empresa, mientras que yo me dedicaría a la fotografía. —Con Olivia hicimos lo mismo. —Ella asintió en silencio, mientras degustaba su comida—. Cuando la conocí en la secundaria me di cuenta de que era la mujer perfecta para mí, al menos, para mis ideales adolescentes. Hoy entiendo que no puedo controlar mi vida como si fuera uno de mis proyectos de arquitectura. Una relación se siente, no se construye. —Hay que trabajar igual. —Sí, pero lo que quiero decir es que no se crea de la nada. Yo a Olivia la quise mucho, fue como mi mejor amiga. En ese momento, creí que eso era el amor. Algo que podía controlar. —Te convenciste. Me acordé el momento en mi casamiento donde ella me había preguntado la razón por la cual me estaba casando. El día que me dijo que yo no era feliz, que solo me estaba convenciendo de eso. —Yo no quería convertirme en alguien como mi viejo… Sufriendo por un amor que no fue, olvidándose de sí mismo, perdiendo autonomía. —Y eso era precisamente lo que había terminado ocurriendo. —Es que el amor es algo muy peligroso. Después de Dante me resultó muy difícil confiar en alguien más, por eso tampoco inicié ninguna relación seria. —Por eso tuviste varias sin sentido. —Hice lo que pude —me respondió, en un tono a la defensiva. —No te estaba juzgando, yo hice lo mismo. Luego de aquellas palabras, se produjo un silencio incómodo. Los dos lo intentamos disimular enfocándonos en nuestras comidas y haciendo como que observábamos los alrededores del restaurante. Ambos llevábamos cicatrices que nos habían dejado perdidos, sin esperanzas. Tal vez por esa misma razón nos habíamos encontrado: un espacio de oxígeno para volver a creer en eso en lo que ya no creíamos. Yo no tenía idea de que podía sentir esas cosas, en realidad, nunca me lo había permitido. Es que daba miedo enamorarse. Daba miedo anhelar algo que luego no podía ser. O que fue y dejó de serlo. Mía llevaba sobre sus hombros un corazón abierto y una traición. Con razón lo había protegido tanto todo este tiempo. Probablemente ella tuvo los mismos miedos cuando empezó a sentir algo por mí. Cuando en Cariló me dijo… —¿Era cierto? Mía frunció el ceño, desconcertada. —¿Qué cosa? —Lo que me dijiste en Cariló. —Te dije varias cosas en Cariló —me respondió riéndose, aunque el gesto no le llegó a los ojos. —Sabés de qué hablo. Ella respiró hondo y concentró sus ojos verdes sobre mí. —¿Por qué iba a mentirte? —¿Me seguís amando? —Iván… —dijo y se agarró la cabeza con las manos—. Tenemos que dejar nuestro pasado atrás. —No me estás respondiendo. Entonces, se puso de pie y salió al patio interno del restaurante; yo la seguí con rapidez. Afuera solo estaba una pareja fumando, pero estaban en una esquina muy concentrados en su conversación. Mía se acercó a la fuente y caminó de un lado a otro. —No te escapes —le dije acercándome, pero ella levantó la mano para frenarme y su palma se estrelló contra mi pecho. —Por favor, Iván. No me hagas esto. —Solo quiero que me respondas. —¿Para qué? —dijo, cansada—. ¿Qué va a cambiar esa respuesta? —¡Todo! —Volví a acercarme y esta vez no me detuvo. Usé mis manos para sostener su rostro y llevar su mirada a la mía—. Por más que lo intenté, nunca pude olvidarte. Nunca pude dejar de sentir esto que me pasa. Y me di cuenta de que no quería soltarlo, que no quería dejar de amarte, que… — dudé pero, ¿qué sentido tenía mentirle en ese momento?— que te esperaría para siempre. Ella no se apartó de mí, no movió ni un músculo pero sus ojos… Sus ojos me gritaban la verdad que había estado esperando por tantos años, la realización de que ella y yo éramos uno. El corazón se desbocó en mi pecho, sentí fuego en las venas y lo hice. Avancé los centímetros que me faltaban y puse mis labios sobre los suyos. Sentí como si el mundo explotara a mi alrededor y Mía fuera mi refugio, mi razón para vivir. De repente, la oscuridad empezó a disiparse y la luz brilló con gran intensidad. Ella abrió su boca y dejó pasar mi lengua, que se enredó con la suya. Sentí sus manos sobre mi espalda y la atraje más hacia mí. No quería que ese momento se interrumpiera, quería quedarme prendido a ella por el resto de mis días. El fuego me recorría el cuerpo, mi corazón volvía a sentir paz y mis sentidos estaban en alerta, registrando cada sensación para revivirla una y otra vez después. Ella me seguía amando tanto como yo a ella. No importaba el paso del tiempo, no importaba nada de lo que nos había alejado. Mía era la mujer perfecta para mi vida, y lo era porque me hacía sentir vivo, me hacía querer construir un futuro, me hacía… Me separó bruscamente. —No puedo hacerle esto a Alejo —me dijo y volvió a entrar al restaurante para agarrar su cartera e irse. A pesar de que sentí que volvía a sumergirme en la oscuridad, sabía que existía un destello de luz al final del camino. Y pensaba alcanzarlo como fuera. CAPÍTULO 22 El éxtasis de la cena que había tenido con Mía se esfumó en el momento en que llegué a mi casa y se me dio por mirar mi celular. Perla me había escrito dos mensajes preguntándome cómo estaba y si necesitaba ayuda de algún tipo. Ella seguía creyendo que yo estaba enfermo y se preocupaba por mi bienestar. ¿Qué le estaba haciendo? Estaba cometiendo el mismo error que había hecho con Olivia, salvando las distancias. Pero Perla no se merecía que le estuviera ocultando esto y mucho menos con lo que había pasado en esa cena. Así que respiré hondo y le respondí sus mensajes: Iván: Ya estoy mejor, gracias por preocuparte. Perla: No tenés que agradecerme, no lo estoy haciendo por obligación. Me importás. Se me hizo un nudo en la garganta. ¿Por qué? ¿Por qué las cosas tenían que darse de esta manera? Cuando tomé la decisión de empezar algo con Perla, fue algo sinceroporque de verdad me hacía bien, porque quería estar con ella. Sin embargo, no podía ignorar esta oportunidad que me estaba dando la vida. Y como bien me había dicho Lu, Perla se merecía el ciento por ciento de alguien. Iván: Necesito hablar con vos. ¿Mañana hacés algo? Perla: No tengo nada planeado, ¿querés que vaya a tu casa? No… Después de lo que le diría, sería mejor que estuviera en su casa. Iván: Voy a la tuya, ¿te parece? Perla: No hay problema. Te espero. La otra mañana, cuando manejé hacia su departamento, todo mi mundo pareció recibir un terremoto. Era consciente de lo que tenía que hacer, era lo justo, pero al mismo tiempo, no quería hacerlo. En un momento, creí que se debía al hecho en sí mismo, a nadie le gusta tener que dejar a alguien; pero luego me di cuenta de que no quería perder a Perla. Siempre que hablaba con ella me dejaba esa sensación de alivio, de libertad. Con ella no tenía que medir mis palabras, con ella era fácil ser yo. No sentía que fuera una carga porque le estaba contando sobre Mía, sino que era mi sostén. Mía había desaparecido del panorama y lo había ocupado Perla… Hasta ahora. Cuando me abrió la puerta de entrada, llamé al ascensor con el corazón galopando. ¿Cómo se lo tenía que decir? Tenía que ser sincero, en todo. No podía guardarme que le había mentido; más allá de que la lastimaría, ella se merecía toda la verdad. Cuando las puertas del ascensor abrieron sus puertas en el piso quinto, Perla ya estaba en la puerta de su departamento esperándome con una sonrisa en la cara. Aquello me partió el corazón. Me acerqué a ella sin saber cómo saludarla. ¿Tenía que esquivarle el beso de entrada o dejarla dármelo y explicarle todo junto? No pude evitar hacerlo, así que dejé que nuestros labios se rozaran pero ella se percató de que algo no estaba funcionando bien. Cerró la puerta y fue hasta la cocina. —¿Querés tomar algo? —me preguntó con un tono de voz cauto. Era la primera vez que veía su departamento. En realidad, la segunda, pero la otra noche no había prestado atención a los alrededores. Tenía un departamento de concepto abierto; la cocina tenía una isla en el medio que la separaba del área del living. En mitad de la sala, un sillón de dos cuerpos apuntaba a un televisor colgado de la pared. En ambos costados, había dos cuadros con las portadas de libros de sus padres. Por lo que sabía, ellos habían escrito muchos. —¿Fueron los que más te gustaron? —le pregunté, señalándolos. —Fueron los dos en los que aporté algo —me respondió con una sonrisa forzada. Se apoyó contra la mesada y se cruzó de brazos—. No me respondiste. ¿Querés…? —No, gracias… —Empecé a sentir las manos sudorosas—. Necesito hablar con vos. Ella asintió en silencio y se acercó a la sala de estar donde me encontraba. Nos sentamos en el sillón y me miró a los ojos, con esa certeza de que algo no iba bien. No quería hacerlo, de verdad que no quería, pero tampoco podía ocultarle lo que había pasado. —Volví a ver a Mía. Fue algo tan imperceptible que por un momento creí que me lo había imaginado. En su mirada pareció haber como un chispazo, de esos que hacen cortar la luz en la casa, solo que en este caso oscurecieron los ojos de Perla. Se quedó en silencio y su rostro no reflejó ninguna reacción. Esperaba que al menos me puteara o me echara de su casa… pero nada. —Dos veces —le dije, retomando la conversación—. La primera fue ayer a la tarde. —Perla esbozó una delicada sonrisa y apartó sus ojos de los míos—. ¿Qué pasa? —Me había creado toda una historia en la cabeza porque no te creí que te sentías mal. —Cuando volvió a mirarme, pude ver lágrimas en sus ojos y eso comprimió mi corazón. No iba a tolerar verla llorar—. Me dije que te habías acobardado, que sentiste que era muy pronto para conocer a mis padres y no sabías cómo decírmelo. Recuerdo que me maldije porque no debí haber aceptado tu propuesta, debí haberte dicho que no era necesario. Pero tenía ganas de que los conocieras… —su voz se quebró—, de que estuvieras conmigo. —Perdón, pensé que podía llegar. —Eso era una mentira, ¿por qué lo estaba haciendo?—. Mía apareció en mi oficina y la invité a tomar un café para que podamos hablar pero entre una cosa y otra… —¿Mía apareció sola? Sabía lo que me estaba preguntando. —No… le escribí un mail hace unos días. —Perla se puso de pie y se agarró la cabeza mientras me daba la espalda; yo me apresuré a ponerme de pie para seguirla—. Era un mensaje de despedida, solo quería pedirle perdón por Cariló. Perla giró su cuerpo de repente. Su rostro se había endurecido, aunque las lágrimas seguían expectantes en sus ojos. —Si era un mensaje de despedida, ¿por qué la viste dos veces? No pude mantenerle la mirada. Ella tenía razón, como siempre. Desde el momento en que le había escrito ese mensaje a Mía estaba esperando algo, aunque me hacía creer que no. No debí haberla invitado a cenar, no debí haberla besado si yo no quería que sucediera nada más. Y aunque comprobé que los sentimientos entre los dos seguían vigentes, debí haberlo sabido. Lu tenía razón, no era justo para Perla. Nunca lo fue. —Nos besamos. Aquello fue la gota que rebalsó el vaso. Las lágrimas dejaron de estar suspendidas y comenzaron a rodar por sus mejillas. Quería correr hacia ella, contenerla en mis brazos pero no tenía sentido, era yo mismo quien las estaba provocando. Perla volvió a sentarse en el sillón, ocultando su rostro entre las manos. Podía ver los espasmos de su espalda producto de la tristeza que estaba conteniendo. —Lo siento. —Perla siguió en la misma posición, sin emitir palabra—. No debí haber empezado una relación con vos, no te merecías mi corazón roto. Pero era tan fácil estar con vos, tan placentero que no pude… Fui egoísta, no pensé qué podría pasarte a vos. Perla se descubrió el rostro y sus ojos enrojecidos se posaron sobre mí. —Yo tampoco y la primera que debió haber pensado en mí, debí haber sido yo. ¿Te crees que no sabía en lo que me metía? Fui yo la que te escuchó una y otra vez cuando hablabas sobre Mía. La que te escuchó decir que la esperarías para siempre... —Perla sacudió la cabeza, como no pudiendo creer sus propias palabras—. Vos no tenés la culpa de nada. Es como tratar de echarle la culpa a aquel que pelea por salir a flote, incluso tratando de ahogar a la persona que lo rescata. Es nuestro instinto de supervivencia y vos te estabas muriendo. —Eso no me excusa, debí haber sido sincero. —El corazón me estaba latiendo muy fuerte y la vista se me estaba nublando de las lágrimas que se acumulaban en mis ojos. Ella no se merecía este dolor… —Yo debí haber sido más realista… —su voz volvió a quebrarse. Se puso de pie al mismo tiempo que se limpiaba las lágrimas de las mejillas—. Una parte de mí pensó que podía controlar lo que pasaba, disfrutar el momento. Pero había otra parte que… —se rio pero fue un gesto hueco— que creía que podía hacerte olvidarla. ¿Yo? A la que apenas conocías hacía días… ¿Cómo podía vencer a un fantasma? —Soy un idiota —le dije, poniéndome de pie y acercándome a ella, pero Perla levantó sus manos para mantenerse a distancia. —No, Iván. No quiero tu consuelo, mucho menos tu lástima. —¡No es lástima! Sos una persona muy importante en mi vida, me diste paz cuando más lo necesitaba… Cuando estaba con vos… me olvidaba de Mía. —No me mientas. —¡No es una mentira! —Andate, Iván —me dijo, señalándome la puerta. —Perla —insistí con voz firme—, no te estoy mintiendo. Era feliz, tenía ganas de verte a todas horas, me gustaba… —Tal vez te convenciste —me interrumpió—, como te convenciste con Olivia. Querías que te pasara todo eso, querías olvidarte de Mía pero solo bastó su presencia para que todo tu castillo de naipes se derrumbara. — Caminó hasta la puerta de entrada y la abrió—. Andate, Iván. En ese momento me di cuenta -de verdad, me di cuenta- de lo que estaba sucediendo. Por supuesto que sabía que venía a terminar nuestra incipiente relación, porque Perla se merecía un hombre que estuviera dispuesto para ella. Pero sus ojos rojos, su manosobre el picaporte de una puerta abierta… Me estaba yendo de su vida. Perla había sido mi estabilidad cuando todo lo demás estaba endeble por los recuerdos de Mía. Había sido mi refugio cuando no sabía hacia dónde más dirigirme, cuando todo el resto era oscuridad. Y no estaba mintiendo, ni me estaba convenciendo cuando estaba con ella. Mía había desaparecido de mis recuerdos. Perla me hacía bien, Perla era lo que necesitaba… ¿Por qué estaba huyendo de algo así? Sin embargo, cuando recordaba el beso con Mía en el restaurante, en la electricidad que recorría mi cuerpo con solo pensar en volver a tenerla entre mis brazos… todo se oscurecía. Nuestro amor se merecía una segunda oportunidad, sería un idiota si no aprovechaba la situación actual. Me arrepentiría toda mi vida. Pero Perla… Cuando atravesé el umbral y sentí cómo cerraba la puerta, me sentí exiliado del Paraíso. CAPÍTULO 23 Ya había pasado una semana y seguía sin noticias de Mía. Le había escrito dos mails; tuve que contenerme para escribirle un tercero porque no quería parecer un desesperado, aunque lo estaba. Y cada vez que me obligaba a no pensar en Mía, Perla aparecía en mis recuerdos y se me estrujaba el corazón. Intenté buscarla en Instagram, pero me había bloqueado. Incluso un día le escribí un mensaje por WhatsApp para ver cómo estaba, pero nunca le llegó, así que también me había bloqueado allí. Ella me había expulsado de su vida. —¿Y qué esperabas? —me dijo Lu cuando le conté lo sucedido. —No tendrías que haber empezado una relación —había agregado Axel. Esa vez nos juntamos en casa; estábamos en el jardín mientras las estrellas iluminaban el firmamento. —Me hizo bien —le dije a mi amigo, mirándolo a los ojos—. Quería estar con ella. —Es que ese fue el error —me respondió, poniendo los pies sobre la mesa de hierro—. Te lanzás rápido a las relaciones, no las pensás. —Una relación tampoco se piensa —argumentó Lu, señalándolo con el pico de la botella de cerveza—, pero también es cierto que dadas tus circunstancias, Ivo, deberías haberlo pensado mucho más. —La necesitaba —dije con un nudo en la garganta y reconociendo lo egoísta que había sido. —¿Tuviste noticias de Mía? —me preguntó Axel. —Nada… No sé qué pensar. Lu se puso de pie y me señaló con el dedo índice. —Ojalá todo esto valga la pena. ¿Lo valía? Quería creer que sí, tenía que creerlo. Pero ante la ausencia de respuesta de Mía y el bloqueo de Perla, volví a mi único asilo en todo ese lío: mi trabajo. No iba a perderlo una vez más a causa de mis sentimientos, así que empecé a trabajar con Pablo en los nuevos proyectos, especialmente en uno que esperaba que llamara la atención de LQ50. El estudio de arquitectura de Madrid, que era reconocido mundialmente por usar energía sustentable en sus creaciones, había anunciado que abriría una segunda convocatoria en el año, así que nos dedicamos a acelerar el proyecto para tenerlo casi terminado para el concurso. Si nos terminaba eligiendo como sus próximos socios, sería un gran comienzo para el estudio. Si bien ya estaba en pie hacía un poco más de año y medio, era difícil empezar algo solo. Hubo momentos en los que pensé en volver a mi trabajo, hablar con Julio y pedirle regresar. Sin embargo, algo extraño me pasaba cuando esa idea aparecía en mi cabeza: sentía como si estuviera retrocediendo pasos. Ese trabajo había sido una parte de mi vida; hoy, en cambio, tenía mi propio estudio. Tenía que seguir caminando hacia adelante. ¿Estaba avanzando con Mía o estaba retrocediendo? Por un lado, quería creer que había una alternativa, que se abría una nueva posibilidad en la vida de los dos. Una segunda oportunidad. Pero por otra parte, me decía a mí mismo que no era una vía alternativa, que estaba volviendo sobre mis pasos. Una tarde estábamos en la oficina analizando unos planos, cuando Mía apareció nuevamente. Todo mi cuerpo se paralizó al verla de pie detrás de la puerta de cristal; casi sin registrar mis movimientos, toqué el timbre que abría la puerta y me puse de pie para recibirla. Ella entró en la oficina sin quitarme los ojos de encima y antes de que estuviéramos cerca, estiró sus manos y agarró mis mejillas para atraerlas hacia sí. Nuestros labios se volvieron a unir y todo el resto del mundo pareció apagarse. Rodeé su cuerpo con mis brazos, para atraerlo contra el mío. Sus manos se enredaron en mi cuello y nuestras lenguas se encontraron. Volví a respirar. Volvía a sentirme vivo. Cuando se apartó de mí apenas unos centímetros, me dijo: —Dejé a Alejo. Y sin mediar otra palabra, volví a besarla porque entendía lo que eso significaba. Quise llorar de la alegría, porque aunque siempre había soñado con ese momento, aun así no podía creerlo. Mía era real, volvía a tenerla en mis brazos, volvía a disfrutar de sus besos… Nada del mundo importaba en ese momento, solo ella y yo. —¿Cómo…? —Ni siquiera sabía qué preguntarle. —No podía mentirle a él pero tampoco me podía mentir a mí —me respondió, acariciándome el rostro—. Nunca dejé de amarte, Iván. —Decime que no estoy soñando. —Apoyé mi frente contra la de ella y su risa me iluminó la vida. —No estás soñando, mi amor. Acá estoy. Volvimos a besarnos, a enredar nuestros brazos en el cuerpo del otro. —No quiero volver a perderte. Ella puso un dedo sobre mi boca. —¡Shh! Acá estoy y no me quiero ir a ningún lado. —Quiero estar con vos, Mía —le dije con seriedad—. De verdad. —Aprovechemos esta oportunidad, entonces. Nos fuimos del estudio y la llevé a mi casa, pero ni siquiera pude mostrarle mi nuevo hogar, que ya estábamos de vuelta prendidos uno del otro. Apoyé su cuerpo contra uno de los pilares y pude sentir cómo mi miembro se endurecía de solo sentir sus labios rozar los míos. Nos habíamos besado con pasión pero no de esta manera; los dos estábamos desesperados, ansiosos de sentir al otro, como si fuera algo de vida o muerte. Me separé de sus labios pero solo para besar su cuello. Ella estiró la cabeza y emitió un delicado gemido. Mis manos asieron su parte trasera para aferrarla contra mi cuerpo, para que ella pudiera darse cuenta de lo que su presencia me hacía sentir, de la dureza de mi entrepierna. Mi lengua siguió recorriendo su piel, pasando por la clavícula y empezando a descender por su escote en V, mientras que mis dedos fueron desabrochando un botón detrás del otro. Cuando llegué al valle de sus senos, me tomé mi tiempo. Mis manos crearon círculos en su estómago, subiendo lentamente hasta sus pechos. Los así con fuerza y mi cordura empezó a perderse. Corrí la tela del corpiño y mis dedos jugaron con sus pezones duros, mientras mi lengua se dirigía con tranquilidad hacia ellos. Mientras tanto, Mía revolvía mi cabello con sus dedos, gimiendo cada vez más fuerte. Cuando finalmente llegué a ellos, dijo mi nombre, presionando mi cabeza contra sus pechos. Jugué con uno y con el otro, al mismo tiempo que mis dedos desabrochaban su pantalón. Y cuando deslicé mi mano dentro de su ropa interior, pude sentir el calor de su cuerpo, el calor que mis besos le provocaban. Mía volvió a repetir mi nombre con mucho más énfasis que antes, cuando uno de mis dedos entró en ella. Al apartarme de sus pechos, volví a la suavidad de su boca. Mientras tanto, ella deslizó su pantalón por sus piernas y se quitó la ropa interior. Abrió sus ojos al mismo tiempo que me desabrochaba mi pantalón. —Te necesito ahora —me dijo entre jadeos. Sus manos empezaron a masajear mi miembro y tuve que respirar hondo para controlar mis impulsos. Entonces, coloqué mis manos en su trasero y ella levantó sus piernas para enredarlas en mi cintura. Ambos respiramos hondo y me deslicé dentro de ella, ambos gimiendo, ambos pronunciando nuestros nombres como si fueran una plegaria. En ese momento sentí que iba a explotar. Su cuerpo parecía amoldarse al mío, como si hubiera sido hecho para acoplarse a este. Su calor aumentaba cada vez que la embestía, cada vez que su cuerpo chocaba contra la pared que tenía detrás. Sus pechos desnudos se rozaban contra mi remera; me arrepentí de no habérmela sacadoantes, para sentir la dureza de sus pezones contra mi piel. Quería quedarme en ese momento para siempre, dejarlo en pausa. Ella gimiendo por el placer que yo le daba, su calor envolviendo mi entrepierna, el sabor de sus labios… Por esto había valido la pena tanta espera. CAPÍTULO 24 No podía soltarle la mano; una parte de mí temía que se desintegrara en cualquier momento. Estábamos en la cocina, evaluando qué podíamos hacer para la cena. Sin embargo, la tarea se veía interrumpida cada vez que nuestros cuerpos se entrechocaban y nos resultaba imposible no volver a besarnos. Puede que muchos criticaran nuestra relación. Ya me imaginaba las palabras de Ema, las de Lu, incluso las de Axel… Y entendía que desde su deseo de que yo no sufriera, ellos querían lo mejor para mí. Pero lo que no comprenderían es que esto era lo mejor para mí; Mía era la mujer de mi vida, la única con quien quería pasar el resto de mis días. Por la que sería capaz de atravesar un infierno con tal de volver a tenerla. Y lo crucé. Lo padecí cada extenuante minuto que pasaba y seguía sin estar a su lado. Pero este encuentro era la prueba de que nuestro destino era estar juntos. Y lo comprobaba cuando la miraba y solo veía felicidad en su mirada. No me hacía falta nada más, solo ella. Cuando empezamos a cocinar, tuvimos que soltarnos la mano por cuestiones prácticas. Resolvimos que íbamos a hacer carne al horno con papas a la crema, así que mientras yo preparaba la carne, ella se encargaba de las papas. —¿Cómo está tu familia? —me preguntó. —Muy bien, por suerte. —Vi que abrió la boca para preguntarme algo pero luego la cerró arrepentida—. ¿Qué pasa? —Nunca te pregunté por tu papá. —Mi papá está bien. —Mía sonrió aliviada—. Nuestra relación también mejoró, después de eso. —Nunca me hablaste de tu familia. —No tuvimos tanto tiempo —le dije sonriendo, pero una ráfaga de oscuridad atravesó su rostro—. No lo digo mal. —Lo sé… Pero es cierto, sé muy pocas cosas sobre tu vida —respondió apartando la mirada. —¿Qué te gustaría saber? —inquirí con tono divertido para evitar que la culpa la carcomiera por dentro. —¿Cómo decidiste estudiar Arquitectura? —Siempre me gustó observar las casas, las estructuras y sus disposiciones. Después me encontraba viendo documentales sobre las construcciones de importantes edificaciones de un país o prestaba particular atención a los comentarios que hacían en las películas… Cuando empecé la universidad, me di cuenta de que era como mi válvula de escape. —¿Por la relación con tu padre, decís? ¿Cómo se llama? —Se llama Gregorio. Y no tuvimos la mejor de las relaciones cuando fui joven. Mi mamá, Sabrina, nos abandonó cuando yo tenía doce años y nunca pudo superar esa ruptura. Se volcó al alcohol y a amistades peligrosas. Mía dejó de cortar las papas y buscó mi mirada. —¿Cómo fue crecer sin tu mamá? Exhalé con profundidad. No era un tema del que me gustara hablar. A mi padre le había reprochado toda mi vida que nunca fue un padre suficiente, pero al menos, no había estado ausente. —No suelo llamarla «mamá», salvo que sea necesario para entender el contexto. Nunca supe por qué me abandonó… Entiendo que no quisiera estar más con mi padre, ¿pero su hijo? —Negué con la cabeza—. Mi padre pudo tener muchos errores pero se quedó. Mía se acercó a mí y me envolvió entre sus brazos. No me dijo nada más, solo el roce de sus manos por mi espalda. ¡Dios! Cuánto la amaba… —Por eso terminé casi viviendo con Juana y Ema. Ellas viven en tu edificio. —Sí, las recuerdo… —dijo apartándose y volviendo a lo suyo—. Imagino que no tienen la mejor opinión sobre mí. Exhalé con fuerza y dejé a un lado la carne. Mía estaba concentrada en su tarea aunque me daba a entender que lo estaba haciendo para no mostrarme lo que de verdad sentía. Puse mis manos sobre las suyas para evitar que siguiera trabajando y me mirara a los ojos. —Mi relación con Olivia duró diez años, es normal que se hayan sentido impactados por lo sucedido. Pero ellos me quieren ver feliz y vos me hacés feliz. —Apenas te vi un día y me destrozó ver una parte tuya que ni siquiera existía. No me puedo imaginar lo que fue para ellos tener que verte sufrir tanto. ¿Cómo podía decirle todo lo que había padecido sin hacerla sentir culpable? —Ya lo atravesé. Hoy soy otra persona. —No le quise contar sobre el accidente, sería peor para ella. —¿Crees que me recibirían? Mi corazón empezó a latir con fuerza sobre mi pecho. Por supuesto que mi ilusión era estar con Mía hasta el momento que ella no quisiera estar más a mi lado, pero no imaginaba -o no tenía idea- acerca de cuáles eran sus pretensiones con esta relación. Pero el hecho de que me dijera que quería conocer a mi familia… —¿Qué? —preguntó con un sonrisa y con su dedo índice me tocó una de las comisuras de mis labios, recién allí me percaté de que estaba sonriendo —. ¿Creías que no querría conocer a tu familia? —La verdad es que… No sé cuáles son tus intenciones con esta relación. Ella se secó las manos y giró su cuerpo para que pudiéramos estar frente a frente, y colocando sus manos en mis mejillas, me dijo sin apartar la mirada de mis ojos: —Te amo, Iván. Con el fuego abrasador sobre mis venas, me acerqué para besarla. Sus manos se enredaron en mi pelo y yo coloqué las mías contra su espalda. Me amaba. A pesar de todo el tiempo que había pasado, a pesar de lo que fuera que ella hubiera tenido que atravesar, me seguía amando. La felicidad era tal que me sentía flotando en el aire. Luego, aparté mis manos de su espalda e hice a un lado la tabla donde ella estaba cortando las papas. Escuché un estrépito pero ni siquiera quise abrir los ojos, y sin hacer falta alguna indicación, Mía pegó un salto para poder sentarse sobre la mesada. Sus manos ya estaban en el botón de mi pantalón y las mías desabrochando el suyo. De un solo tirón, le bajé tanto sus jeans como la ropa interior, y atraje su cuerpo al borde de la mesada. Sentí mi miembro palpitar, hambriento por la humedad de Mía y el calor entre sus piernas. Sin embargo, esta vez lo deslicé con delicadeza, como si ella fuera a quebrarse. Sus manos estaban prendidas de mi cuello y su mirada no se apartaba de mis ojos. —No sé cómo voy a hacer para detenerme —le dije entre jadeos. —No te detengas. Allí empezaron mis embestidas con fuerza. Sus manos se deslizaron por mi espalda hasta llegar a mi parte trasera, como queriéndome empujar aún más adentro. Su boca estaba a la altura de mi oído y podía sentir la calidez de sus jadeos contra mi piel. También sus susurros… —Te extrañé tanto… —me dijo. Sin dejar de realizar mis movimientos, solo ralentizándolos, me aparté para poder mirarla a los ojos. —Nunca hubo nadie como vos. CAPÍTULO 25 No dormimos muchas horas pero era el cansancio más dulce que había experimentado en años. Cuando me desperté y la vi acostada a mi lado, iluminada por los escasos rayos del sol que atravesaban mi ventana, exhalé extasiado. Parecía un sueño pero era la realidad, aunque más de una vez me vi acariciando su rostro con delicadeza, para no despertarla y para comprobar que no me lo estaba imaginando. Entonces, sus ojos empezaron a moverse y al darse cuenta de que la estaba observando, se cubrió el rostro con ambas manos. —¿Estaba durmiendo con la boca abierta? Yo me apresuré a rodearla con mis brazos. —Sos la mujer más hermosa que vi en mi vida. —Ella apartó las manos de su cara y me sonrió. Con rapidez, me acerqué a sus labios para besarla pero ella se apartó enseguida. —¡Que no me lavé los dientes todavía! —No me importa —le dije y empecé a besarla por el cuello. Seguí por su clavícula, sus pechos y continué descendiendo hasta que llegué al valle entre sus piernas. Cada vez que mi lengua rozaba cualquier resquicio de su piel, sentía los espasmos de su cuerpo. Y cuando ella susurraba mi nombre al alcanzar su orgasmo, me sentía el señor del Universo. Luego, nos fuimos a bañar juntos, aunque poco faltó para que estuviéramos pegados el uno al otro. Podría vivir así eternamente. Dado que el día era increíble,le propuse salir al Tigre, a recorrer el delta. No lo dudó un segundo; enseguida equipó una mochila con su cámara, trípodes y distintas lentes. Me encantaba que siempre aprovechara cualquier situación para explorar su veta artística. Que no olvidara nunca quién era. Como perdimos la lancha que hacía el recorrido por el delta, nos sentamos en uno de los bancos que estaban sobre la pasarela frente al río. Mía se levantó los anteojos de sol sobre la cabeza para poder mirarme a los ojos. —Hay algo que me incomoda y que me gustaría que lo resolviéramos cuanto antes. Levanté mis cejas, preso del asombro. —¿Qué cosa? —Nada grave pero… quiero saber cómo fueron estos dos años para vos. —Te dije que estuve con otras mujeres… —Más allá de eso. Respiré hondo y tras mirar al río, volví mis ojos sobre los de ella. —Fueron difíciles, no voy a mentirte. Todas esas cosas que le criticaba a mi viejo que había hecho tras la pérdida de Sabrina… me encontré haciendo lo mismo. La más peligrosa, sin duda, fue el alcohol… —No quería mentirle pero tampoco lastimarla—. Por suerte, pude dejarlo. —¿Cómo quedaste con Olivia? —Nos divorciamos ni bien regresé. —Me encogí de hombros—. Era lo justo, ella se merecía a un mejor hombre a su lado. No uno que se había convencido de que la amaba… —Ella asintió en silencio, recordando las palabras que me había dicho hacía un tiempo—. ¿Y cómo fueron los tuyos? —Tuve mis altibajos, aunque me concentré demasiado en mi trabajo. Estuve un tiempo en Alaska con mi hermano y otros meses con mis papás en Italia, hasta que ellos decidieron irse a pasar un tiempo con Víctor. —Conocer a tu familia va a ser más difícil que conocer a la mía —le dije, riéndome. —Ahora están todos en Alaska —me respondió encogiéndose de hombros y con una sonrisa en los labios. —¿Cómo me recibirían? —Con los brazos abiertos. —¿Y Alejo? El cambio brusco de conversación la tomó por sorpresa y retrajo su cuerpo hacia atrás por impulso, como si la hubiera golpeado. —¿Qué tiene que ver él en todo esto? —Que formó parte de tu vida. ¿Qué opinión tenía tu familia respecto a él? Mía miró hacia el río. —No les dije nada. —¿Por qué? —Traté de contener mi sonrisa, pero ella volvió a mirarme y la descubrió de todas formas, por lo que me golpeó en el brazo con el puño cerrado. —No seas así… Alejo me ayudó a creer que podía volver a intentarlo pero no… no fue suficiente. —Respiró hondo—. ¿Te pasó alguna vez? La sonrisa se me borró de la cara... Porque me había pasado, lo había intentado y lo había sentido… ¿Qué hubiera pasado si no aparecía Mía? ¿Podría haberme enamorado de Perla? Mi silencio incomodó a Mía; lo pude ver en la rigidez de su rostro, pero aun así, no apartó sus ojos de los míos. —Sí, me pasó —le respondí finalmente, sintiendo un nudo en la garganta. —¿Cómo se llamaba? —Su tono de voz era monocorde. —Perla. Asintió en silencio, mordiéndose los labios. —¿Y cómo la conociste? —De casualidad. Me la crucé en las afueras del Recoleta Mall; ella se había olvidado de un libro y la seguí para devolvérselo. Al final, me lo terminó regalando. —¿Cómo? —Era una copia avanzada de un libro que querían leer Juana y Ema. ¿Conocés a los autores Abigail Wagner y Ciro Cavalcanti? —Sí, la pareja de novelistas. —Bueno, Perla es su hija. —¡Ah! —dijo más como por reflejo que por una respuesta procesada—. Una famosa, entonces. —No tan así —le respondí riéndome pero ella seguía con el rostro serio —. Si no te gusta que te hable de esto, no sé para qué lo estoy haciendo. —Porque te estoy preguntando y quiero saber. —Me doy cuenta de que no te gusta. —No, claro que no. Pero Perla es parte de tu pasado y quiero conocerlo, quiero conocer todos los aspectos que pueda… Y ella fue importante para vos, ¿o me equivoco? —Negué con la cabeza—. Entonces quiero que me cuentes cómo fue su relación. —Me hizo bien hablar con ella, me ayudaba a quitarme el peso que tenía sobre los hombros. No solía hablar de vos con mi familia o con mis amigos, sentía que ya les había contado suficiente. Pero eso no significaba que no siguiera sintiendo cosas y Perla me escuchó cuando más lo necesitaba. —¿Y accedió a una relación con vos después de que le hablaste de mí? —Sí… —Wow… Se debió haber enamorado de vos para correr semejante riesgo. —No llegamos a tanto… justo apareciste vos —le dije buscando su boca pero se apartó sin quitar su mirada de la mía. —¿Estabas con ella antes de que fuera a la oficina? ¡Mierda! Cuando nos habíamos ido a tomar un café, le había dicho que estaba solo. —Era muy reciente… —Pero estabas con ella —me dijo con severidad. Respiré hondo. —Sí. —Sé que fue una mentira inocente —me dijo poniendo sus manos a la altura de mis mejillas—, pero no quiero que me mientas más. No tolero la mentira, no después de lo que me pasó con Dante. —Se acercó a mis labios y me dio un beso rápido—. Quiero que sepas que no hace falta que me mientas, que siempre vamos a poder comunicarnos. ¿Podés prometerme eso? —Te lo prometo. CAPÍTULO 26 Había llegado el momento de presentarla oficialmente a mi familia. Sin embargo, antes de decírselo a Mía quería hablar con el miembro más difícil de mi entorno. Así que aproveché una mañana en la oficina, para que Mía no pudiera escuchar la conversación. —¿Ivo? —preguntó, sorprendida—. Qué raro que me llames… —¿Por qué raro? —dije y no pude evitar que mi voz resultara aguda; aclaré mi garganta—: ¿No puedo saludar a mi hermanita? —Hace como tres días que desapareciste del planeta… Ni los mensajes me respondiste. ¿Qué pasó? —Algo lindo. —Sonreí con solo pensar lo que había pasado y lo mejor era que había sido real. —¡¿Volviste con Perla?! —gritó con entusiasmo y aquello me borró la sonrisa de un hondazo. —No —me apresuré a responder—. No volví con Perla. Pero sí estuve con alguien. —¿Con quién? —Su tono áspero me dio la pauta de que ya sabía de quién estábamos hablando. —Por favor, no seas así. Sabés que es la mujer de vida. —¡Iván! Esa mujer te descartó como un juguete, te ignoró por dos años… ¿Con esa mujer volvés? —No era nuestro momento entonces. —¿Y cómo sabés que ahora sí? —Porque los dos queremos lo mismo. —¿Estás seguro? —Sí, lo estoy. Lo estamos… Y por eso quiero presentárselas. —No quiero ser parte de eso —me respondió, manteniendo el tono severo. —Por favor, Emi —le dije casi susurrando—. Sos como mi hermana, alguien súper importante en mi vida. Quiero que seas parte de esto. Ella exhaló con profundidad del otro lado de la línea. —No puedo prometerte nada. —No seas así… Soy una persona feliz, ¿no podés ser feliz conmigo? —No puedo prometerte nada —repitió, haciendo hincapié en cada palabra. El resto de la tarea fue más sencilla. Juana me dijo que iría encantada aunque algo me decía que estaba forzando su entusiasmo, pero agradecí que aunque no estuviera del todo de acuerdo, respetara mi decisión. Mi padre fue el más contento de todos y a quien reconocí su entusiasmo como algo genuino. Así que quedó asentado: esa noche íbamos a cenar todos juntos. Elegí un restaurante de Puerto Madero, no podía escoger otro. Ese lugar había sido la cuna de nuestro amor, tenía sentido volver a él cuando se había afianzado. Y sin querer, me imaginé el momento en que me hincaba sobre una rodilla en el lugar exacto donde nos habíamos encontrado. Mi ilusión se vio interrumpida cuando sentí un repiqueteo a mi costado. Mía se movía en el asiento, comprobando su maquillaje una y otra vez en el espejo del auto. Estiré mi mano para poder tocar su pierna desnuda; ese día se había puesto un vestido negro corto. —Estás hermosa. —Estoy nerviosa —respondió apoyando su espalda contra el respaldo. —No va a pasar nada —intenté calmarla aunque yo también estaba algo nervioso por lo que podía pasar con Ema. —¿Cómo recibieron la noticia? —Bien… —Mía me miró levantando una ceja—. Ellos quieren lo mejor para mí y vos sos lo mejor para mí. Cuando llegué a la zona y estacioné el auto, la vi respirar hondo. Sabía que no iba a importar lo que le dijera, así que la tomé de la mano y le di un beso. Ema ya me habíamandado un mensaje de que estaban esperándonos en la mesa. Así que nos dimos las manos y entramos caminando juntos al restaurante. El primero que se levantó fue mi padre, que la saludó con una sonrisa genuina en el rostro. La de Juana no lo fue tanto, pero dado que Mía no la conocía como yo, esperaba que esa sonrisa pasara por verdadera. Ema lo intentó pero su saludo no dejó de ser cortante. —Qué lindo restaurante elegiste —comentó Juana. En ese momento, apareció uno de los mozos para servirnos agua en nuestras copas y entregarnos las cartas. —Bienvenidos a Il Gatto, mi nombre es Josué y seré su mozo en esta velada. Vuelvo en unos minutos para tomarles el pedido. Todos abrimos las cartas y nos pusimos a leerlas pero el silencio que se generó fue muy incómodo. Había pensado en preguntarles a Juana y Ema por el libro, pero eso se relacionaba con Perla y no podía hacerle eso a Mía. Entonces, miré a mi papá. —¿Cómo te está yendo en el trabajo? —le pregunté. Luego miré a Mía —: Lo ascendieron hace poco como gerente de turno. —¡Felicitaciones! —respondió ella con una sonrisa que le iluminó la cara. —Gracias —dijo Gregorio, devolviéndole el gesto—. La verdad que me está yendo muy bien, estoy muy contento con este cambio. —El otro día pasamos por el restaurante —comentó Juana— y son empleados muy educados los de tu turno. —Trato de que lo sean. —¿Y vos, Mía? —preguntó Juana—. ¿Cómo te está yendo con la fotografía? Ella se aclaró la garganta antes de hablar. —Muy bien, por suerte. Es un trabajo que no tiene horarios pero sí muchas responsabilidades. De todas maneras no me quejo, no muchos pueden vivir de lo que les gusta. —¿Y seguís sacando fotos en casamientos? —Ema —le dije con tono firme. —¿Qué? —dijo con un tono de inocente, aunque de tal no tenía nada—. Le hice una pregunta. Mía deslizó su mano por la mesa y sostuvo la mía. —Imagino que no es fácil verme acá y ahora —le dijo mirándola a los ojos—. Soy consciente del dolor que le causé a Iván y no puedo imaginarme lo que habrá sido para ustedes verlo en ese estado. Pero quiero que sepan que lo amo y que por más que intenté apartarme de él, no pude. Le así con fuerza la mano y me acerqué a ella para darle un beso. —No soy idiota —le contestó Ema—, sé que mi hermano te ama. Y seguramente lo hagas el hombre más feliz del mundo. Pero casi haberlo perdido en ese accidente… Se me estruja el alma de solo pensarlo. —¿Qué accidente? —preguntó Mía y clavó sus ojos en mí. En ese momento, llegó el mozo con una amplia sonrisa. —¿Ya decidieron? —Un momento, por favor —le dijo Juana y el mozo volvió a retirarse. Mía no apartó sus ojos de los míos; notaba que estaba conteniendo las ganas de reprenderme. —Es algo del pasado —le respondí, aunque sabía que esa respuesta no iba a alcanzarle. —¿Qué accidente, Iván? —volvió a preguntarme, tratando de mantener el tono de voz tranquilo. Respiré hondo y giré mi cuerpo para poder estar bien frente a ella. —Después de lo de Cariló, cuando te fuiste del hotel… —Los flashes de aquel momento me encandilaron, causándome lástima por ese Iván herido —. Tomé mucho, casi todo el minibar de la habitación. Y después, agarré el auto para volver a casa. —Mía levantó las manos para cubrirse la boca; su mirada brillaba a causa de las lágrimas que contenían sus ojos—. Estuve internado en el hospital por una semana. —Discúlpenme un momento. —Se levantó de la mesa y se marchó en dirección a los baños. Yo intenté ponerme de pie pero mi padre me sostuvo de la muñeca y negó con la cabeza. En cambio, miró a Ema y ella, refunfuñando, se puso de pie. —Yo voy —dijo con tono cansado. —Nos hubieras dicho —me dijo Juana con tono de preocupada. —¿Por qué no se lo contaste? —me preguntó mi padre. —No quería hacerla sentir mal —respondí sosteniendo mi cabeza entre las manos, con los codos sobre la mesa—. Ya la había lastimado en Cariló. —No fue culpa suya. —¡Lo sé! ¿Pero cómo hago para hacérselo entender? —Podrías empezar por no ocultarle información. Unos momentos después, llegaron Ema y Mía. Las dos se sentaron en sus respectivos lugares y se apresuró a levantar la mano para llamar al mozo. —Lo siento —le dije a Mía por lo bajo. Pero ella apenas me esbozó una delicada sonrisa, un gesto que no le llegó a los ojos. Un rato después, llegó el mozo y cada uno pidió su plato. El resto de la velada fue menos turbulenta; hablamos acerca de los estudios de Ema y que Juana estaba pensando en empezar un jardín en la terraza del edificio. Mía estaba atenta a las distintas conversaciones pero siempre evitó el contacto visual conmigo. Justo después de que el mozo dejara los postres que habíamos elegido, la cara de Ema se transformó. Su mirada estaba suspendida sobre mi cabeza y cuando Juana se percató de lo mismo, siguió la dirección de sus ojos hasta que su rostro fue un calco del de su hija. Sin entender, giré sobre mi silla para saber qué estaban mirando. En la televisión, que estaba sobre la barra a pocos metros de donde nos encontrábamos, estaba el noticiero del día. El graph decía: «Perla Cavalcanti: un fracaso literario». Sin ser capaz de manejar mi reacción, me puse de pie y caminé hacia el televisor como hipnotizado por la noticia. Busqué los controles de volumen y lo subí un poco. Para ese momento, Ema ya estaba a mi lado. —Los diarios del mundo retrataron la noticia —dijo la periodista con una fotografía de Perla que ocupaba la mitad de la pantalla—: nadie podía creer que la hija de dos reconocidos novelistas, justo después de su gran éxito de ventas, Mátame suavemente, demostrara que los talentos de sus padres no alcanzaron para ella. —Los medios de España —agregó su compañero, aún con la imagen de Perla a media pantalla—, intentaron obtener comentarios de Abigail Wagner y Ciro Cavalcanti, pero ninguno de los dos se pronunció sobre los hechos. Fuentes cercanas a la pareja dijeron que no podían creer que esa fuera su hija, que todo debía de ser una mentira ideada por la prensa. —Pero lamentablemente no ha sido así. —La imagen de Perla había sido reemplazada por el logo de la editorial para la que ella trabajaba—. Se pudo comprobar desde el filtro de información en la misma página que los datos con los que Alma Oculta creó su cuenta eran, efectivamente, los de Perla Cavalcanti. Los periodistas siguieron hablando pero ya no pude escucharlos, lo único que podía hacer era pensar en Perla. Esto era lo que más temía y ahora estaba siendo liberado al mundo entero. —Tenés que ir a verla —me dijo Ema. Yo la miré pero no pude responderle. Giré hacia la mesa y me encontré con Mía observando tanto a la pantalla como a mí, con la mirada expectante. Me acerqué y tras tomar asiento, agarré la cuchara para empezar con mi postre. Ema le empezó a contar a Juana por lo bajo lo que había escuchado en la televisión. Por el rabillo del ojo, pude ver cómo Mía comía su postre aunque la incomodidad era peor que antes. Cuando nos despedimos de mi familia y subimos al auto, fue la primera vez que la escuché hablar mirándome directamente: —No deberías ir a verla —dijo poniéndose el cinturón de seguridad. Arranqué el auto pero me quedé paralizado. Hubiera esperado que dijera cualquier cosa, incluso que despotricara por haberle omitido el tema del accidente, pero no imaginé que lo primero que me dijera fuera eso. —Es una situación delicada —le dije avanzando con el auto, haciendo como que miraba hacia la calle cuando en realidad, estaba evitando su mirada. —Por eso mismo —me dijo con el mismo tono frío que antes—. Ella está en una situación sensible y si llegas en este momento, puede malinterpretar las señales. No le hagas eso. No la ilusiones. Tenía razón. No sabía cómo tomaría Perla el hecho de que intentara contactarme con ella en ese momento tan delicado, pero ella había estado a mi lado cuando más lo había necesitado. Había sido mi refugio cuando todo lo demás ya no me alcanzaba. No podía dejarla sola. Pero tampoco podía decirle la verdad a Mía. PARTE 4: EL FINAL CAPÍTULO 27 Aunque había apoyado la cabeza en la almohada,no pude conciliar el sueño. Lo único en lo que podía pensar era en Perla y en cómo debía de estar sintiéndose. Lo que podía significar para ella, lo que implicaba para sus padres y la culpa que debía de estar cargando. Mi cuerpo se dividía en dos: una parte quería salir corriendo, no le importaba que fuera la mitad de la noche y que Mía estuviera a mi lado; pero la otra parte era muy consciente de que la mujer que amaba estaba durmiendo a mi lado y me había dicho que no fuera a verla. ¿Había sido una orden o una sugerencia? Al otro día, traté de mostrarme despierto y activo, pero la falta de sueño estaba ganando la batalla. Mía estaba en la cocina, preparando el café matutino; mientras tanto, yo hacía las tostadas pero no podía parar de bostezar. —¿Dormiste bien? Me aclaré la garganta antes de contestarle. —Más o menos. —¿Estuviste pensando en Perla? Giré mi cabeza con rapidez para observar su expresión y aunque intentó mantener el rostro libre de cualquier indicativo de lo que estaba sintiendo, había algo en su mirada que me ponía incómodo. —No —y me sorprendí de lo natural que había sonado mi voz—. No me gustó como resultó la cena, si tengo que serte sincero. El rostro de Mía se transformó en un instante y una sonrisa se instaló en su rostro. Se acercó a mí y puso su mano derecha sobre la mía. —Los entiendo. Yo sabía que esto me podía pasar y asumo la culpa. —¡Eso es lo que no quiero! —le dije girando mi cuerpo y dándole un beso—. No tiene nada que ver con vos la manera en que yo reaccioné. —¿Por qué no me dijiste del accidente? —¿Y hacerte sentir peor? —Negué con la cabeza—. Además, salió todo bien. —Abrí mis brazos de par en par—. Estoy acá. Mía envolvió sus brazos alrededor de mi torso y yo cerré mis brazos para presionarla contra mi cuerpo. Le di un beso en la coronilla y le dije que la amaba. Nos quedamos en silencio hasta que la cafetera anunció que la bebida ya estaba lista. Cuando nos sentamos en la isla de la cocina, Mía se puso a revisar su celular con el ceño fruncido. —¿Algún problema? —Me cambiaron el horario para la sesión de las fotos. —¿Un evento? —No. —Dejó de mirar la pantalla de su celular y me miró a los ojos—. Es una casa antigua y quería probar algunas cosas nuevas, pero resulta que la necesitan para otra sesión de fotos con una modelo. Y me están dando la posibilidad de hacerlo dentro de un mes u hoy. —¿Y cuál es el problema? ¿No podés hacerlo hoy? —Sí, pero tengo que salir a las apuradas. El lugar está a casi doscientos kilómetros. Así que Mía terminó su café rápido, le dio dos bocados a su tostada y se levantó corriendo de la isla para ir a preparar su equipo. Ni bien me quedé desayunando solo, mi cabeza comenzó a hacer cálculos. Si tenía que manejar esa distancia, podría tomarle dos horas, incluso dos horas y media de ida y lo mismo de vuelta, dependiendo del tráfico. Eso hacía que contara con cinco horas seguras que no iba a estar cerca, más lo que tardara en la sesión de fotos. Podía ir a visitar a Perla. Unos momentos después, cuando ya estaba limpiando los utensilios que habíamos usado, apareció Mía con un bolso sobre su espalda y otro en la mano. Se acercó y me dio un beso rápido. —Perdón que no pueda pasar el día con vos. —¡Por favor! Es tu trabajo. ¡Que lo disfrutes! Ya con la mano sobre el picaporte y a un paso de atravesar el umbral, me dijo: —¿Qué pensás hacer hoy? Me encogí de hombros. —Quedarme en casa, mirar alguna película o algo por el estilo. —Nos vemos a la tardecita. —Me tiró un beso en el aire. —¡Esperá! —Mía se quedó quieta en el umbral mientras me veía acercarme a ella—. Ya es hora de que la tengas. En mi mano, estaba una de las copias de la llave de la casa. Ella se quedó mirándola con los ojos abiertos. —¿Estás seguro? Me acerqué a ella y le coloqué la llave en la palma de su mano. —Más seguro que nunca. —Le di un beso; ella me sonrió y se fue de la casa. Sin embargo, cuando esa puerta se cerró, no pude evitar sentirme culpable. Le había entregado esa llave como soborno. No quería mentirle pero, ¿qué sentido tenía decirle la verdad si iba a ponerse mal? Perla ya no significaba nada para mí o por lo menos, nada importante como sí lo era Mía en mi vida. Pero tenía que estar con ella, se lo merecía. Así que como no podía mandarle mensajes ni por WhatsApp o Instagram, la llamé directamente. El celular llegó a sonar ocho veces antes de que finalmente, contestara. —Hola. —Su voz no reflejaba ningún sentimiento. —Hola, Perla. ¿Cómo estás? —¿Para qué me llamás, Iván? —Me gustaría encontrarme con vos. —¿Para qué? —Para que hablemos. —No tenemos nada de qué hablar. —Por favor. ¿Qué te parece si nos encontramos en Recoleta Mall, en una hora? Hubo silencio del otro lado de la línea hasta que escuché un largo suspiro. —Una hora. Estacioné mi vehículo cerca del paseo de compras; como era domingo, el movimiento de gente era bastante bajo. Mientras esperaba la llegada de Perla, sentado en el mismo lugar donde la había conocido, me acordé de Mía. ¿Por qué sentía la necesidad de volver al lugar donde todo había comenzado? Cuando Perla apareció en mi campo visual, me puse de pie sin darme cuenta y mi corazón tembló dentro de mi pecho. Tenía su cabellera negra sujeta en lo alto de su cabeza, con unos jeans y una remera grande, bastantes talles más del que debería tener. Era un look despreocupado, diferente al que le había visto en ocasiones anteriores. Y aun así, no pude evitar contener la respiración cuando se acercó a mí. Pero se quedó a una distancia prudencial, sin saludarme. —Acá estoy —me dijo y se cruzó de brazos. —¿Tomamos algo? —le pregunté, señalando el bar que estaba justo al lado de nosotros. Ella asintió en silencio y caminamos los pocos metros que teníamos hasta el lugar. Nos sentamos en una de las mesas del exterior y recién cuando el mozo se retiró tras tomarnos el pedido, Perla me dijo la primera frase sincera. —Estoy bien. —¿De verdad? —Bueno, al principio no, claramente. Pero cuando pude sentarme con mis sentimientos y evaluarlos, me di cuenta de que era lo mejor que podía pasarme. —Se recostó sobre el respaldo y miró a los alrededores antes de volver a mirarme a mí—. Las sombras de nuestro pasado solo son sombras porque las dejamos ocultas, pero una vez que las alumbrás, ya dejan de tener el poder que tenían antes. Ahora me siento mucho más liviana, libre. —¿Y tus papás? —Ni bien la noticia se hizo pública, me llamaron por teléfono. No podían creerlo. —¿Es cierto eso que dijeron sobre ellos? Que no creían que eso lo hubiera escrito su hija. Negó con la cabeza. —Fue sacado de contexto. No podían creerlo, sí, pero porque les había gustado lo que leyeron. —¡Eso es genial! —Sí, salvando las distancias. —Su rostro se relajó y apareció un esbozo de sonrisa—. Obviamente que me dijeron que había cosas para mejorar pero que estaban felices de que me hubiera animado a publicar algo. Aunque les hubiera gustado que lo hubiera hecho con mi nombre real. —¿Les explicaste por qué no lo hiciste? —Sí, pudimos tener una charla sincera y me dejaron bien en claro que no tenía que preocuparme por ellos. Que si esto era algo que realmente quería hacer, que tenía su apoyo. Y que si prefería hacer otra cosa totalmente diferente, también. —Me alegro que todo haya resultado bien, entonces. —Creé un problema donde no lo había. —Sus ojos se posaron en los míos y tras un corto silencio, me dijo—: Gracias por haberme llamado. La intensidad en su mirada fue tal que no la pude sostener y bajé la mía, avergonzado. ¿Qué me pasaba? Claro que había sentido algo por ella… ¡Mierda! Mientras había estado a su lado, ni siquiera me había acordado de Mía. Pero esa historia tenía demasiado peso, demasiado pasado… ¿Y si hubiera seguido mi relación con Perla? ¿Podría haberme enamorado? —Quería estar —le dije, volviendo a mirarla a los ojos. —¿Cómo estás con Mía? En ese momento, sentí la vibración de mi celular en el bolsillo, pero lo ignoré. —No debería hablar de ella con vos. Perla resopló con una sonrisa. —¿Cuántas veces ya lo hiciste?—Pero era distinto, antes estaba en medio del huracán que ella había causado y nosotros no habíamos… —No intentes echarte la culpa de nuestra relación, estas cosas siempre se hacen de a dos. Y ya te dije que sabía adónde me estaba metiendo. Mi error fue haber creído que podía pelear una batalla que no era mía. Una en la que ni siquiera me habían pedido ayuda. —Quería estar con vos… —me apresuré a decirle—. Me hiciste muy bien. —¿Sos feliz ahora? —Lo soy —le respondí aunque sentí deseos de decirle que con ella también lo había sido, pero no pude. —Con eso me alcanza —me dijo, al mismo tiempo que el brillo de su sonrisa se iba apagando. Volvió a su bebida y me quedé mirándola, sin poder apartar los ojos de ella. Ahora que estaba bien, ya no tenía nada que hacer más que retirarme. Sin embargo, mi cuerpo estaba pesado, como si no quisiera levantarse de esa silla. El celular volvió a vibrar y estiré mi mano para sacarlo del bolsillo. —Me voy a ir a España. Una sensación gélida me recorrió las venas. —¿Qué? —Quiero escribir un libro, de verdad. Y nadie mejor que mis padres para acompañarme en este proceso. —¿Cuándo te vas? —pregunté con un leve temblor en mi voz. —Mañana. —¿Mañana? —repetí, con tono agudo. —Cuando me llamaste, estaba armando las valijas. —¿Y por cuánto tiempo? Se encogió de hombros y aquello paralizó mi corazón. —No lo sé. No tengo idea de lo que implica escribir un libro realmente. He escrito cosas, pero eran más vómitos mentales, nada estructurado, nada con el objetivo de publicar algún día. Pero ahora siento que puedo escribir, ya tengo la historia en mente. De repente sentí como si unas paredes invisibles me estuvieran cercando, que el lugar en el que estaba se volvía cada vez más pequeño y con menos oxígeno. Intenté apartar mis sensaciones desviando un poco la charla, tratando de no pensar en que se iba… —¿Puedo saber de qué se trata? Negó con la cabeza con un brillo en la mirada que me dejó hipnotizado. —Pero nuestras charlas me han enseñado muchas cosas —respondió poniéndose de pie. Perla buscó algo en su riñonera; sacó un billete y lo colocó debajo de su plato. ¿Ya se iba? No quería que se fuera. —No —le dije poniéndome de pie y agarrando el billete para devolvérselo—. Yo te invito. Pero volvió a dejarlo sobre el plato. —No quiero que lo hagas. Suficiente caballerosidad tuviste al llamarme. —No lo hice por ser caballero. Lo hice porque te… —pero no pude terminar la frase. Perla avanzó dos pasos y se quedó mirándome a los ojos, con la misma intensidad con la que lo había hecho antes. Yo estaba paralizado, con el corazón rebotando contra mi pecho, con los ojos ardiendo. ¿Quería llorar? Entonces, ella colocó sus palmas sobre mis mejillas y me dio un beso. Aunque fue algo rápido, me destrozó por dentro. Era un saludo de despedida, incluso hasta me estaba diciendo lo que yo no me había animado a decirle. La quería, claro que la quería. Pero no me atreví a decírselo y ella se había dado cuenta. Sonrió y sin mediar palabra, se fue de la confitería sin voltearse en ningún momento. En ese instante, un motor aceleró sobre el pavimento, causando un chirrido. Giré mi cabeza buscando el sonido y me pareció reconocer el auto que se alejaba, aunque no podía ser. Entonces, saqué el celular de mi bolsillo y vi los mensajes de Axel y de Lu. Fruncí el ceño y desbloqueé la pantalla. Los dos me estaban diciendo lo mismo: Mía les había escrito para saber si estaba con ellos. Mía. Ese auto era de Mía. CAPÍTULO 28 Salí corriendo en busca de mi auto para ir hacia Pilar. ¿Qué había hecho? No tendría que haberle mentido a Mía, al contrario, tendría que haberle explicado que Perla había estado conmigo en varias situaciones, que ella me había ayudado a… superarla de algún modo. A superarla no, a padecerla. Bueno, no podía decirle eso. ¡Pero no tendría que haberle mentido! La había vuelto a lastimar como un idiota. Estacioné el auto sin demasiados miramientos y una parte de mí se alivió al ver su vehículo en la acera. Corrí hasta la puerta de entrada y ni bien la abrí, pude sentir el denso ambiente en el interior de mi casa. Mía estaba sentada en el living, con los codos sobre sus rodillas, sosteniendo su cabeza con las manos. —Mía —le dije jadeando, cerrando la puerta detrás de mí. Ella levantó su cabeza; sus ojos estaban hinchados, rojos, con lágrimas cubriéndoles las mejillas. Me apresuré a ir a su lado, me arrodillé delante de ella y sostuve su rostro. Sus labios temblaban sin ser capaces de expresar lo que sentía. —Ese beso no fue nada —le dije, sin pensar demasiado mis palabras. Entonces, apartó mis manos con brusquedad y se puso de pie, dándome la espalda. —Te pedí que no me mintieras. —Lo sé y estuve mal, lo reconozco. —Me acerqué a ella, al mismo tiempo que giraba sobre sus pies, secándose las lágrimas—. Pero quería evitar esto. —¿Eso es lo que tengo que esperar, entonces? Cuando no quieras enfrentarme por miedo a que discutamos, ¿vas a mentirme? ¿Esa es tu idea de relación? —No quiero mentirte. —¡Pero lo hacés igual! —Caminó hasta el otro lado del living, para volver sobre sus pasos y mirarme una vez más—. ¡Y encima con Perla! —Necesitaba verla. Recién después de decir esas palabras, me di cuenta de que eso podía tener otro sentido para ella. Y sucedió exactamente eso, porque sus ojos se agrandaron y sus cejas se elevaron. —¿Necesitabas verla? —preguntó, con especial énfasis en la primer palabra. —No como te lo estás imaginando. Pero le había pasado algo grave y quería saber cómo estaba. —Te dije que no fueras a verla. —Ella estuvo a mi lado en varias oportunidades, no podía… No podía dejarla sola en ese momento. —Te dije que lo iba a malinterpretar. ¡Te lo dije! Yo sé que vos no buscaste el beso, ¡pero te quedaste quieto! —Respiró hondo porque su voz estaba temblando demasiado—. No quería tener razón, no quería. Cuando volví a la casa para buscar un lente que me había olvidado y no te vi… Empecé a imaginarme mil situaciones y siempre aparecía Perla en el medio. Pero me dije… No, no lo haría. Me dijo que se iba a quedar en la casa… Me puse a buscar entre tus seguidores a Axel y a Luana para preguntarles si estabas con ellos y cuando me confirmaron que no, agarré el auto y fui para Recoleta. Volvió a respirar y se cubrió el rostro con las manos. Me acerqué a ella y puse mis manos sobre sus hombros que se sacudían desesperados. —Lo siento. Sabés que te amo. Ella se apartó las manos de su cara y me miró con llamas en los ojos. —Dante también me amaba. Me aparté de ella con las manos en alto, como si su cuerpo entero se hubiera prendido fuego. —No me compares con él. —Si hiciste lo mismo. Aquello se metió debajo de mi piel, como si fueran gusanos que empezaban a deslizarse por mis venas. —¡No me cogí a Perla! —le grité—. Fui a ver a una persona que me acompañó cuando más lo necesitaba, cuando el dolor de tu ausencia me carcomía por dentro y no sabía qué más hacer para detener la sensación de vacío. —El corazón bombeaba en mi pecho tan fuerte que sentía que iba a explotar en cualquier momento—. Vos no te das una idea de lo que sufrí por vos, de las noches vacías, llenas de tus fantasmas, del alcohol y el sexo que no saciaban la oquedad dentro de mi pecho. Y vos no estuviste en ninguno de esos momentos, ¡estuvo Perla! Mía se cubrió la boca pero alcancé a escuchar su quejido. Se fue hacia la cocina y se sentó en una de las sillas de la isla. Recién en ese momento percibí que mi cuerpo estaba temblando y que mi respiración se entrecortaba, como si hubiera corrido una maratón. No debía haberle dicho todo eso, al menos, no en ese tono. Pero no dejaba de ser verdad, había sufrido demasiado por su ausencia. Perla había sido mi paraíso en todo el infierno que Mía había causado. —Necesito respirar —dijo ella, poniéndose de pie; agarró su morral y se marchó de la casa. Y cuando la puerta se cerró, no sentí nada. CAPÍTULO 29 Nada… Imaginaba que si Mía volvía a apartarse de mi vida, el mundo entero se caería a mis pies, que no tendría de dónde sostenerme,que finalmente moriría en vida, habiendo perdido a la única persona que sería capaz de hacerme sentir algo. Sin embargo, cuando la puerta se cerró, me quedé de pie, observando hacia la entrada de mi casa, sin sentir nada. Que Mía hubiera vuelto a mi vida me había dado la descarga eléctrica que necesitaba, como esa que le dan a aquellas personas cuyo corazón deja de latir. De repente, todo había vuelto a ser como antes, o al menos, a como me había imaginado que podía llegar a ser al estar juntos de verdad. Hacerle el amor hasta cansarme; compartir desayunos, cenas; dormir juntos, incluso presentarla ante mi familia. La mujer que había acabado con mi matrimonio, por la que había llorado los últimos dos años. Soñar con viajar juntos, con que yo conociera a su familia. Todo era idílico hasta que la burbuja explotara y tuviéramos que salir al mundo exterior. Igual que me había pasado con Olivia. Y Mía había tenido razón en lo que me había dicho: había elegido mentirle para evitar una discusión en el futuro. ¿Qué tipo de relación podíamos establecer si callaba cosas por temor a perderla? Hoy había sido una salida pero, ¿qué pasaba si se convertía en un hábito? ¿Si era algo que no me gustaba de ella y que aprendía a padecer con tal de no molestarla? Con tal de no perderla… No podía vivir en el miedo. No podía repetir la misma actitud que había tenido durante los últimos dos años, aferrado a un pasado por miedo a no poder vivirlo de nuevo. Yo mismo había creado la idea en mi cabeza de que solo Mía podría hacerme sentir las cosas que había sentido, porque yo solo quería que fuera ella. La necesitaba tanto que establecí esa verdad para mi vida y no había lugar para ninguna más. La necesitaba pero la pregunta era para qué. Había pasado toda mi adolescencia junto a Olivia, hasta entrada la adultez. Ella había sido mi pilar cuando mi padre era una situación difícil de llevar. Me acostumbré a tenerla a mi lado, a disfrutar de su compañía. No quería tener que soportar solo las caídas de mi padre, sus llantos porque Sabrina no volvía. No quería estar solo. Y enseguida me había dado cuenta hacia dónde iba mi relación con Olivia. Era consciente de que era una buena mujer pero solo para ocupar el espacio de un sostén. Ese pensamiento era horrible, pero no dejaba de ser verdad. Quería a Olivia, por supuesto, pero porque su amor me había sostenido de pie, no porque no podía vivir sin ella. Por eso le había pedido que se casara conmigo: porque cuando discutíamos, temía perderla, temía volver a quedarme solo. Sin embargo, cuando Mía apareció, algo cambió en mi interior. Ahora podía verlo en retrospectiva; en ese momento, no me había percatado de eso. Por algo había accedido al pedido de Olivia de que fuera nuestra fotógrafa; por algo seguí hablando con ella aunque me hacía sentir incómodo con sus preguntas; por algo fui a su casa, incluso después de que me hubiera besado y la hubiera echado de mi casa… Me estaba readaptando. Mía era lo que le faltaba a mi vida. Emoción, sentimiento, caos. Y cada vez que me acercaba más a ella, más se enfriaba mi relación con Olivia, más me olvidaba de ella. Más me olvidaba de las noches que pasamos juntos, las noches que me había consolado cuando ya no sabía qué hacer con mi papá. Olivia no se merecía lo que le había hecho. Tal vez por eso había necesitado ver a Perla. Para enmendar mi pasado de alguna manera, y devolverle a alguien el gesto que había tenido conmigo, como no pude hacerlo con Olivia. Puede que también haya tomado la decisión de verla porque realmente lo quería, porque quería estar seguro de que estaba bien. Más allá de la mentira a Mía, sabía que había obrado bien. Estuve al lado de Perla en un episodio difícil de su vida, le demostré que me importaba y le agradecí que ella hubiera estado en mis momentos más oscuros. No creía que su beso hubiera sido porque había malinterpretado la situación; ella sabía que yo la quería y yo sabía que me quería. Solo se estaba despidiendo… Pero también era cierto que nuestro encuentro había activado algo en Mía, algo con lo que a mí no me correspondía luchar: sus propios fantasmas. Dante era todavía un ancla en su pasado y el dolor por su traición seguía tiñendo su vida. Ella no podía seguir viviendo con el miedo a flor de piel, en alerta constante. Porque la burbuja solo duraba unos días y el mundo exterior era demasiado grande. Había creído que si volvía con Mía, todo se iba a solucionar. Que no volvería a sufrir por amor, y aquí estaba, en medio de un remolino, con la cabeza girando de un lado a otro, sin saber qué pensar ni qué decir. Pero me había dado cuenta de una cosa: Mía no era dueña de mi amor ni tampoco de mi oscuridad. Yo tenía la llave de mi celda y de mí dependía abrirla, liberarme, soltar. Tenía que enfrentar a Mía, a pesar de que eso pudiera quebrarme. Pero no podía seguir oculto detrás de mi miedo. CAPÍTULO 30 Tenía sentido que Puerto Madero fuera el lugar de nuestro encuentro, después de todo, allí había comenzado nuestra relación. Allí había sido el lugar del reencuentro y sería el lugar de nuestro final. Toda la noche estuve pensando qué iba a ser de mi relación con Mía, cuál sería el siguiente paso a dar para poder acomodar todo. Y allí estaba otra vez, tratando de mantener en pie una casa de naipes. No podía volver a hacerme lo mismo. Cuando Mía se sentó en el banco, se quedó mirando hacia el río. Entonces, levantó su dedo índice y marcó el lugar exacto donde nos habíamos conocido. —Jamás hubiera creído en ese entonces, todo lo que me esperaba después de ese encuentro —y volvió sus ojos sobre los míos—, pero no me arrepiento de nada. —Es cierto… —le dije, dándome cuenta de lo mismo—. Yo tampoco cambiaría nada de lo que nos pasó. Es extraño, porque realmente lo padecí, pero hoy me doy cuenta de que lo necesitaba. —Perdón por ayer. Más allá de todo, no tendría que haberte hablado de esa manera ni compararte con Dante. No sos para nada parecido a él. —Yo tampoco debí haberte dicho las cosas como te las dije, pero te fui sincero, crudamente sincero. —Lo sé. Y una parte de mí siempre lo supo. Si bien sufrí tu ausencia, lo hice de otra manera… —Se encogió de hombros—. Bueno, cada uno tiene sus formas de lidiar con el dolor. Se puede decir que ya estaba algo acostumbrada, ya sabía qué tenía que hacer. Vos… —No tenía idea. Fuiste mi primer amor. Sus ojos esquivaron los míos cuando me escuchó decir esa palabra, esa elección del tiempo pasado. Se mordió los labios y tras un respiro, volvió a mirarme. —Y tu primera ruptura. —Conocí un costado de mí que no tenía idea que existía. Me encontré sintiendo cosas que no sabía que era capaz de sentir. Fue todo muy nuevo, todo intenso. Y por eso creí que solo podía sentir esas cosas con vos, que vos eras dueña de mi amor, hasta de mi oscuridad. —Una lágrima rodó por la mejilla de Mía y ella se apresuró a limpiársela—. Pero después me di cuenta de que nadie lo es y que solo yo puedo controlar esas cosas. —Yo también me di cuenta de algo. En realidad, fue tu hermana la que me lo dijo la primera vez y lo enterré lo más profundo que pude. —¿Qué te dijo Ema? —le pregunté, preocupado, pero ella negó con la cabeza y sonrió. —Me dijo la verdad, solo que en ese momento no la quise ver. Cuando fue al baño para ver cómo estaba, me dijo que se daba cuenta de que yo te quería. No cualquiera aceptaría una presentación familiar cuando había sido la causante de la terminación de un matrimonio. —Quise decirle que no, que mi matrimonio con Olivia ya estaba predestinado al fracaso pero ni bien abrí mi boca, ella puso su mano en alto para evitar que hablara—. Lo fui, no creas que no. Pero ese no es el punto. Ella reconoció mi valentía y por eso me dijo lo que me dijo: «espero que la culpa no sea la razón por la que volviste con él». Y ahora me doy cuenta de que sí lo fue. Nuevamente una lágrima se escapó de sus ojos, pero esta vez, Mía dejó que siguiera su trayecto. Se quedó mirándome y yo dejé que el silencio se colara entre los dos. Levantó la mano y meacarició la mejilla, con un intento de sonrisa y una mirada melancólica. —Te amé —le dije sin quitar mis ojos de los suyos—, pero demasiado. —Yo también te amé, lo sigo haciendo. Pero sé que fue la culpa lo que me atrajo a vos cuando me escribiste ese mail. No podía soportar que te quedaras con la idea de que te había rechazado para casarme con otro, a pesar de que me encontraba en una relación diferente. No podía tolerar los pensamientos que me atosigaban por las noches, sin saber cómo estabas. Mucho menos después de nuestro encuentro en Cariló. —Se apartó de mí, negando en silencio—. Cuando te vi, no podía creerlo. Cómo había hecho trizas a algo tan maravilloso, a una persona con tanta bondad. No te merecías eso y quise darte la relación que debió haber sido. —Pero no pudo ser —la interrumpí—. Nos conocimos a destiempo y nos reencontramos distintos. Quisimos creer que éramos los mismos que antes pero el tiempo nos cambió. —No era nuestro destino estar juntos —agregó con la voz temblando, luego se aclaró la garganta—. Y a mí todavía me quedan algunas batallas por las que luchar. Creí que había superado el tema de Dante. —Tal vez deberías reencontrarte, tener una charla con él como la estamos teniendo ahora. Ella apartó la mirada un momento y le tomó un minuto poder volver a mirarme. —Sé que esto es lo que tiene que pasar… Y al mismo tiempo, no quiero soltarte. Le acaricié la mejilla, con mis ojos inundados en lágrimas. —Tal vez ahora no sea el momento, pero puede que no sea necesario que me sueltes. De verdad pienso que podemos ser amigos. —Ella me sonrió con más lágrimas rodándole por el rostro—. Cambiaste mi vida para siempre. —Y vos la mía. —Se rio, como acordándose de algo, y tras ver mi ceño fruncido, dijo—: Al final el amor no era suficiente. —No cuando se construye en base a culpas y miedos. El amor tiene que ser recíproco, a tiempo. Ella asintió en silencio y las lágrimas volvieron a aparecer. Pero esta vez estábamos los dos llorando, despidiendo a un amor que nos había dado tanto pero también nos había quitado mucho. Nos abrazamos y permanecimos de esa manera, en silencio, solo en el refugio de nuestros brazos. Mía había sido un antes y un después en mi vida, pero ahora tenía que seguir caminando hacia adelante, sin volver a mirar atrás. CAPÍTULO 31 Nadie podía creer lo que estaba diciendo. Axel y Lu alternaban miradas entre ellos y yo, al mismo tiempo que Ema miraba a Juana. Mi padre era el único que estaba aplaudiendo. Las semanas siguientes a la ruptura con Mía, decidí concentrarme en mi trabajo. Con Pablo, empezamos a acelerar algunos procesos que estaban causando demoras para poder concentrarnos en el que realmente nos quitaba el sueño: los planos para un edificio sustentable. Habíamos encontrado un lugar en el centro porteño, una ubicación privilegiada, y una base bastante sólida sobre la que podíamos trabajar. Y después de haber hablado con varios potenciales inversores, pudimos convencer a los suficientes para comprar el lote y comenzar. La construcción iba a llevar su tiempo pero lo que nosotros necesitábamos era terminar los planos porque esos eran los que íbamos a presentar en la convocatoria de LQ50. Si contábamos con su apoyo para la construcción de ese edificio, no solo podríamos costear todo el material y la mano de obra, sino que el estudio iba a empezar a tener renombre y nada menos que de la mano de uno de los estudios de arquitectura más importantes del mundo. Sin embargo, no me alcanzaba con presentar los planos vía web, quería causar un impacto en los jueces y que se dieran cuenta de que éramos capaces de ir más allá por aquello en lo que creíamos. Así que después de meditarlo con Pablo y haber ultimado los detalles para dejar todo en orden, decidimos irnos unos meses a España. —¿Pero cuánto tiempo? —preguntó Ema. —No lo sabemos —le dije con una sonrisa que no se me podía quitar de la cara—. Inicialmente vamos a estar un año, que es el plazo que sacamos para la visa de trabajo por cuenta propia. Pero si LQ50 nos elige… bueno, no sabremos a ciencia cierta cuándo volveremos. Mi papá se puso de pie y me dio un fuerte abrazo, susurrándome al oído lo orgulloso que estaba de mí. Después se levantó Juana, que me envolvió en sus brazos y me dijo que me cuidara mucho y que no me olvidara de ella. ¿Cómo podría olvidarme de la mujer que me había criado y que era prácticamente como mi mamá? Después se levantaron Axel y Lu; los dos pusieron sus brazos alrededor de mi cuerpo pero no pudieron decirme nada. Ema fue la última y su abrazo vino acompañado de un mar de lágrimas. —Te voy a extrañar mucho. —Yo también, hermanita. —Pero me queda el consuelo de que te vas feliz. Y era cierto. El entusiasmo que tenía por esta oportunidad no dejaba de arrancarme una sonrisa del rostro. Aunque la despedida era un tanto amarga, el camino hacia los sueños a veces tenía sus propios sacrificios. Así que esa noche preparamos un asado en la terraza del edificio. Unos días antes, Mía me había escrito un mensaje para contarme que se iba a pasar una temporada en Alaska, junto a toda su familia. Aproveché para contarle mis propias novedades y me dijo que si uno pelea tanto por algo que quiere, el resultado no podía ser otro que la victoria. Ojalá tuviera razón. Durante la comida, Lu empezó a hablar de su propio sueño y de que siempre había tenido la certeza de que podría rebuscárselas en Londres para conseguir dinero. Que la plata para viajar y asentarse siempre la había tenido pero eran los riesgos del fracaso los que la anclaban a Argentina. Fue mi decisión lo que le dio el impulso final y terminó resolviendo que viajaría a Londres, que tal vez algún día podíamos reencontrarnos en el continente europeo. Así era feliz, reunido con todas las personas que quería; los que me habían visto llorar; los que me vieron arrastrarme por los rincones y los que sufrieron las consecuencias de mis debilidades. Me sentía liviano, libre de mis cadenas y habiendo recuperado mi autonomía. Habían sido unos años espantosos, donde la oscuridad causó estragos en mi vida, pero como le había dicho a Mía, no me arrepentía de nada de lo que había hecho. Reconocía mis errores pero aprendía de ellos, no sentía su culpa. Tomar decisiones en base a los miedos o la culpa, no era algo bueno. Había que aprender de lo sucedido y quedarse con aquellas cosas que realmente servían, para agradecer a las otras por las enseñanzas que habían dejado. Y aunque estaba solo, la oscuridad ya no era parte de mí. Ya había atravesado el túnel de tormentos y había llegado al otro extremo, uno con colores vivos y luz radiante. Estaba, finalmente, en paz. EPÍLOGO Un día, decidí abrir el diario que había empezado a escribir hace unos años. Necesitaba leer al Iván que había sido, lo que aquel Iván sintió en el peor momento de su vida. Y cada vez que mis ojos pasaban por las frases que revelaban la verdadera naturaleza de mis pensamientos, lloraba. Lloraba por lo perdido que me había sentido, lo infeliz que había sido. Tenía que dejar en palabras cuál había sido mi transformación, porque ya no me identificaba con ese Iván. Quería que, en algún momento del futuro, cuando volviera a leer esas líneas, supiera que a pesar de todo, me había levantado. Entonces, agarré la lapicera y volví a escribir. Necesité a Mía en mi vida, en más de un sentido. La necesité para descubrir el verdadero amor y también para sostener un falso ideal de amor, donde todo tenía que estar en el lugar correcto para que funcionara. Ese miedo a que todo lo que creía que necesitaba pudiera evaporarse de un día para otro, me hizo tomar las decisiones equivocadas, aunque estas fueron por las motivaciones correctas. Mía me enseñó a vivir con plenitud, a no conformarme con lo que había encontrado, a desafiar mis propias barreras… Pero también me hizo caer muy profundo en un abismo oscuro y frío. Sin embargo, ella no fue la razón por la cual me levanté. Tampoco lo fue Perla. Lo hice por mí. Y después de tantos años de haberme apoyado en otrospara seguir adelante, darme cuenta de que tenía la fuerza y la voluntad para hacerlo solo, fue el mejor aprendizaje de toda esta experiencia. Por supuesto que los amigos y la familia son necesarios, pero para acompañarte en el camino, no para ser tu bastón y ayudarte a andar todo el tiempo. Porque tarde o temprano la soledad vuelve, y si no sabés estar con vos mismo, ¿cómo podés pretender afrontarlo? El año en España se convirtió en tres, y Pablo y yo pasamos a formar parte oficial y permanente de LQ50. Más allá de que el proyecto había hablado por sí solo, en confidencia nos contaron que el hecho de que hayamos tomado la iniciativa de ir a España, casi con la certeza de que íbamos a ser los elegidos, también había jugado a nuestro favor. Con los fondos suficientes, contratamos en Argentina a dos arquitectos más para que empezaran otra obra. De todas formas, ese año iban a abrir una sucursal en nuestro país y nos ofrecieron el puesto de gerentes, ser los representantes de LQ50 en la Argentina. Pablo no pudo contener la emoción y lloró delante de nuestros jefes. Yo fui un poco más duro pero solo por mantener un porte «profesional» que, sinceramente, no hacía falta. Estando en España, más de una vez pensé en escribirle a Perla. No sabía exactamente en qué lugar del país se encontraba pero no quería invadirla y tampoco quería tentar a mi suerte. Estaba aprendiendo a estar solo, a entender mis silencios, mis noches y no quería arruinar eso. Sin embargo, siempre me repetía la misma pregunta, una y otra vez. La misma pregunta que me había hecho cuando nos reencontramos en Recoleta, la misma que me había hecho ya en otras oportunidades. Y un día volvimos a Buenos Aires. Mi familia estaba que explotaba de felicidad y ya me había dicho que me esperaba con una gran recepción. Cuando salimos del avión y llegamos a la parte donde se encontraban las distintas tiendas, esperé a Pablo que quería comprarle algo a su mamá en el free shop. Y mientras observaba a mi alrededor, me encontré con una librería. No sé cómo no me había percatado antes porque el nombre de Perla estaba pegado sobre la vidriera, en letras de color plateado y dorado. Sobre su nombre, estaba un libro que llevaba el título El huracán Miranda. Caminé como si estuviera bajo un hechizo y entré en la librería, buscando la obra. Ni bien entrabas, en la mesa central, había muchas copias de la historia que finalmente Perla se había animado a publicar. Sin embargo, la sorpresa no terminó ahí. Porque cuando abrí el libro, en la primera hoja había una dedicatoria y la misma decía: «Para Iván, gracias por todas nuestras charlas y por inspirarme a escribir esta historia». Sin darme cuenta, llevé el libro contra mi pecho y sonreí ampliamente. En ese momento, volvió a aparecer en mi mente la pregunta que me había atosigado más de una vez. Pero en ese instante, me di cuenta de cuál era la respuesta. FIN.- NOTAS DE LA AUTORA Iván necesitaba tener su resolución pero no fue hasta que muchos de ustedes me pidieron que escribiera una continuación, que me puse a pensar en su historia. Mi Autonomía fue una travesía que me enseñó muchas cosas, pero Perdiendo Autonomía me atravesó de lado a lado. Y fue después de escuchar la canción de Falling In Reverse, Popular Monster, que la historia se formó clara en mi mente. Costó tener un proyecto firme porque tuvo sus idas y vueltas, es que quería que realmente representara la transformación de Iván, de estar sumido en sus sombras y el dolor de una ruptura, hasta sentirse finalmente en paz. Espero que su historia te haya ayudado casi o tanto como a mí, o al menos, que la hayas disfrutado. De una forma u otra, gracias por leerme. Hasta una próxima aventura. BIOGRAFÍA Nadia Colella nació en Buenos Aires, Argentina. Estudió Derecho en la Universidad de Buenos Aires y se recibió de abogada en el 2014. Comenzó a escribir desde los doce años y publicó su primera novela, Sentimiento Hostil, en el 2011; y la segunda, Eterna Debilidad, en el 2013. Ambas de romance paranormal. Después, le dio lugar a Mi Autonomía y posterior a ello, incursionó en la fantasía con su debut titulado La Condena del Silencio en abril del 2021. En el 2019 lanzó su marca Organiza tu creatividad, con la cual ayuda a escritores amateurs a escribir su libro. Cuando no está escribiendo, trabaja en su contenido online o mira Game Of Thrones, aunque ya se sepa sus diálogos. SUS REDES SOCIALES: https://www.nadiacolella.com/ www.youtube.com/nadiacolellaescritora www.instagram.com/nadiaescritora https://www.nadiacolella.com/ https://www.youtube.com/nadiacolellaescritora https://www.instagram.com/nadiaescritora/ www.facebook.com/nadiacolellalibros https://www.facebook.com/nadiacolellalibros OTROS LIBROS DE LA AUTORA Mi Autonomía Una historia de amor cruda y real La Condena Del Silencio Una historia de fantasía oscura https://www.amazon.com/-/es/Nadia-Colella-ebook/dp/B086GJHLLM/ref=sr_1_2?__mk_es_US=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&dchild=1&keywords=mi+autonomia&qid=1627486879&sr=8-2 https://www.amazon.com/-/es/Nadia-Colella/dp/9878030628/ref=sr_1_1?__mk_es_US=%C3%85M%C3%85%C5%BD%C3%95%C3%91&dchild=1&keywords=la+condena+del+silencio+nadia+colella&qid=1627486902&sr=8-1 Perdiendo Autonomía SINOPSIS PRÓLOGO PARTE I: EL COMIENZO DEL FINAL CAPÍTULO 1 CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 3 CAPÍTULO 4 CAPÍTULO 5 CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 7 CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 9 CAPÍTULO 10 PARTE 2: ROTO CAPÍTULO 11 CAPÍTULO 12 CAPÍTULO 13 CAPÍTULO 14 CAPÍTULO 15 CAPÍTULO 16 CAPÍTULO 17 CAPÍTULO 18 CAPÍTULO 19 PARTE 3: NO QUIERO DESPERTAR CAPÍTULO 20 CAPÍTULO 21 CAPÍTULO 22 CAPÍTULO 23 CAPÍTULO 24 CAPÍTULO 25 CAPÍTULO 26 PARTE 4: EL FINAL CAPÍTULO 27 CAPÍTULO 28 CAPÍTULO 29 CAPÍTULO 30 CAPÍTULO 31 EPÍLOGO NOTAS DE LA AUTORA BIOGRAFÍA OTROS LIBROS DE LA AUTORA Perdiendo Autonomía SINOPSIS PRÓLOGO PARTE I: EL COMIENZO DEL FINAL CAPÍTULO 1 CAPÍTULO 2 CAPÍTULO 3 CAPÍTULO 4 CAPÍTULO 5 CAPÍTULO 6 CAPÍTULO 7 CAPÍTULO 8 CAPÍTULO 9 CAPÍTULO 10 PARTE 2: ROTO CAPÍTULO 11 CAPÍTULO 12 CAPÍTULO 13 CAPÍTULO 14 CAPÍTULO 15 CAPÍTULO 16 CAPÍTULO 17 CAPÍTULO 18 CAPÍTULO 19 PARTE 3: NO QUIERO DESPERTAR CAPÍTULO 20 CAPÍTULO 21 CAPÍTULO 22 CAPÍTULO 23 CAPÍTULO 24 CAPÍTULO 25 CAPÍTULO 26 PARTE 4: EL FINAL CAPÍTULO 27 CAPÍTULO 28 CAPÍTULO 29 CAPÍTULO 30 CAPÍTULO 31 EPÍLOGO NOTAS DE LA AUTORA BIOGRAFÍA OTROS LIBROS DE LA AUTORA